Más periodismo que nunca

Cada vez que un periódico o medio de comunicación cierra, un trozo de nuestra identidad e integridad ciudadana se va por el sumidero. El daño intelectual y cultural va mucho más allá de un frío número en la estadística anual de la profesión, sólo superado por la crudeza de una persona, cuando no familia entera, empujada a la cola del paro. Al frío de la incertidumbre, las dudas vitales y las preguntas constantes. El qué he hecho yo para merecer esto o por qué no le haría caso yo a mi padre y estudiaría aquella carrera técnica.

El periodismo tal y como lo conocíamos agoniza en España, con una difusión que usando los cálculos más optimistas no supera el medio millón de ejemplares entre las cuatro principales cabeceras. Mejor no pararse a echar cuentas de ventas reales. Dentro de muy poco ver un diario impreso en la calle será objeto de celebración. De hecho para muchos ya es considerado un hábito vintage, casi como fumar en pipa o portar sombrero. No hace falta mirar a los millenials, pocas manos manchadas de tinta hay ya entre los que ampliamente superan la treintena. Ni hablar ya de las generaciones venideras. Mi hijo, de dos años, desliza el dedo y presiona cualquier ilustración grabada en superficie plana. Espero quitarle la costumbre para evitar que los periódicos, semanales y revistas que desde hace dos décadas guarda su padre, planchas de aluminio offset de números uno entre ellas, acaben un día en la basura.

 

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Ningún país escapa al drama, pero como en todos los órdenes de la vida hay quien sale mejor y peor parado. Este país es de esos últimos en lo que a salud del sector se refiere, y dentro de él la Comunidad Valenciana. Este fin de semana, a través de la Unió de Periodistas Valencians, conocíamos el enésimo zarpazo a la profesión en nuestro territorio: el cierre de la edición de ABC en la autonomía, un desmantelamiento que se inició en noviembre en la delegación de Alicante y que ahora deja la presencia del decano de la prensa española reducida a la mínima expresión. La decisión llega sólo unos meses después de que los compañeros de El Mundo sufrieran una importante reestructuración de plantilla en ambas provincias, que había seguido a la inicialmente emprendida por El País. No hace falta remontarse mucho más para recordar lo ocurrido con otras cabeceras provinciales, emisoras de radio o Canal Nou.

 

Los costes de impresión, de distribución, la caída de la publicidad, el cambio de hábitos de los lectores, las nuevas tecnologías, las pesadas estructuras, el descenso de las ventas… Todos los argumentos caben para explicar lo desolador del panorama. Tan ciertos como usados como pretexto por las empresas para justificar descensos de salarios tan acusados como aumento de las jornadas laborales, multiplicación de las tareas asignadas y reducción de medios para realizar el trabajo. Esos de “no se puede” mientras los directivos seguían gastando cifras indecentes en restaurantes o viajes para mantener reuniones donde tratar asuntos que -los redactores lo saben y los autónomos aún más- se podían finiquitar con una llamada de Skype.

 

Contemplando ese rastro de tierra quemada es fácil dejarse llevar por la corriente de los que opinan que el periodismo ha muerto. Es lo más sencillo pero corren el serio riesgo de equivocarse. Han cambiado los soportes, el medio e incluso la forma de contar las cosas. Del mismo modo que un periodista nunca deja de serlo, los crudísimos últimos tiempos han curtido todavía más a los verdaderos profesionales de un oficio que se ama. Renovándose, adaptándose, innovando. Allá donde haya alguien informando, formando o describiendo la realidad habrá periodismo. Así es y más que nunca. Sólo ha cambiado el sitio donde encontrarlo.


@ivan_munoz

Foto: @ComiteABC

Manolo Gil

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