Esos locos lorquianos

Siempre que emprendo la grabación de un nuevo documental siento un pellizco en el estómago. Y esta vez no ha sido diferente. Viajamos tres. Juan José Ponce, realizador de raza, al que le pirra un buen pedazo de carne. Iván Romero, sutil como pocos con la cámara, viajero y amante de su trabajo. Y el que escribe, periodista que cada día añora más los tiempos en los que la calle era su hábitat natural y no un despacho, un documento de Excel y dos teléfonos móviles.

Nos desplazamos a laVega de Granada, cuna del poeta Federico García Lorca. Esta es una de esascoberturas en las que lo que se busca, más allá del rodaje, es abrir camino,husmear la esencia, hacerse con el lugar, escuchar, observar, conversar. Asíque vamos sin demasiadas prisas, con la agenda algo vacía, dispuestos a cambiarel itinerario en cualquier momento.  Muy ligeros, muy atentos.  


Entre tanto olivarandaluz, La Vega de Granada viene a ser un vergel que emerge inesperado. Es unlugar tocado por las aguas de pequeños ríos y riachuelos: las del Genil, elCubillas o el Beiro. Algunos no pasan por ser más que un chorrillo risueño queserpentea. Sin embargo, a las puertas de la bella ciudad de Granada, La Vega esrica en sombras y caminos, con sus viejos secaderos de tabaco y las inconfundibleschoperas donde el silencio sólo es interrumpido por los pajarillos y eldiscurrir libre de esas aguas.


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Valderrubio, es unpueblo relativamente nuevo, que en los tiempos de Federico se llamaba”Asquerosa”. El poeta, que tenía su casa de verano enclavada en la calle Iglesia,jamás pronunció su nombre. Tan poco le gustaba que,  en lugar de recibirsu correspondencia en casa, prefería ir a buscarla al apeadero de San Pascual,donde el tren paraba y había algunos buzones para los paisanos de la zona.Imagino que, un hombre como Lorca, no soportaría ver en el membrete aquelnombre tan malsonante unas líneas más abajo del suyo.


Pepito del Amor es hoyel guardián de la casa de verano de García Lorca. Nació dos calles más allá, yacudía a la del poeta a pedir agua y así no tener que interrumpir sus juegos deniño. Su vida la ha pasado en Valderrubio, no se ha movido ni tiene intenciónalguna. Él atiende a los turistas, les explica los años que Lorca pasó entreaquellos muros, lo que escribió y mil batallas más. Y lo hace a su forma, quees la de los antiguos, sin erudiciones, como se lo contaron los vecinos yamigos de la familia. Sin Pepito del Amor la casa no sería la misma. Fue élquien, sin saber muy bien que hacía, rehabilitó la vivienda, le dio vida,recuperó enseres, muebles, fotografías, hasta que las autoridades comprendieronque tenían una joya por explotar; el lugar donde Lorca pasó algunos de losmomentos más felices de su vida y donde escribió La Casa de Bernarda Alba,La Zapatera Prodigiosa o Doña Rosita la Soltera.


Pepito del Amor noscuenta todo esto mientras nos invita a un vino dulce de la zona y unasavellanas en el patio donde Federico contactaba con su niño interior y empezabaa soñar con su teatrillo ambulante. 


Nos acompaña en el tragoun lorquiano de esos locos -porque todos los lorquianos están locos- que vienea cumplir una vieja promesa. Carlos Roberto Gómez,portorriqueño,  editor, poeta y profesor de literatura. Hace años editó unestudio sobre la obra de teatro de Federico “El público”. Federico laescribió seis años antes de que las bestias se lo despachasen. Y pasaroncincuenta y seis más hasta que se estrenó en Puerto Rico. Carlos Roberto noshabla de la homosexualidad reprimida, de la falsedad, la hipocresía, delsurrealismo de la obra y de la claustrofobia. 


Todo esto, mascullaPepito del Amor, le suena a pipirrana;vamos, que es un revoltijo. El portorriqueño no sabe que una pipirrana es unaensalada de cebolla, tomate, pimiento verde y pepino a la que unos le echanhuevo, otros pescado y otros embutidos. Pero la palabra le hace gracia y yallevamos más de un vino, así que la risa se contagia.  


Carlos Alberto viene deFuente Vaqueros, lugar de nacimiento del poeta, pero confiesa que no le gusta,que aquello parece un museo sin alma, que lo que a él le gusta es “Asquerosa”,o la Vega de Zujaira, como le apodó Federico para no citar a la innombrable.


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Nos despedimos de CarlosAlberto y Pepito del Amor, que a sus 68 años se lasarregla en bicicleta como un zagal. En la puerta de la casa conocemos aLiudmila, o más bien la rescatamos. Liudmila Kievankina es rusa y se enamoróperdidamente de Federico a los 15 años. Desde entonces ha recorrido el mundo traslas huellas del granadino: España, Francia, Nueva York, Buenos Aires… Es lahora de comer y Liudmila quiere ir paseando de Valderrubio al Cortijo Daimuz.Apenas distan 4 kilómetros sin embargo, un sol implacable hace de la excursiónuna absoluta temeridad. Así que se deja aconsejar y acepta la invitación acomer en La Venta, un bar junto a una bella y sombría chopera, en la carreteraque lleva a Fuente Vaqueros.


Con 37 años, esta médicoresidente en Dzerzhinsk, una ciudad que lleva el nombre de un antiguo jefe depolicía bolchevique de la NKVD  -predecesoradel temido KGB- canta coplillas a las que acompaña con la guitarra con unasoltura y una voz angelical. Primero se arranca con En el café de Chinitas,compuesta por Lorca y que llegó a grabar con los dedos sobre el piano, junto ala Argentinita. 


En el café de Chinitas
dijo a Paquiro un hermano:
“Soy más valiente que tú
más torero y mas gitano.”

En el café de Chinitas
dijo a Paquiro un Frascuelo:
“Soy más valiente que tú
más gitano y mas torero.”

Sacó Paquiro el reló
y dijo de esta manera:
“Este toro ha de morir
antes de las cuatro y media.”

Al dar las cuatro en la calle
se salieron del café
y era Paquiro en la calle
un torero de cartel.

 

Luidmila se emociona alcantar el Romance Sonámbulo –Verde que tequiero verde…– y cree que nuestro encuentro no es fruto de la casualidad.Hoy hace 114 años del nacimiento del poeta y ella está segura que Lorca nos haenviado para agradecerle su visita. Yo no pienso igual, pero lo cierto es queesta enigmática mujer ha tenido suerte de encontrarnos, porque de veras quetenía riesgo pasear con estas temperaturas.

Durante la comida conversamos con Paco Vaquero,presidente de la Asociación Lorquiana de Valderrubio. Paco sostiene que Lorcanació en el pueblo, en el Cortijo Daimuz, y no en Fuente Vaqueros.  Erahabitual –dice- que a los bebés seles bautizara nada más nacer porque morían muchos niños recién nacidos enaquella época, de ahí que en la partida de bautismo se diga que nació el díaanterior al que se le inscribió, o sea el 5 de junio de 1898, pero no fue enFuente Vaqueros“. Vaquero argumenta su hipótesis con vehemencia pero  lo cierto es que no hay pruebas concluyentesque den veracidad a esta teoría. 

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Tras la comida en La Venta,  nos acercamos a la Fuente de la Teja. Nos hacostado un poco encontrarla ya que apenas hay indicaciones. Además hemosretirado algunas bolsas y restos de envoltorios de comida. Este lugar merecemás cuidado.


La Fuente de la Teja es un manantial natural enel margen derecho del río Cubillas. A Federico le gustaba perderse en suarboleda y le inspiró en muchas de sus poesías juveniles. Es un lugar fresco ytranquilo, como lo describe en su poema Deseo (1920):

” …mi paraíso un campo,sin ruiseñor ni lira, con un río discreto y una fuentecilla.”


Aprovechamos para grabaralgunos planos, aunque sea sólo para remangarnos los pantalones y mojarnos lospies. No me extraña que el artista dejase pasar sus horas en el corazón de LaVega. Nuestra lorquiana soviética nos habla de la muerte del poeta como a quienle han desgarrado el corazón. “Su muertees la muerte de ser libre”, argumenta con emoción. Admite que no existen buenasbiografías de Lorca en su país -la última de Ian Gibson tiene 2.000 páginas encastellano y 1.000 en inglés, pero no ha llegado a Rusia – aunque defiende quela calidad de las traducciones de su obra es excepcional. 


Dejamos a Liudmila en laestación de autobuses –no ha parado de regalarnos sus cancioncillastradicionales e incluso algunas más elevadas- y optamos por hacer unas tomas dela puesta de sol.  Así que buscamos unlugar abierto cerca de la carretera que conduce a Láchar. Allí nos encontramoscon Luis López, un  lugareño de 68 años,que está encañando tomates con gran habilidad. Durante 30 años fue camionero,después maquinista y, tras la jubilación, agricultor y abuelo de un buen puñadode nietos. Esta zona de cultivo es rica en tabaco, espárragos y maíz. Antes fuela remolacha –el propio padre de Federico, se enriqueció con la producción deeste fruto- la que dio esplendor y dinero a La Vega.


El hombre es algoesquivo a la hora de hablar y al preguntarle por Lorca sentencia en una frase “qué quieres que te diga, hijo… se locepillaron de muy mala forma”.


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A la mañana siguienteacudimos al Cortijo Daimuz. Esta casa de campo fue adquirida por el padre deLorca. “Por entonces tenía 1.000 “marjanes”de terreno, el equivalente a 50 hectáreas”– nos cuenta Manolo Toledano, elactual propietario. El Cortijo Daimuz se encuentra en un llano que mira aSierra Nevada. En la zona sur arranca el Camino del Martinete, la Vega Baja  de la que hablaba el poeta, un paseo deliciosoentre choperas que conduce a la junta del Genil y el Cubillas. Manolo trabajóhasta la prejubilación en el Banco Santander y no bromea a la hora de decir queha sacado todos sus ahorros de Bankia, porque “me apesta todo esto”. Luego se hizo agricultor y compró el cortijo.Pero esos locos lorquianos le inyectaron el veneno y desde hace tres años trabajaa diario en la recuperación de la casa de campo de la familia Lorca.  Es un hombre de apariencia ruda que sorprendepor sus conocimientos de historia y sus formas campestres. Se ha gastado undineral en el Cortijo Daimuz y todo de su bolsillo, arriesgando sus posibles: “Por costar me cuesta hasta broncas con mimujer, que no le gusta que esté todo el día aquí trabajando. Mis hijos meayudan mucho, aunque lo hacen por mí, porque ellos no entienden de esto. Yo yaestoy mayor. Si tuviese diez años menos, otro gallo cantaría”. Manolo tienela visión de un Cortijo Daimuz al que acudan los turistas, un lugar dondereencontrarse con la esencia del origen de Lorca, donde pernoctar si se quierey ver su precioso amanecer.


“Viznar es una ilusión… ahí no está enterrado Lorca. ¿Tú tecrees que un padre como el de Federico, un hombre liberal, terrateniente y condinero, iba a dejar a su hijo en una zanja? Él tenía amigos, a Lorca lodetuvieron en casa de los Rosales, que eran de falange. No pudo evitar sumuerte pero yo creo que si pudo enterrarlo. ¿Dónde? Eso sólo lo sabe lafamilia”-afirma Manolo. Esto nos lo cuenta mientras caminamospor un espectacular malecón levantado por los regantes para evitar lasembestidas del Genil.


Los rayos de sol secuelan por entre las choperas dando un verde fluorescente a las hojas más altasque contrasta con el oro de las espigas a ras de suelo. Seguiremos recorriendoestos parajes en compañía de esos locos lorquianos.

Laura Bellver

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