Inteligencia Emocional
Inteligencia Emocional

Por qué la Inteligencia Emocional es el mejor predictor del éxito

Por Carmen Sánchez, CEO de Intelema

El coeficiente intelectual ha sido tradicionalmente el indicador más popular a la hora de medir la capacidad de los escolares en el desempeño de sus funciones y, en un ejercicio de anticipación, determinar el futuro éxito de éstos en el ámbito laboral. Sin embargo, ese indicador ha demostrado ser inefectivo a la luz de la siguiente estadística destacada por Travis Bradberry, CEO de la plataforma TalentSmart: las personas con un coeficiente de inteligencia promedio superan en un 70% de las ocasiones a las que tienen un alto coeficiente intelectual. ¿Cómo es posible?

La cuestión está siendo abordada con profusión en el entorno académico durante los últimos años y, a raíz de las investigaciones y experiencias al respecto, se ha propiciado un cambio de enfoque necesario en la medición del factor éxito, con diferentes actores ampliando la noción de inteligencia. Ésta ya no queda delimitada por las estrecheces de un test estándar, sino que ha sido redefinida y completada en diversas aproximaciones como la Teoría de la Personalidad de Raymond Cattell, la Teoría de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner y, en especial, las teorías en torno al concepto de Inteligencia Emocional (IE).

Dicho concepto apareció de forma oficial en 1990 de la mano de los psicólogos norteamericanos Mayer y Salovey, que construyeron la idea sobre el trabajo de su colega Edward Thorndike, quien, en 1920, introdujo el término “inteligencia social” para identificar la habilidad de comprender y dirigir a los seres humanos. Después, la Inteligencia Emocional encontró nuevos aliado en su recorrido hacia nuestros días en las figuras del citado Howard Gardner –en 1975–, del universitario Wayne Payne –en 1985 habló de la IE en su tesis– y, finalmente, de Daniel Goleman, que en 1995 publicó la conocida obra “La Inteligencia Emocional”.

Todos ellos sumaron en la tarea de mermar el prestigio del coeficiente intelectual en favor de una idea que no desatiende la importancia de las emociones, reconocidas hoy como componente inseparable del concepto global de inteligencia. Ese reconocimiento es la razón de que unos 250 centros educativos de España, Chile y Uruguay hayan introducido el trabajo de las emociones y las competencias sociales en el currículum ordinario a través del programa Educación Responsable que desarrolla desde 2006 la Fundación Botín. Y también es el motivo de que las empresas jóvenes estén asumiendo, cada vez más, el siguiente axioma: “Contrata la actitud y entrena la habilidad”.

La rentabilidad de una premisa que prioriza la actitud respecto al sobrevalorado coeficiente intelectual queda constatada en los numerosos estudios que se han venido realizando en el terreno de la Inteligencia Emocional. Por ejemplo, el psicólogo Richard Boyatzis estudió en 1982 a varios cientos de directivos de 12 organizaciones y precisó que aquellos con mayor capacidad de autoevaluación lograron un rendimiento superior. Y en una línea similar, el psicólogo David McClelland encontró –en 1998– a partir de los datos de más de 30 organizaciones que aquellas con competencias de IE desarrolladas habían superado los objetivos anuales de ingresos entre un 15% y un 20%.

Pero el cuerpo de literatura no se agota en el balance de resultados para el directivo y su empresa, sino que cruza la línea y evalúa el impacto sobre el postulante a un empleo. Por ejemplo, una encuesta realizada por el portal CareerBuilder a 2.600 reclutadores de diferentes empresas se saldó con los siguientes resultados: el 71% dijo que valoraba la inteligencia emocional en un empleado por encima del coeficiente intelectual; el 75% dijo que probablemente promovería antes al trabajador de elevada IE; el 59% aseguró que no contrataría a candidatos con alto CI pero baja IE; y el 34% dijo que ya estaba poniendo mayor énfasis en la IE a la hora de contratar.

Asimismo, cabe destacar la investigación en este campo elaborada en 2010 por la Virginia Commonwealth University y titulada “La relación entre la inteligencia emocional y el desempeño en el trabajo: un metanálisis”. En dicho estudio, el equipo de la universidad norteamericana resolvió –tras años de trabajo– que “la alta Inteligencia Emocional tiene una relación con el desempeño laboral fuerte”, siendo un factor pertinente para determinar el éxito en el ejercicio laboral. “Esta investigación proporciona evidencia científica para respaldar la idea de que prestar atención a los estados de ánimo y las emociones es bueno para los negocios”, agregó Ronald Humphrey, profesor de la Virginia Commonwealth University.

Un estudio made in València

Por último, ya dentro de nuestras fronteras, a finales de noviembre se presentó una investigación elaborada en la Universitat de València por la Doctora Pilar Ripoll y la consultora de recursos humanos Intelema, articulada con el objetivo de dotar de base científica a la disciplina del coaching, en la que –entre otras cosas– quedó demostrado que la estrategia de trabajar las competencias emocionales en el entorno laboral se traduce en una mayor productividad de los empleados.

Estos estudios no hacen más que dotar de validez científica a un conocimiento intuible, de pura lógica: los estados de equilibrio y desequilibrio emocionales influyen en nuestros niveles de rendimiento laboral, en el funcionamiento en el trabajo y en la empresa. Está demostrado que, cada vez en mayor grado, las personas que más rápidamente ascienden en sus carreras profesionales suelen ser precisamente aquellas que poseen un mayor coeficiente emocional, puesto que son las emociones las que determinan cómo respondemos, cómo nos comunicamos, cómo nos comportamos y, en suma, como funcionamos en el ámbito laboral.

En ese sentido, es el coeficiente emocional y no intelectual el que determina el grado de adaptabilidad y progreso que un empleado tendrá dentro de una determinada trayectoria profesional –su futuro éxito–, y es asimismo el que conviene promover, desde el seno de la compañía, para formar un equipo con elevados niveles de autoconocimiento, autocontrol, motivación interna y empatía. Estos ingredientes combinados son saludables en la etapa escolar y rentables en la fase profesional.

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