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Giros

Los muertos no se olvidan

Fotografía: Marga Ferrer
Fotografía: Marga Ferrer

Los muertos no se olvidan, siempre viven en el corazón de los justos. Los asesinados, arrancados de las entrañas de una familia, mucho menos.

La carta de Elvira

Mi querido Juan: Te escribo estas líneas cuando ya estás dormido y veo tu cara de ángel cansado respirar sobre la almohada. No dejo de sonreír, amor mío, al recordar los muchos días que pasamos viajando por nubes imaginarias, por esos besos alocados que nos dábamos, las riadas enteras de caricias y un millón de risas. Nunca anduvimos sobrados de dineros, pero no importaba: repartíamos AMOR en mayúsculas todos los segundos que nuestra vida consumía.

Los días nunca vienen solos

Los días nunca vienen solos, siempre llevan consigo un cargamento de esperanza e ilusiones rotas. Los días son hermosos si el dolor no te traspasa y rompe de una patada tu puerta. Hay días que nacieron sin primavera, sin una sonrisa que poner en la ventana; otros días la luz llega a tu casa y entra sin llamar porque el futuro no avisa, simplemente te abraza y cubre tu cuerpo con un silencio invisible.

Puritanismos, exclusiones, victimismos y otros icebergs

Estoy muy preocupado por algo que tiene difícil solución, si es que la tiene. Eso, aceptando que somos navegantes en el mar de diversidad y siempre remamos entre lo individual y lo colectivo, lo que hace que las soluciones solo sean válidas para algunos, lo que equivale a decir que la solución implica lo integrado, lo que entra dentro de lo taxonómico, de lo políticamente correcto. Y ya sabéis que con la taxonomía hemos topado: lo que entra dentro del puchero y lo que no. Mucha diversidad y tolerancia para luego caer en lo criticado bajo el prisma de la academia, lo jurídico, lo clínico, lo moral, y lo que es harina de mi costal. ¡Uf, que pereza!

Espejos deformantes y otras realidades

Si Valle-Inclán viviera, seguro que pensaría que los espejos deformantes del Callejón del Gato habrían dejado de ser un elemento distorsionador de la realidad para convertirse en la realidad misma. Al fin el esperpento es la vida, pensaría don Ramón María. Al fin triunfa la literatura. E incluso con triunfo supino, porque quién no nos dice que el gato de dicho callejón no se encuentra bajo la protección de alguna concejalía o ministerio de bienestar animal, lo que podría impedirle aparecer en el nomenclátor callejero valleinclanesco. Todo podría ser. Me alegro porque el gato estará divinamente, pero lo siento por Max Estrella y don Latino de Hispalis.

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