Unos días en la “Gran Manzana”

La primera vez que uno visita Nueva York tiene sentimientos encontrados: por un lado todo es familiar ‘ya visto en la televisión o el cine’ y, por otro, sorprende, impresiona. En el caso de Nueva York, además, la realidad supera a la ficción.

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Tiene más luz de lo que uno pudiera suponerle, es más abarcable de lo que uno imaginara, y los gordos son más gordos que en ninguna otra ciudad y el clima más agresivo que en cualquier lado. En verano –aseguran- es una parrilla, en invierno un congelador. Y, pese a todo, quizá sea la ciudad más divertida del mundo.

Algo de mi (mí) paso por allí
Escribe el periodista Enric González en su libro ‘Historias de Nueva York’ que cuando en Manhattan son las tres de la tarde, en Europa son las nueve de diez años antes. Es posible. No sé si Nueva York sigue una década por delante pero lo simula muy bien.

Nueva York está a 6.000 kilómetros de Madrid, a siete horas y media en avión y otros 20 minutos más del taxi que cogí desde el JFK hasta la 45 street, entre la 6 y la 7ª avenida, junto a Times Square. Si el vuelo se puede conseguir por 350 euros y el taxi cuesta 50 dólares, son los 6.000 kilómetros de trayecto más económicos que conozco. En el avión atraviesas el océano Atlántico, en ese taxi amarillo tan visto en las películas pasas por Queens –un barrio de casas bajas prefabricadas de esas que cuando llegan unas rachas de viento un poco fuertes se desmoronan- y Brooklyn, la cuna de, entre otros, Woody Allen. De repente, cuando sigues mirando de un lado a otro reconociendo que estás en un país diferente surge en la luna delantera del taxi una postal de película: una maraña de rascacielos (Manhattan).

Basta dejar la maleta en el hotel y saltar a la calle para darse de bruces con una sociedad peliculera. Un tipo vestido con un sombrero vaquero, calzoncillos abanderado estilo ‘fardagüevos’, botas de cowboy y una guitarra española es lo primero que me cruzo por la acera. Lógicamente me giro y me asombro al ver que soy el único al que le llama la atención ese extravagante individuo de casi dos metros de altura. En Manhattan cada uno viste, hace y dice lo que le da la gana siempre que se ajuste a la ley. Eso sí, para llamar la atención hace falta algo más que el ‘look’ que acabo de describrir. Curiosamente tiene más éxito una careta de Barack Obama.

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Camino por Times Square, bajo por Broadway hasta el Flatiron (quizá el edificio más bonito de Manhattan) y subo por la Quinta Avenida donde hay algunas tiendas que son auténticos museos. La Biblioteca Pública, la catedral de St Patrick’s y… ¡¡¡Ruth y Jesús!!! Dos íntimos amigos que andaban por allí de luna de miel. Me acuerdo de mi tío Ricardo que siempre defendió que Nueva York es como Gijón, un pueblón. Ya puestos quedé con ellos para comer el jueves.

Si uno sigue por la Quinta Avenida en dirección norte, es decir, hacia Central Park, acaba llegando a Tiffany’s. La foto parece obligatoria para los turistas (¡hay cola frente al escaparate!). Empieza a anochecer y subo al Top of the Rock (el piso más elevado del Rockefeller Center). De día, con luz solar, es un espectáculo, de noche, con luz artificial, es un espectáculo. No viene en las guías de viaje, pero a partir de octubre este tipo de visitas requieren abrigo, guantes, bufanda y un paquete de pañuelos de papel, algunos para enjuagar lágrimas de emoción y otros para el moquillo (puede provocar ambos efectos). Las gélidas ráfagas de viento invitan a tomar un caldo pero lo más parecido que encontré fue una Samuel Adams (una cerveza de Boston) y una hamburguesa en Le Parker Méridien Hotel de Nueva York, un lugar imprescindible de la Gran Manzana (no por la comida sino por el sitio. Quien visite la isla no puede irse sin pasar por The Burger Joint, en el lobby del hotel, detrás de unas cortinas rojas. Está en la 56 street, entre la 6ª y la 7ª avenida). Me lo agradecerán.

Antes de viajar conviene hacer un planning de lo que se va a visitar. El abanico de posibilidades es enorme. Sólo en museos se puede invertir un mes entero sin repetir. Yo fui al MoMA y al Metropolitan. Para gustos colores y para evitar colas, compre las entradas por Internet (www.moma.org y www.metmuseum.org).

Al MoMa le dediqué una mañana. Nunca había visto un Picasso junto a un helicóptero colgado del techo o a un Andy Warhol. La verdad es que creo que nunca había visto un original de Warhol pero tampoco es que me haya despertado nada especial. Me acordé del profesor de Historia del Arte de la Universidad…

Tampoco había visto nunca un helicóptero colgado del techo.
El museo tiene un pequeño patio interior con un estanque, unas sillas y alguna que otra planta. Es un buen sitio para descansar antes de sumergirse de nuevo en esas aceras custodiadas a ambos lados por edificios enormes.

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El planning en Nueva York tiene que incluir inevitablemente una, dos, tres o todas las tardes del viaje de compras. Hay quien va exclusivamente a eso. Es increíble la fobia que ha despertado el precio del dólar. Da la sensación de que si compras lo que sea ganas dinero. Todas las guías recomiendan centros comerciales pero… ¡cuidado! Por ejemplo Harry’s puede estar en cualquier población española de menos de 20.000 habitantes y al que suscribe hacer 6.000 kilómetros, estar siete horas y media en un avión, otros 20 minutos en un taxi amarillo y andar una hora para entrar en un establecimiento así le genera una sensación de paleto mayúscula.

Caminé mucho. No siempre buscando un Harry’s (que lo hice). Y tanto pasito genera sed. En Nueva York no hay muchos pubs pero algunos tienen su solera. Desde McGee’s (en la 56 street con Broadway) hasta The White Horse, en Hudson Street (recomendado por Enric González quien a su vez se lo había recomendado el malogrado periodista Ricardo Ortega. Yo ahora también se lo recomiendo a todo el mundo). Al parecer, cuenta Enric González, que un poeta, en 1953, anunció a voces que había bebido 18 whiskies y había batido la marca del White Horse. Luego se desmayó y, al despertar, tomó unas cervezas, fue a un hospital y murió de intoxicación alcohólica. No es un mal final si antes se ha disfrutado de las vistas desde el restaurante The View, en la planta 53 del hotel Marriot, en Times Square. Es un restaurante giratorio. Tarda una hora en hacer el giro de 360 grados. Cuando me lo explicó la camarera creí que me estaba vacilando pero no: tarda exactamente eso y gira de verdad. Las vistas son escandalosas, los precios también.

Resulta curioso quedar con unos amigos de Gijón para comer en el Pier 17 en un restaurante con vistas al fabuloso puente de Brooklyn. Antes, para quitar las madreñas de pueblerino, cogí la línea roja de metro hasta South Ferry. De ahí salen cada treinta minutos unas barcazas con destino a Staten Island. El viaje es gratuito y permite ver la estatua de la Libertad de cerca (pasa a treinta metros) y la sensación de alejarse y acercarse a Manhattan desde el mar es muy guapa. Desde South Ferry a Wall Street hay cinco minutos andando y de Wall Street a la Zona Cero otros cinco. Mucha historia en muy pocos metros. Es una pena pero ahora no dejan entrar en la Bolsa. De las Torres Gemelas prefiero no hablar. Del Pier 17 a Times Square hay un paseo de hora y media a través de Chinatown, Little Italy, el SoHo… es aquí donde se descubre una parte muy guapa de Nueva York.

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Si es una gozada comer viendo el puente de Brooklyn aún más cruzarlo. La pasarela peatonal sale de la parte trasera del City Hall (el ayuntamiento donde, por cierto, este martes salió reelegido Bloomberg convirtiéndose así en el primer alcalde de Nueva York que repite por tercera vez en el cargo. Algo que hasta ahora no se podía hacer pero este millonario cambió las leyes y ¡zas! Pasará a la historia por multimillonario y por eso. Una alcaldada, que allí también se dan). Aconsejan ir caminando fijándose en la gente que te cruzas cuando uno va en dirección a Brooklyn y volver viendo el skyline de Manhattan. Yo aconsejo disfrutarlo a tope. Hacer lo que sea es un espectáculo. Como el Village, otro barrio impresicindible. Quizá el más guapo. Al menos para mi.

En el planning de viaje muchos optan por incluir una visita al Bronx e ir a una misa gospel, a Broadway a ver un musical o pasear por el campus de la Universidad de Columbia. Yo preferí el Madison Square Garden y ver la casa de los Knicks. Un día escuché a Ramón Trecet decir que era el pabellón más impresionante del mundo. Curiosamente años después le oí decir que había cambiado de opinión, que era el de La Paz y La Amistad de Atenas. Yo el primero ya lo conozco. El de La Paz y La Amistad tengo unas ganas locas. Será en otro viaje.

Un poco de historia
Unos 18 euros actuales fue lo que pagaron los holandeses a los indios, en 1626, por la isla de Manhattan, bautizada Nueva Amsterdam. El primero en pisar esa tierra fue Hendrick Hudson, un aventurero que le da nombre al río que bordea la isla por el lado oeste. Entonces vivían 300 personas, hoy es la capital del mundo.

Apenas 40 años después, en 1664, los ingleses quisieron hacerse con esas tierras ya que Carlos III se las había concedido a su hermano, el duque de York. Los holandeses no opusieron resistencia y la isla pasó a llamarse Nueva York.

En plena guerra de independencia de los Estados Unidos, hacia 1780, los ingleses se defendieron del asedio del general George Washington durante siete largos años hasta que en 1783 se produjo la rendición. Su victoria fue tan popular que en 1789 se convirtió en el primer presidente de los Estados Unidos de América.

La actual Nueva York fue fundada en 1898, uniendo bajo la misma administración Manhattan, Brooklyn, el Bronx, Queens y Staten Island. Tenía ya 3,5 millones de habitantes, muchos de ellos inmigrantes italianos, alemanes, irlandeses, judíos y chinos. Era la segunda ciudad del mundo. La primera línea de metro se abrió en 1904 y empezó la carrera desenfrenada por construir rascacielos. Sólo el ‘crack’ del 29, que dejó a uno de cada cuatro neoyorkinos en paro, frenó el enriquecimiento y expansión de la ciudad. Prueba de ello es que en 1930 se inauguró el Chrysler Building, quizá el rascacielos más bonito del mundo, en 1931 el mítico Empire State Building, durante muchos años el edificio más alto del mundo, y en 1932 el Rockefeller Center.

Muchos intelectuales escogieron Manhattan como lugar de destino para huir de la barbarie nazi de la Segunda Guerra Mundial, dando un nuevo impulso a la actividad cultural y creativa de la isla. Las diferencias entre blancos y negros se acrecentaron y estallaron infinidad de brotes de violencia convirtiendo la ciudad en un polvorín. Para tratar de devolver la confianza a la ciudad, en 1973, se aprobó la polémica construcción del World Trade Center, las llamadas Torres Gemelas, que superaron en altura al Empire State Building y se convirtieron en los rascacielos más altos del planeta, símbolo del poder económico norteamericano.

En 1990 David Dinkins fue elegido alcalde de Nueva York. Fue el primer alcalde negro de la gran metrópoli y muchos consideraban que su figura acabaría con los problemas económicos de la ciudad, mejoraría los deficientes servicios públicos, acabaría con las altas tasas de criminalidad motivadas por las drogas y frenaría la creciente escalada de delincuencia juvenil. No fue así. Desde 1994 hasta 2001 gobernó el controvertido republicano Rudolph Giuliani. Él sí logró hacer de Nueva York una ciudad próspera y tranquila aunque muchos le critican por vender la isla a las multinacionales, convertirla en una especie de Disneyworld y tener ‘gatillo fácil’.

Marga Ferrer

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