Recuerdos a la sombra del Peñón

Hay ciudades que sin saber muy bien el porqué pasan a simbolizar el paso del tiempo y de la vida de cada cual. No tienen que ser bellas, históricas o monumentales. Les basta con pasar por nuestra biografía en el momento oportuno. Calpe, en la provincia de Alicante, tiene esa facultad. El Peñón d’Ifach resguarda a buen cobijo bajo su sombra el imparable avance del tiempo.

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El peñón d’Ifach define la silueta de Calpe desde ladistancia al igual que los intentos de rascacielos lo hacen con Benidorm cuandoapreciamos su perfil al atardecer desde las playas calpinas. La belleza de unoy otro, además de su valor paisajístico y natural, no admiten comparación. Aúnasí Calpe, que podría haber elegido crecer en sintonía con su famosa roca,apostó por el modelo de Benidorm. Sus éxitos económicos parecen fuera dediscusión, permanentemente llenas como están sus calles de ciudadanos del nortede Europa, especialmente alemanes y británicos. Su valor como zona turística decalidad, sin embargo, queda más en entredicho por esa abundancia de ladrillo.

No me debí fijar en ello cuando por dos añosconsecutivos, recién estrenada la veintena, disfruté de la entrada del nuevoaño en la ciudad alicantina. El Peñón d’Ifach atraía mi mirada con su grandezae inmensidad por encima de aquella aglomeración de apartamentos que por aquelmomento me parecían hasta graciosos. Repletos de gente joven con ganas decelebrar el año nuevo por todo lo grande, la masificación parecía hastabeneficiosa por aquella regla de tres tan idealizada durante aquellos días devida inquieta y nocturna: Cuanta más gente, mejor.


Mucho ha debido cambiar Calpe, o más probablemente unservidor, para que más de un lustro después la ciudad se me antojase extraña.La cercanía del mar Mediterráneo, con su agradable brisa, siempre ha sido unaatracción. Sin embargo Calpe no actuaba como ese imán que un día fue. Todo locontrario. La construcción masiva, con edificios semivacíos de más de treintaalturas que parecen querer conquistar el mar, aleja al visitante de esa sensaciónde relax que se busca en los poblados marítimos. El estrés de la ciudad pareceacompañarte hasta en los días de vacaciones.


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Uno debe abstraerse de todo cuanto le rodea y centrarsu atención en el rumor del mar. Eso y una buena compañía constituyen la mejorreceta para disfrutar de una agradable vuelta por el paseo marítimo (todavíatranquilo a la espera de la temporada alta), camino de una mariscada en elPuerto, donde la calidad del pescado parece ser el único superviviente delpueblo que algún día, antes de la conquista del Mediterráneo por parte delladrillo, fue Calpe.


Allí, cerca del Peñón d’Ifach, al cobijo de su sombra,uno puede rememorar la primera vez que vio su silueta, montado en un Peugeot307 junto a otros cuatro amigos que se amontonaban como podían en el coche.Años de universidad y ausencia de preocupaciones. De semanas que se vivíanesperando con ansiedad al viernes. De presentes que parecían eternos, ajenos alpaso del tiempo.  De vidas para las queel futuro parecía tan lejano como inconcebible. De recuerdos que, pese a laconstrucción descontrolada, quedarán para siempre guardados a la sombra delpeñón.

Manolo Gil

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