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La ciudad de la luz y del amor. París está considerado como uno de los lugares más bonitos del mundo y, por ello, recibe las visitas de más de 30 millones de turistas al año. Lo que muchos de estos deslumbrados viajeros no saben es que la capital francesa también alberga en su historia (no tan alejada) cierta oscuridad conectada a un pasado repleto de años de hambruna, misterios y sangre, que tiñe algunas anécdotas de negro y que, en lugar de ensombrecer su imagen, la hace todavía más interesante.
Recorriendo las calles de París es fácil encontrarse con portales que, más allá del interés que pueda suscitar a un albañil, no suelen llamar la atención de los turistas. Es el caso de los números 18 y 20 de la calle Chanoinesse, donde en el siglo XIV, durante una gran hambruna, un barbero y un panadero se aliaron para degollar a jóvenes estudiantes extranjeros con cuyos cuerpos preparar después los ricos pasteles de carne que el repostero había tenido que dejar de elaborar por la falta de materia prima. El final de esta leyenda, verídica para la mayoría por las pruebas que se pueden encontrar en la estación de policía más cercana, se dio cuando los ladridos del perro de una de las víctimas alertaron a los vecinos de esta macabra carnicería.
Muy cerca de esta calle se olvida uno de los misterios más sombríos de la Edad Media (y no estamos hablando de las reconocidas gárgolas) y que tienen relación con una de las partes más obviadas de la majestuosa Catedral de Notre Dame: la antigua puerta lateral de Santa Ana. Al joven aprendiz de cerrajero Biscornet se le encargó en el siglo XIII la construcción de esta entrada. Abrumado por una tarea que no se veía capaz de finalizar con calidad a tiempo, se dice que una noche pactó su alma con el diablo a cambio de conseguir acabar el forjado de la puerta y, con ello, ser ascendido a la maestría. A la mañana siguiente, el trabajo estaba terminado y el gremio le concedió lo que él tanto soñaba, pero, poco después y tras noches de tormento por las pesadillas en las que el maligno le reclamaba el tributo acordado, se encontró muerto a Biscornet en extrañas circunstancias. En 1860 el arquitecto Viollet-le-Duc mandó sustituir esta puerta ‘marcada’ por el infierno.
La leyenda diabólica también envuelve a la calle más estrecha de París y que desemboca en el Sena: la rue du Chat qui Pêche, en el Barrio Latino. En el siglo XIV vivía allí Dom Perlet, un alquimista que tenía un gato negro muy bien amaestrado, que pescaba peces con sus garras en el río por las noches. Creyendo que esta habilidad era más propia del demonio, unos jóvenes hicieron una emboscada al animal, lo mataron y lo lanzaron al agua. Como se suponía que el hechicero y el minino eran el mismo ser, Dom Perlet desapareció, pero al año volvió a dejarse ver en el barrio y al gato se le encontró haciendo lo suyo en el Sena.
Otro alquimista mucho más conocido fue Nicolas Flamel que, según cuenta la leyenda, durante la Guerra de los Cien Años, comenzó a estudiar un libro antiguo que le entregó un extraño y cuyo conocimiento, por primera vez, se le resistía. Una vez entendido logró junto a su esposa convertir medio kilo de mercurio en plata pura y después en oro puro. También se dice que consiguió la piedra filosofal, que le garantizaría la vida eterna. No fue así y tanto él como su mujer murieron entre los años 1410 y 1418, pero tras exhumar su tumba años después, se descubrió que estaba vacía.
El rechazado viernes 13 tiene uno de sus orígenes más macabros en la París de principios del siglo XIV, cuando el rey Felipe IV de Francia, tras iniciar la persecución de los templarios, recibió la amenaza profética del último gran maestro, Jacques de Molay, antes de ser quemado vivo, que le condenaba a él y al Papa Clemente V, que toleró que les capturaran, saquearan y mataran, en forma de “una inmensa calamidad”. Un año después ambos líderes fallecieron.
Y para hecho macabro, mucho más conectado con la realidad que con la leyenda, es imposible no mencionar el hecho de que los millones de turistas que pisan París cada año, lo hacen sobre los cuerpos de seis millones de personas (más bien, de sus huesos) que ‘residen’ en los 300 kilómetros de túneles y catacumbas del subsuelo de la ciudad. Parisinos de distintas épocas que se encuentran en lo que un día fueron canteras de piedra caliza para la construcción de gran parte de los monumentos y edificaciones que se pueden visitar en la actualidad. En 1786, para combatir las epidemias y enfermedades que asolaban a la población, se decidió trasladar los cadáveres y esqueletos de distintos cementerios de la ciudad a ese lugar.
Historias entre la realidad y la leyenda que animan a conocer una París desconocida para muchos, pero que merece ser descubierta.