El espejo de los mitos

En la vida, como en la literatura, el vestuario nos define, nos introduce en la historia, nos da a conocer pequeñas y grandes pinceladas sociales. En cada obra hallamos las tendencias en arte, leyes, guerras y revoluciones, siendo la lectura un verdadero placer. La moda y sus tópicos, en una carta abierta escrita por la periodista Inma Aznar.

Querida amiga:

Han pasado muchos años desde la última visita a Nueva York, Londres y Milán. Muchos han sido los diseñadores reconocidos en las pasadas semanas de la moda. He visto a mujeres, rostros de efebo que han bailado en la pasarela como sirenas en el mar. He visto colores flúor,  amarillos provocadores, corales perdidos, carmesí pasión, pasteles dulces e insolentes y blancos que se rompían y volvían a la pureza de su nacimiento. Todos ellos, hacían las delicias de las celebrities de la primera fila.

También he visto a las musas con crochet, con lentejuelas, con tejidos de algodón, con mandarinas en sus pies, con borsalinos en la cabeza, con pitilleras como accesorio, con fulares que rodeaban sus cuellos de cisne como si se tratase de una víbora.  Cuellos bordeados de encaje. Negros. El color de la eternidad, de la juventud, del espejo cerrado de Alicia. El de la elegancia, el del cine, el de Hubert de Givenchy.

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¡Qué tiempos aquellos cuando los periodistas de moda gozábamos de ese asiento privilegiado y que era por excelencia nuestro! ¿Lo recuerdas? Los flashes de nuestros compañeros inmortalizaban, eran cómplices de caídas, de exuberancias, de jardines laberínticos y de una pasarela angosta que proyectaba un halo de belleza en el centro con la luminosidad de ellas. Nosotras tomábamos nota, en nuestras pequeñas libretas. Con plumas. Éramos rápidas, sagaces. Sin piedad. Expectantes ante una función que comenzaba a ritmo de jazz. Luces y sombras. Sin sol y lluvia. Periodistas, colegas que agonizaban por cubrir este evento y luego se servirían una copa de whisky mientras sonaba de fondo el asfixiante tic-tac del tiempo. Tuvimos alguna noche un plan. Lo llevamos a cabo. Matamos al  tiempo con nuestra taza de té. La espera era interminable. Escribíamos las crónicas en la redacción. Lo visto y lo vivido. Lo opinado y lo documentado. Lo descifrado. Lo subliminal. Colecciones de ensueño, colores, plumas, excentricidades y mucha extravagancia caprichosa. Nuestra estilográfica era nuestra mayor arma. Tinta sobre el papel. Oscura que escuece. Trazos de porcelana. Garabatos desdibujados. Firmas. Opiniones de todo y de nada.

Luego llegaba el momento de entrar en la redacción. Íbamos deprisa. El olor a café viejo nos devolvía a la vida. El humo de tabaco se desvanecía en castillos sobre el aire. Y  en una habitación diáfana, por una ventana entraban los rayos del sol, incondicionales siempre a la ciudad del Turia.

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Recuerdo escribir horas y horas, llamar, consultar mis fuentes ir a documentarme y a la hemeroteca para poder hacer la crónica de las semanas de la moda. Estaba agotada de tanto viajar. La adrenalina corría por mis venas y era acrecentada por los tres cafés que solía tomarme ante la ventana de la redacción, mientras las olas de la playa se embravecían con el paso de la caída de las hojas de otoño. Caían lentamente de los árboles, desnudos, casi vulnerables, perdidos ante el tardío del Mediterráneo. Ellas, caprichosas, vanidosas, presumidas jugaban a volar y se postraban en la arena mojada hasta que se consumían. Se quebrantaban. Morían dormidas. Un sueño profundo en el invierno de la vida.

Pasaba el tiempo e íbamos a eventos, pasarelas, exposiciones, idas y venidas a los ateliers más célebres de las casas de alta costura. La cultura de la moda nos absorbía y ahora se apodera de ella el virus de los mitos. Con una fuerza discreta, delinquen en las revistas, apuntan con el cuchillo afilado de la desinformación y se banalizan en diversas publicaciones. Hace unos días, pude leer que una joven afirmaba que el negro podía tener elementos curativos para adelgazar, que las rayas horizontales tenían el poder ancestral de ensanchar a las mujeres, que las lentejuelas eran sólo un reflejo de la nocturnidad, que la pitillera no era un accesorio, que los llamados labiales rouge hacen la dentadura más blanca y que las palabras, los libros se despedazan, se quedan anodinos y vacíos para ser clutchs.

Otra publicación decía que para vestir elegantemente era necesaria la condición de poseer una gran riqueza y que el amarillo era símbolo de una nefasta suerte en la vida. Mitos. Historias que ruborizan. Que engañan. Que tienen una parte de verdad y otra mayor de invención. Perdidos en la oralidad y rescatados en el arte de la moda. El negro no posee elementos adelgazantes, a menos de que conozcamos en qué parte exacta de nuestro cuerpo puede encajar y potenciar ese efecto. Mis queridas rayas horizontales, las marineras de Jean Paul Gaultier podrán otorgarle a una mujer más volumen en las partes donde esta lo requiera. En cuanto a las lentejuelas, pueden ser usadas por la noche de una manera más llamativa y más discretas por el día.

Mis compañeras de viaje, las pitilleras comenzaron a popularizarse cuando las flappers desafiaron las convenciones de los años 20 y cuando empezaron a fumar en público hicieron de la pitillera un fetiche. Fabergé, Cartier y Boucheron firmaban los diseños exclusivos considerados joyas valiosísimas. Actualmente, la casa Gucci ha creado y ha revalorizado la pitillera como símbolo de elegancia y de buen gusto. Por su parte, la dentadura puede ir a blanquearse. No depende del labial su color, ya que, el color rouge es tan indiscreto que nos deja observar todos los pequeños defectos.

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Por su parte, los libros son para leerlos. Ahora Olympia Le Tan los ha vulgarizado en manos de las celebrities y los ha convertido en el objeto de lujo de las famosas. Tal vez, sea una chiflada, pero yo los libros los dispongo en una estantería y los devoro cada noche entre mis sábanas. Supongo que serán excentricidades de periodista. En cuanto al tema de los colores, Balenciaga y Alexander Mcqueen nos han hecho gozar con la esencia llamativa en la paleta cromática. Hemos saboreado el aroma del arco iris. Y nos hemos puesto el amarillo limón en complementos, americanas, blusas… ¿un color es quién nos conduce al destino de la buenaventura?

Por si fuera poco, una señorita obsequiaba una frase que no pude borrar de mi memoria: “En la literatura no está presente la moda”. Por mucho que se esfuercen los cronistas contemporáneos es difícil que se logre superar el conocimiento y el rigor en el análisis del vestir de una de las obras que ha dado la vuelta al mundo. Marcel Proust en su obra “En busca del tiempo perdido” nos revela una de las mayores descripciones de atuendos de toda la historia de la literatura. En la vida, como en la literatura, el vestuario nos define, nos introduce en la historia, nos da a conocer pequeñas y grandes pinceladas sociales. En cada obra hallamos las tendencias en arte, leyes, guerras y revoluciones, siendo la lectura un verdadero placer. La ropa en letras. La moda en literatura. A parte de Proust, Javier Marías, Charlotte Brontë, Nabokov, Carlos Fuentes y la actual María Dueñas han sabido captar en sus palabras la esencia de la moda, la del arte, la de la cultura dedicando una descripción exquisita a la vestimenta de cada uno de los protagonistas.

Los mitos. Hay que desvelarlos. Desmitificarlos. Corromperlos. Hay que hacerlos pedazos. Asesinarlos a sangre fría porque es el elemento tóxico de la cultura de la moda.
Muy querida mía, nuestras batallas con sombrero, nuestras lidias con guante blanco, nuestras críticas plumas, nuestras crónicas marchitas han resucitado en mí el deseo de escribirte y de reconocer nuestra labor, la del periodista de moda.

Un abrazo.

PD: Te espero en el país de la nube blanca, donde siempre. En el pasillo donde están los castillos de humo y el aroma de café añejo.

@InmaAB1

Lorena Padilla

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