Al nordeste de Madrid, a 60 kilómetros de la capital y haciendo prácticamente frontera con Guadalajara, un pequeño pueblo de la sierra norte madrileña tiene divididos a sus vecinos en dos. Por un lado, oculto en la cima de la montaña, Patones de Arriba, un pueblo turístico casi deshabitado considerado Bien de Interés Cultural. Por otro, en el llano, Patones de Abajo, que acoge a la mayoría de los poco más de 500 habitantes de la aldea. La historia está en las alturas.
Cuentan los libros de historia que en1555 un grupo de siete vecinos fundó la alquería de la Hoz de los Patones, hoyconocida como Patones de Arriba. Desde unos años antes, concretamente desde1527, ya existía la villa de Patones, que debe su nombre al apellido de susfundadores. No es extraño pues que hasta el siglo pasado la aldea fuese consideradacomo Los Patones, en alusión a sus habitantes más que al nombre del poblado ensí.
Perdida como estaba entre campos ymontañas, alejada de otros núcleos de población, tampoco es de extrañar que apartir de 1687 apareciese la figura del Rey de Patones, una especie de alcaldeo juez de paz que administraba justicia entre los vecinos y que contaba con elbeneplácito del Rey de España Carlos III. Eso es lo que dice la historia. Laleyenda transmitida de generación en generación cuenta que en 1808, en plenainvasión napoleónica, Patones de Arriba fue el único pueblo que las tropasfrancesas no lograron invadir. Y no por la valentía de sus vecinos. Su privilegiadasituación, oculto entre el escarpado de la sierra, hizo que pasasedesapercibido y que los vecinos continuasen con su vida como si aquí no hubiesepasado nada.
El pueblo está lleno de referencias aesta efeméride. La historia, sin embargo, pone en entredicho esta leyenda. Ytambién los archivos municipales, que dan fe del pago de tributos a losdestacamentos franceses en la zona. A veces, sin embargo, una historia falsapuede dar lugar al interés de los turistas. Y tampoco es cuestión renunciar aella. Más aún cuando Patones de Arriba vive por y para el turismo.
Otroconcepto de turismo de masas
En un pueblo de 500 habitantes, y másconcretamente en una aldea casi deshabitada como Patones de Arriba, el goteo devisitantes cada fin de semana bien puede considerarse turismo de masas. Loscoches pronto empiezan a parar en la ladera de la montaña ante la imposibilidadde acceder al casco urbano. Y las calles empedradas de la aldea son un ir yvenir incesante de turistas. Imposible plantearse una foto de postal en la queno aparezca ninguna persona. Como imposible es encontrar mesa para comer si noshas reservado al menos con una semana de antelación. Y eso que por momentosparece que en la zona sólo hay restaurantes. Y tiendas de souvenirs, por supuesto.
El pueblo, declarado Bien de InterésCultural, destaca por su arquitectura negra, en la que la pizarra es el materialconstructivo fundamental. Levantadas con esta roca, las edificaciones guardan unaspecto muy homogéneo y le dan a la aldea cierto halo de misterio. Una aldeaque se visita rápido y que tiene un gran atractivo, tanto para los turistascomo para los amantes de las actividades al aire libre.
La gran afluencia de turistas y lacontinua presencia de terrazas y restaurantes, sin embargo, contribuyen a darla sensación de estar en un escenario de cartón piedra montado únicamente paraque los visitantes se hagan fotos y los comerciantes de la zona se enriquezcan.A Patones de Arriba, en toda su belleza, le falta alma. Otra forma de llegar ycalar en el turista. Uno tiene la sensación de que cuando marchen los visitantes,un grupo de empleados municipales desmontará la aldea. Hasta el siguiente finde semana.