Crisis creativa

La pasarela pálida. Expectante. Mirándose ante el espejo infinito del cielo. Contemplaba la inmensidad. Descarada, anodina, pueril, soñadora, risueña, colorida. Presumida siempre ante el espejo de las vanidades. Parece que se ruboriza ante un público que la mira. Pensamiento en la nada o en el todo. Entre tinieblas y luces. Partida entre blancas y negras. Controversia entre lo divino y lo terrenal. Definición o ambigüedad. Así ha finiquitado la XII Valencia Fashion Week, una jornada fundamentada en las diversas opiniones de los expertos de la moda en la ciudad del Turia. Para una servidora, se han ido apagando las luces de la época dorada de anteriores ediciones y han dejado paso a un camino de inhóspitos senderos de oscuridad. La crisis ha afectado a la mayoría de los diseñadores e incluso a algo que parece que también comienza a tambalearse: La creatividad y la imaginación.

Parece ser que en época de crisis se pierde todo, se olvida, sirenas de cabellera dorada esconden el  baúl tras los arrecifes de las islas perdidas, se borra fulminantemente de nuestro ser aspectos tan esenciales de una pasarela como la originalidad, el espectáculo y la temática de la colección que debería de ir íntimamente relacionado con lo que se observa en ésta. Tal vez, ellos estén olvidando la más absoluta de las disciplinas que debiera poseer un diseñador: La creatividad. Unas sabias palabras de Edwin H. Land representan el espíritu de esta pasada edición de VFW: “Lo esencial de la creatividad es no tener miedo a fracasar.”  Con ello, alcanzamos la idea que los diseñadores de la XII Semana de la Moda valenciana han apostado más por los criterios comerciales, seguros y fiables antes que recurrir a la  musa de la creatividad. La creatividad nos empuja a una escalera sin retorno, es imparable, fluye como un fuerte oleaje y se desborda ante los proyectos. Cuando se controla la creatividad y se evita la sensación anímica del miedo al fracaso se puede consensuar la dualidad, casi mística e inseparable de la finalización de un producto: El saber hacer y la creatividad.

Las colecciones presentadas estaban ceñidas por los corsés del miedo, por las opresoras líneas rectas, por las dictadoras enaguas, y por la exigencia de las crinolinas. No se visualizó un ápice de novedad, de originalidad, de sensación o chispa de creatividad. Los mismos diseñadores no se conseguían distinguir los unos de los otros  si no se leía su nombre anunciando su colección.  El término “fracaso” es un vocablo que todos y cada uno de nosotros lo tenemos en las profundidades de nuestro cerebro y que comienza a parpadear cuando comenzamos con un nuevo proyecto o reto en la vida de cualquier ámbito.

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Cuando se comienza a crear una colección, los diseñadores ya cuentan con el temido chasco, con la posibilidad de que ocurra, de que todo el trabajo y las ilusiones puestas en él se esfumen como una ligera brisa de mayo. En este caso, los medios de comunicación, la incorporación de las redes sociales y los espacios de participación ciudadana tenemos una evidente responsabilidad social y fomentamos y creamos una clara opinión pública que puede ser o no reflexionada o criticada por los demás. Por ello, no es de extrañar los denominados “juicios de valor” que se realizan a algunos diseñadores y que pueden o no otorgarles una popularidad y un valor merecido.

La mejor arma es la pluralidad informativa, aquella que da protagonismo a todas las voces de la sociedad y que obtiene opiniones muy diversas sobre un tema, y en este caso pueden surgir discrepancias sobre un diseñador en concreto y su colección. No sería justo tampoco decir que los diseñadores deben de arriesgar sin meditar otros criterios básicos a la hora de anunciar y crear una nueva colección, pueden dibujarse ante el horizonte una marca donde se roce, con una suave caricia, la línea de pensamientos como “demasiado extravagante”, “muy creativo, no se lo podrá poner nadie”, “ninguna mujer podría salir así de su casa”. Pero otra muy distinta es asfixiarse en la pasarela de la monotonía y la de la rutina, encorsetada y ahogada de este año.

Pero no todos han optado por ese camino, algunos se han arriesgado, algunos han perseguido metas, algunos han dejado volar su mente, algunos han bailado hasta el fin del mundo, algunos han soñado sin soñar, algunos nos han hecho vibrar como espectadores de este evento.

Ella, una mujer que nos muestra sensualidad y elegancia. Ambigüedad con el smoking y prendas masculinas, recordando la tendencia de la androginia del maestro Yves Saint Laurent en los años 60 cuando éste danzaba con la imprecisión de sexos y vestía a mujeres con prendas masculinas. Cristina Piña nos devolvió la sofisticación a ritmo de jazz, sonaba una melodía impredecible, mientras las modelos parecían que se movieran al ritmo de ésta en la pasarela. La palidez de la pasarela había recobrado el aliento ante una dosis de diferenciación, ante esa melodía que fundía encajes, trajes smoking, dualidades de colores entre el negro y el blanco, trajes de años 20 que recordaban la etapa del cabaret, y cortes asimétricos. Tras el fundido y el cese de la música llegamos al día siguiente con él, un hombre idealista, luchador, no convencional que reivindica el volante, se lo inventa, sin ñoñerías, sin cursiladas. Juega con él ante el fluido de mujeres vestidas de tonalidades color pastel y mujeres que proyectan una sexualidad desbordante. Jaime Piquer dibujó a mujeres sofisticadas, con siluetas longui-líneas, acentuando las curvas, la cintura y proyectando la imagen de la mujer y la de la niña ante la mirada de un Ágora repleto.

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La cuestión y la diferencia entre VFW y la pasada Madrid Fashion Week radica en una fórmula mágica, en un componente que divaga entre las sombras: el público. Los asistentes de la pasarela madrileña van a observar los diseños nuevos, exquisitos, exclusivos y originales para posteriormente realizar una adquisición ya sea en el mismo momento tras finalizar la pasarela o bien después en el punto de venta correspondiente. Sin embargo, la Semana de la Moda valenciana no goza de ese público, de ese nicho de mercado que adquiere los diseños que se observan y que han deambulado en la pasarela. Por lo que, es lógico visualizar en Madrid un gran espectáculo, colecciones llenas de vida, de colores, estilos diferentes y más creatividad, aunque la de este año ha estado más caracterizada por el criterio más comercial compaginado con una dosis de creatividad, pero no en exceso. Por otra parte, Valencia ha apostado por colecciones muy triviales y escasas ante el público que se conocía de antemano que iba a ir a presenciar el evento.

Un aspecto muy destacable fue la labor de las modelos, mujeres de curvas perfectas, de rostros de porcelana, de labios del color rouge que paseaban con distinción y sofisticación ante la pasarela valenciana. Las musas de los diseñadores, las divas de la moda pisoteaban a la ruborizada pasarela, obsequiando la mejor cara y la profesionalidad oportuna. Ellas parecían siluetas volátiles, ligeras,  tenues, livianas que flotaban en el aire como la más tierna cometa.

La XII edición de VFW dejó a la pasarela austera de creatividad, con lágrimas de nieve, pisoteada por colecciones sin vida, dormidas ante la llama del fuego de la originalidad. Aunque algunos fueron los genios que devolvieron a la vida a aquella pasarela vanidosa de años anteriores, nos ronda una pregunta a los expertos en el tema de la moda. ¿El año que viene volverá a celebrarse la XIII Valencia Fashion Week? Sólo el tiempo dirá si la pálida pasarela de papel volverá a abrir sus ojos ante un nuevo despertar.

Laura Bellver

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