La casa de los gigantes

Asistimos a la exposición de ‘gegantons’ escolares e infantiles, con motivo de la celebración en Barcelona de las fiestas de Santa Eulalia.

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Como abrir la puerta de una casa de muñecas y entrar sin problemas, como convertirte en pepita pulgarcita para poder ver de cerca a sus inquilinos: gigantes coloristas ataviados con babis y uniformes escolares, unidos por el denominador común de la fiesta, de la escuela y de la representación del compañerismo entre alumnos de ambos sexos. Barcelona celebró el pasado fin de semana una nueva edición de las fiestas de Santa Eulalia y, con ellas, la IX Trobada de Gegantons infantiles y de escuelas.

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Antes, y durante seis días, los curiosos pudieron entrar en la Casa de la Caridad, convertida en esa especie de casa de muñecas al disponer en las dos alturas de su patio los ‘gegantons’ (gigantes) de más de dos metros de altura que convirtieron al visitante en niño, a tenor de la diferencia de altura y de la temática compartida por todas las figuras. Procedentes de distintos colegios adscritos a la Coordinadora de Geganters de Barcelona, los gigantes de cartón piedra lucieron galas escolares, en las que predominaba el babi tradicional o bata de escolar.
 
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Cada figura o pareja llevaba aparejada una leyenda breve en la que de daba cuenta del colegio de procedencia, el tamaño y el peso de los gigantes. Como Dragoneta, una dragona sin fuego y buena “amiga de los niños y que lleva babi para ir a la escuela con sus amigos y compañeros de clase”, construida por los alumnos de la Sagrada Familia de Sant Andreu (Barcelona); Manel, un niño gigante de 2,40 metros de altura y 20 kilogramos de peso, construido por los niños del colegio Sant Joan Bosco de la Ciudad Condal.

Sin desfilar y sin sus portadores, los ‘gegantons’ expuestos en la Casa de la Caridad demostraron contener de antemano toda la vida de sus creadores y de los niños que representan, tanto por la alegría de sus figuras, como por sus ojos grandes, sus gestos amables e indumentaria de dibujos animados. Una experiencia sensorial que convirtió la visita en un viaje a tiempos de olor a pizarra, tiza, ceras, secreteres, rotuladores, portaminas y lapiceros de colores.

Javier Montes Castrillo

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