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Para muchos, agosto es sinónimo de Nochevieja y septiembre, de Año Nuevo. Comienza el curso y, con él, nuevos propósitos que aspiran a materializarse. Perder esos kilos de más acumulados tras las tapas y las cervezas en el chiringuito de la playa, comenzar una nueva actividad deportiva o, incluso, incorporar una actividad extra tras la jornada laboral para dar rienda a la imaginación. Ante tanta buena intención, entran en acción las llamadas rutinas mecanizadas, aquellas que las personas realizan de forma autómata, sin percatarse que es algo tan instaurado en el día a día que pueden generar hastío. A veces ni siquiera dejan ver, entre la maleza de tareas, el presente, ya que solo se otea el horizonte de lo que viene después del trabajo. Sin embargo, la rutina también recae en la cotidianeidad del hogar: llevar y traer a los hijos, hacer la compra, limpiar o aquel hobby que con tantas ganas se empezó. Un sinfín de cometidos que conducen a pensar en lo que se hará cuando se acaben.
Así pues, al iniciar septiembre, aquellas personas que finalizan sus vacaciones suelen retomar esas rutinas, hasta ahora aparcadas, con un halo negativo. No obstante, “son necesarias”, tal y como explica Beatriz Blasco, mentora de negocios y productividad personal, quien señala que ayudan “a hacerte consciente del cuidado a nivel físico, emocional, mental y espiritual, y del cuidado del entorno”. De hecho, a las rutinas las denomina “rituales”, puesto que se trata de “hábitos a los que les pones presencia y disfrute, aunque sea hacer la cama por la mañana antes de irte de casa”.
En este sentido, Yolanda Melero, psicóloga especialista en Terapias Gestalt, señala que el problema viene de ese pensamiento negativo, de creer que “se acabó lo bueno”, y de interiorizar que “empiezan las obligaciones y la monotonía”. Por ello, con este panorama, “es bastante frecuente que la persona se resista a las rutinas o bien se las tome muy en serio durante unos días y, posteriormente, se las acabe saltando con la sensación de frustración e impotencia que deja”.
Ese poso que queda desencadena que la gente se centre en lo que vendrá más adelante (el fin de semana, el siguiente puente o las vacaciones del próximo verano). No se vive “en su yoga”, en vivir feliz el momento presente, tal y como se dice cuando se practica esta milenaria disciplina. Para solventar esta situación, las rutinas y los hábitos se consideran el aliado perfecto. Así, Blasco considera que “los rituales nos ayudan a comenzar con energía y presencia, a poner consciencia y a hacernos dueños de nuestro día a día”.
“El problema de las rutinas –continúa- es cuando se hacen como si se fuese todo el tiempo en piloto automático; tu cuerpo por un lado y tu mente por otro. Para que te den lo máximo es bueno que sean conscientes. Es decir, hacerlas con presencia y coherencia. Cuerpo y mente alineados con el único momento en el que puedes tomar acción o elección: aquí y ahora”.
Dado que a mucha gente le genera estrés pensar en todo lo que tiene por delante, la coach advierte que el problema se atisba cuando “existe autoexigencia interna, miedo a que las cosas no vayan según lo previsto, si no es flexible. El estrés insano viene generado por la falta de coherencia entre lo que piensas, sientes, dices y haces. Por tanto, si las rutinas nacen de tu consciencia y están adaptadas a ti gracias a que te conoces bien, no se generará”.
Por su parte, Melero aconseja “tener presente que la rutina es algo agradable, que facilita la vida y ayuda a vivirla plenamente”. Eso sí, observando el vaso medio lleno, por lo que añade: “Se trata de asociar las rutinas con el autocuidado, con vivir mejor y, también, con el disfrute. Al fin y al cabo, cada uno decide su vida y si se ha elegido algo es porque se considera beneficioso. Por ejemplo, en lugar de hacer ejercicio porque debo bajar los kilos ganados durante el verano, me planteo realizarlo porque me siento bien y, para ello, busco el que más me guste y en el momento del día que mejor se adapte a mis circunstancias personales”.
Además, después de un periodo vacacional largo como es el verano, resulta útil comenzar con hábitos muy sencillos y que respeten el ritmo y el momento vital de cada uno. La psicológica continúa con el ejemplo anterior: es posible que correr 10 kilómetros sea excesivo al principio por lo que se puede andar o hacer running 20 minutos. “No hay reglas establecidas, solo las que marcan nuestros límites para poder realizar un camino que puede ser muy placentero”.
Fluidez disciplinada
Para aquellos que piensen que las rutinas asfixian la espontaneidad que hace del día a día una sorpresa, Beatriz Blasco comenta que es una “trampa mortal” creerlo, ya que “poner tu presencia en cada acción que realizas, en cada hábito, te da flexibilidad necesaria; la habilidad de ser como un junco, flexible aunque bien enraizado. La fluidez disciplinada nos aporta el equilibrio entre rutina y adaptación a lo que surge en cada momento. Pensar que para ser espontáneo no necesitan rutinas o rituales, es tener una relación pasiva con el tiempo y dejarte a merced de los vientos sin dirección”.
Para conseguirlo, recomienda planificar, así como “abrirte al momento para que te sorprenda”. Es decir, no ponerse nervioso si las cosas no salen tal y como se había previsto: “A veces son distintas, pero pueden surgir nuevas oportunidades. Hay que mantener en todo momento una actividad abierta y curiosa e, incluso, aprovechar la rabia para poner límites, conocerte y cambiar el rumbo si es necesario”.
En definitiva, como bien sugiere Yolanda Melero, “se trata de instaurar rutinas desde el autocuidado y el disfrute, respetando nuestro límite”. Y, aunque puede implicar un esfuerzo extra, “nos va a aportar beneficios y nos puede ayudar a iniciar cambios que deseamos en nuestra vida para que sea más rica y completa; están a nuestro servicio para que estemos mejor, no al revés, sobre todo si es algo que nos gusta”. Pero no hay que ser dependiente de estos hábitos y “si ya no te nutren, gusta, ayudan… suéltalos, cámbialos, ponte otro reto o incorpora otros nuevos”.