La leyenda centenaria de Gino Bartali

El 14 de julio de 1948 Europa intentaba superar las heridas todavía recientes de la II Guerra Mundial. Italia, convulsa y pasional como siempre, se había echado a la calle. Al borde de la guerra civil. Ese día, en Francia, Louison Bobet paseaba el amarillo por las carreteras de la Francia de la Cuarta República. Ese día, en Roma, un estudiante de derecho, sacaba su pistola apostado desde una de las salidas laterales de la Cámara de Diputados y descerrajaba cuatro disparos sobre el Secretario General del Partido Comunista Italiano, Palmiro Togliatti. El ambiente, claro, se caldeó todavía más. El enfrentamiento entre hermanos parecía inevitable.

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A muchos kilómetros de allí, Gino Bartali vivía ajenoa todo ello. Tenía suficiente, a punto de cumplir los 34 años, con aguantar lasembestidas de Bobet en las etapas alpinas de aquel Tour. Viajaba muy retrasado cuandorecibió la llamada del Primer Ministro italiano, Alcide De Gasperi. ConTogliatti en el hospital, sin saber si iba a salir de aquella. Con las callesconvertidas en un polvorín. Con la miseria caldeando la voluble sangretransalpina. Con media Italia todavía por reconstruir tras los estragos de laguerra. Con tantas cosas por las que preocuparse, De Gasperi descolgó elteléfono para pedirle un favor a Bartali: “¿podrías ganar el Tour de Francia?”Le explicó la situación. Italia necesitaba unirse en torno a una figura.Alrededor de algo o alguien que fuera más grande que la miseria, la guerra, lospolíticos o, incluso, que Italia misma.


Con casi media hora de retraso sobre el líder de la carrera,el francés Bobet, Bartali no se atrevió a prometer un imposible. “No puedoprometerle el Tour, pero le garantizo que ganaré la etapa de mañana“, zanjóseguro. En los 274 kilómetros entre Cannes y Briançon, el campeón italiano nodio opción. Venció. Humilló a Bobet, que un día más tarde, entre Briançon yAix-les-Bains volvió a ver cómo Bartali se llevaba la etapa y se vestía deamarillo. Un amarillo que no soltaría hasta París, donde se llevaría su segundoTour de Francia con 26 minutos sobre Schotte y 28 sobre Lapébie. Todavía nohabía recogido Bartali las flores del podio y un hombre llamado Tonengoirrumpió en una sesión en la que parecía que el Partido Comunista iba a decidiruna revuelta a gran escala al grito de “¡Bartali ha ganado el Tour!“Todas las diferencias se olvidaron y los diputados se abrazaron.


Ese mismo día. Casi a la misma hora, Togliatti despertó delcoma. Pudo sacar fuerzas suficientes para permitir el acceso a un grupo deperiodistas y grabar un mensaje de tranquilidad. Un llamamiento a la calma.


Un año más tarde, de nuevo en tierras francesas, el hombreque había conseguido calmar los ánimos en Italia, la figura entorno a la quetodo un país olvidó sus odios hasta que el propio Togliatti pudo sacar fuerzaspara llamar a la calma desde su cama en el hospital, era el ídolo de mediaItalia. La otra media, con ese carácter tan latino que bien conocemos tambiénen España, le despreciaba. Casi le odiaba. En la Italia de 1949 o eras deBartali o eras de Coppi. Y así fue hasta 1952, momento en el que en laterrible ascensión del Galibier, esa división quedaría sellada para siempre.Esa imagen de dos rivales unidos. Dos enemigos con las manos agarradas al mismobidón. Dos ciclistas de leyenda ayudándose. Pero… ¿quién a quién? No se sabe ynunca se sabrá. Los Bartalistas aseguraban que el de Florencia, sabedor de quehabía llegado su inevitable ocaso 15 años después de su primera visita al Tour,quiso ayudar a Coppi a alcanzar su segunda victoria en París. Los Coppistas,por su parte, lo ven claro. En su portabidones no hay botella de agua. El queprácticamente flota en el aire es su último sorbo de agua y se lo cede a unBartali que está sufriendo. Incluso Martini, el fotógrafo que captó el momento,diría muchos años después que la pose fue idea suya y que los corredoresaccedieron a ello. Nunca conoceremos la respuesta, pero ese día, en esepreciso momento, Italia volvió a unirse.


Giulio Andreotti, años después, aseguraría que “decir queBartali evitó una guerra civil en Italia sería, quizás, exagerar, pero aquel 14de junio, el día del atentado contra Togliatti, su actuación fue decisiva paracalmar las cosas”.


Son estas dos anécdotas. Dos gotas de agua que conforman elocéano de grandeza que supuso Gino Bartali. El primer ciclista total.Posiblemente, la primera figura global del deporte. El corredor delfascismo que se dedicó a salvar a judíos. El hermano que estuvo a punto dedejar la bicicleta tras el fallecimiento de Giulio. El visionario que introdujoel cambio de marchas en el ciclismo. El meticuloso deportista que antes de lasalida del Tour de 1948, el de su regreso tras nueve años de ausencia por laguerra, se pasó una noche entera memorizando caras y nombres de corredoresque no conocía.

Son estas, simplemente, dos historias, quizá exageradas, deaquel ciclismo mítico. El que no se veía en directo por televisión. El que, consuerte, se escuchaba por la radio. El que la mayoría seguía a través de lashistorias, seguramente muy noveladas, de los periódicos de la época. Son, endefinitiva, una muestra de la vida de un tipo que nació un día como hoy de hacecien años. De un tipo que murió en el año 2000 y del que un día les contaréotra anécdota. Más personal, pero igual de emocionante. Un hombre especial. Unaleyenda.


Javier Montes

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