El mundo está mal repartido
Hace muchos años escuché que decía un albañil que encalaba el zaguán de la casa de vecinos donde vivíamos: “Hay que ver lo mal repartío que está er mundo”. Yo debía tener poco más de diez años, flequillo revuelto, las botas gorila sufrían todo tipo de magulladuras y mis rodillas un sinfín de desconchones. Me llamó la atención aquel tipo, todo hueso, medio calvo, una colilla de “celtas” pegada a las comisuras de unos labios sin apenas carne, la camiseta de tirantas mojada por el sudor, ojillos azules y una nariz picuda. El Coli, que así le llamaban, parecía un loro del Amazonas.