Perdona si te llamaba amor

Era un 14 de septiembre de 1960, el día estaba nublado (un tópico) y aterricé en Bagdad. Mis expectativas depositadas sobre aquella ciudad no eran otras que visitar a un viejo amigo que conocí en un bar londinense, él sabe a cuál me refiero.

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Mi sorpresa fue encontrarme en el aeropuerto con ella. Lucía pelo largo. De ojos marrones y rubia, (lo que le hacía diferente entre tanto cabello oscuro) era una chica joven y no sabía por qué ni a quién esperaba en la puerta de llegadas de la terminal. Pero supe que era ella. Toda mi vida esperando encontrar a alguien – digamos “así”- y allí estaba. Fui valiente, lo admito, me acerqué hasta ella. Tenía conciencia de que sería la mujer que todos querrían tener a su lado. Así que entenderán que se enamorara de mí.

 

La relación empezó como lo hacen las de esas películas que te las pintan tan bonitas y acaba tu novia llorando a tu vera mientras te dice que eres el hombre de su vida. La llevé por todo el mundo y, allí donde iba, dejaba cuellos rotos, miradas perdidas y ofertas indecentes. Pero, como lo más común es contar lo que queremos oír o retener (memoria selectiva), les diré que tuvimos unas cuantas crisis: en el 73, en el 79 y en 2003. Se superaron, porque en aquella época su belleza aún cautivaba a medio mundo y era muy común escuchar las propuestas que hombres de todo el mundo le hacían, a cada cual mejor y más atractiva. Esa era tu época, esa fue nuestra época.

 

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Lo que llegaste a ser y lo que eres ahora. Te ha salido alguna que otra cana y aquel chino que tanto te quiso se está apartando del camino. Aparecieron chicas tan guapas como tú en ese país donde tantas películas se ruedan y donde ahora ya no acaban tan bien. Todo ha cambiado porque ahora y sólo ahora se pegarían por ti un saudí con un iraquí (con todos mis respetos) y porque la edad pesa, incluso para ti, mi amor.

 

Cómo te miraba y cómo te miro ahora. Destruiste miles de corazones, esos que nunca más se volverán a arreglar, incluso el mío. Me podrás echar en cara que ahora miro a otras, que ya no te presto tanta atención, que soy un superficial o que a mí también me pesan los años, pero hemos llegado, sin explicación alguna, a un punto en el que me interesan otras cosas en la vida.

 

Sólo deseo que algún día me recuerdes con buenos ojos por lo que fuimos, por lo que un día llegamos a ser. No olvides que un día fuiste mi amor, mi oro negro, mi crudo.

 

Fdo. La demanda


 

Foto: Marga Ferrer

Marcos García Martí

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