Tabarca: la isla donde el reloj se paró

Pequeña, pero con mucho encanto. La isla de Nueva Tabarca, situada a tiro de piedra de Alicante, es uno de los destinos más atractivos y genuinos, tanto por la tranquilidad que ofrece como por la diversidad que esconde bajos sus aguas.

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Bañada por el Mediterráneo, que la acorrala y la limita, al tiempo que le regala un permanente halo a mar y salitre, la isla de Nueva Tabarca se antoja como un paraíso diminuto, dibujado por una línea de costa recortada y acariciado por aguas limpias y claras. Con una anchura de unos 400 metros y una longitud de escasos 1.800 metros, Tabarca es la única isla habitada de la Comunidad Valenciana. Los islotes de La Cantera, La Galera y La Nao completan lo que en realidad es un pequeño archipiélago situado a unos 22 kilómetros de Alicante, a casi cinco del Cabo de Santa Pola y a unos ocho del puerto de esta ciudad.

 

La opción más rápida para poner los pies en el paraje es coger un catamarán- o un “Tabarca Water taxi”- desde el puerto de Santa Pola y, tras quince minutos y unos cuantos salpicones de agua, se llega a la isla Plana, como también se le denomina. Pequeñas embarcaciones que recuerdan a una cáscara de nuez flotan con el vaivén propio del mar en el minúsculo puerto. La Puerta de San Rafael da la bienvenida al visitante, que no necesitará más de veinte minutos para recorrer la zona habitada, separada por la que no lo está por un estrecho istmo, donde se encuentran las dos playas y frente a las cuales es fácil encontrar veleros fondeando.

 

Paraje submarino

Ahora bien, que carezca de gran extensión no quiere decir que esté falta de planes que ofrecer. De hecho, más que la playa, resulta altamente atractivo zambullirse en sus calas rocosas donde se descubre un auténtico mundo paralelo con el simple hecho de meter la cabeza ataviado con unas gafas de buceo. Los escarpines, por cierto, no vienen nada mal, como tampoco desactivar el “chip” de las prisas que tiende a ahogar con las manecillas del reloj. El tempo se percibe allí distinto al observar la biodiversidad de flora y fauna que habita bajo las aguas, reconocidas en el año 1986 como la primera reserva marina de España.

 

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La práctica del buceo conecta con la naturaleza, pero al salir a tierra firme la comunicación se da en la plaza del pueblo. Cara a cara. Sin pantallas. No hay internet y la cobertura hay que buscarla, pues no abunda. En un banco conversan Josefina y Concha. La primera tiene 87 años y la segunda, 90. “Nací en casa de mi abuela –que está a escasos 200 metros de donde se encuentra ella- y aquí sigo”, explica Josefina. Su marido, como también el de su compañera de asiento, era pescador y las mujeres cosían las redes. Las dos se arrancan a recordar ese tiempo pasado y lo hacen en valenciano, el idioma que se habla en Tabarca.

 

En verano los turistas llegan para gozar su costa – hay quien va para pasar el día-  y degustar su plato típico: el caldero de gallina –el pez- con patatas y el arroz marinero que se elabora con el caldo del pescado. Pero en invierno “somos quince personas más o menos”, explica Vicente Ruso, otro vecino de la isla. ¿Y qué se hace aquí durante el resto del año?, se les pregunta. “Paseo, miro el mar y disfruto de la tranquilidad”, responde Josefina. En este pueblo no hay coches (¿para qué?), tampoco farmacias, ni supermercados, ni escuelas. Los barcos conectan la isla con la costa levantina a modo de autobús. A tiro de piedra de Alicante, aislada del mundo a la vez. Allí sólo hay un agente de policía –en verano, dos- que pasa una semana en Tabarca y da el relevo a un compañero. El mismo mecanismo sigue el personal sanitario. Cuando la emergencia lo requiere, un helicóptero aterriza en la isla para trasladar al enfermo al hospital.

 

¿Quién llegó primero?

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Las peculiaridades del territorio no son menores que las curiosidades que alberga su Historia. Si bien los nombres de los tabarquinos no sorprenden por exóticos, los apellidos son otro cantar. Parodi, Pianello, Chacopino o Salieto, de origen italiano, lideran el censo. Los primeros moradores, en su mayoría genoveses, fueron prisioneros, retenidos en la isla tunecina de Tabarka que llegaron a Nueva Tabarca –de ahí el nombre- liberados por el rey Carlos III. Hasta entonces, la isla era un enclave estratégico para los piratas berberiscos cuando saqueaban la costa alicantina. De hecho, el castillo fortaleza, junto con el faro, otean todavía hoy el horizonte.

 

El cielo de Tabarca lo sobrevuelan las gaviotas, que hacen las veces de gallos cuando los primeros rayos del sol rompen la oscuridad para dar paso al amanecer. Para observar cómo cae la noche, por cierto, conviene sentarse en las rocas de Cap del Moro, en el extremo sur de la isla, y disfrutar del espectáculo cromático que brinda el cielo con la complicidad del mar.


@Lorena_Padilla

José Manuel García-Otero

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