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¿Cuántas prendas podemos llegar a guardar en nuestros armarios con etiquetas? ¿Qué número de pantalones, suéteres, jerséis, camisetas o chaquetas podemos albergar sin encontrar el momento adecuado para estrenarlos? Seguro que más de los que nos gustaría, pero ahora con los nuevos modelos de negocio ya se puede alquilar también la ropa. Desde los Países Bajos y Escandinavia llega una iniciativa pionera que descubrimos esta semana en 360 Grados Press.
Los hábitos sociales nos llevan a asumir una serie de acciones que ni cuestionamos como el alquiler de las películas en un videoclub, o el de disfraces en una tienda, incluso el de trajes para ocasiones especiales, una adquisición a un módico precio que te permite lucir una prenda de coste muy elevado, que de otra manera no podrías.
Pues bien, entre el trueque, las tiendas de segunda mano, los rastros y los mercados callejeros ha surgido una nueva opción dentro del mercado de la moda, que las jóvenes influencers escandinavas y de los Países Bajos ya empiezan a practicar. Se trata de las fashion libraries o clothing libraries, que funcionan de la misma forma que una biblioteca de libros.
Con un sistema de socios y una cuota establecida, que oscila entre los 15 y 35 euros al mes, puedes acceder a tres o cuatro prendas semanales, salvo algunas excepciones. Pero no cualquier atavío, sino piezas exclusivas de diseñadores y firmas de prestigio, en su mayoría. “Puedes encontrar desde un Chanel hasta un Rosa Clará en perfectas condiciones, que parecen sin estrenar”, explica Lydia, una socia que ya ha recurrido en más de una ocasión a este servicio, que ya ha aterrizado en algunas ciudades españolas como Madrid y Barcelona, concretamente en el barrio El Raval.
La seña de identidad de estos organismos es ofrecer unas tarifas accesibles para cualquier persona y para que esta idea sea factible, las librerías de ropa se nutren de donaciones de particulares o marcas y en función de lo que cuesta su limpieza, establecen un valor y carácter ecológico para la prenda, además de la opción de si es posible comprarla. “Yo solo me he limitado al alquiler, porque me sale más barato y me da interminables opciones para mi día a día“, destaca Marta, una amiga de Lydia que conoció este innovador formato por ella cuando fue de Erasmus a Holanda.
Fashion libraries en España
En Barcelona Sergi se topó de casualidad con un establecimiento como este. Se hizo socio pagando 15 euros y se cogió tres prendas la primera vez para devolverlas a la semana siguiente lavadas. Aunque, puntualiza, “también puedes pagar 5 euros más y llevarlas sin limpiar y ellos se encargan de lavarlas en máquinas específicas que tienen allí”.
Y seguro que os estaréis preguntando, ¿si me retraso en devolver las prendas, como en el caso de las películas, también penaliza? Lo cierto es que sí, tienes que pagar un poquito más, según la pieza de la que se trate. Y además, Sergi nos relata que lo mejor de acudir a estos sitios es que si te gusta mucho una prenda en particular te permiten reservarla hasta un plazo máximo de 30 días o intercambiarla por otra cuando quieras.
“Una fórmula económica a la par que práctica y más en los tiempos que corren que parece que hay que renovarse”, según señala Chloe, la dependienta de la tienda de Lena, en Ámsterdam. En este caso concreto, se trata de la primera biblioteca de moda que se abrió en la capital holandesa, cuando sus socias decidieron abrirse a este mercado. En su librería ofrecen bonos mensuales por una cantidad de 19,95 euros y un sistema de puntos. Por el momento solo tienen ropa de mujer porque dicen que son su cliente objetivo, pero no descartan la opción de ofrecer prendas masculinas.
La iniciativa llevada a cabo por estas emprendedoras defiende la sostenibilidad con su propuesta eco en un ambiente capitalista, en el que el dinero mueve la industria de la moda y parece haber encontrado un nicho de mercado, que cada vez está en más auge. La alternativa a las tediosas compras además “contribuye a cambiar la forma de consumir porque la mayoría de grandes marcas producen con unas condiciones pésimas y los recursos llegan a su límite“, concluye Chloe.
Inma Gabarda