El silencio ya no es una opción
Más de 70 países de la ONU criminalizan a las personas por su orientación o su identidad sexual y seis penan con la muerte las relaciones homosexuales, según ILGA. Fotos: MARGA FERRER

El silencio ya no es una opción

El movimiento #MeQueer, a través del que miles de personas del colectivo LGTBI han tenido la oportunidad desde Twitter de contar sus experiencias de acoso y de violencia por razones de orientación o identidad sexual en todo el mundo, ha supuesto un golpe de realidad en la cara de muchas sociedades modernas consideradas ‘gay friendly’.

El silencio ya no es una opción

Más de 70 países de la ONU criminalizan a las personas por su orientación o su identidad sexual y seis penan con la muerte las relaciones homosexuales, según ILGA. Fotos: MARGA FERRER

Roldán S. Cobarrubia, desde Buenos Aires (Argentina), ha contado que a los 17 años confesó a sus padres que era homosexual y ambos le dijeron que le preferían muerto a gay. De hecho, su progenitor viajó 13 horas en avión solo para esputárselo a la cara. El joven chileno @d_ethos ha mencionado que se obligó a sí mismo a no comportarse de manera afeminada a los 10 años y a pensar hasta en cómo agarraba el lápiz con el que escribía en el colegio para que no le hicieran bullying ni le amenazaran con darle una paliza. Y hasta la política y activista transexual Carla Antonelli se ha llegado a pronunciar para mencionar que hay parte de su familia con la que no se habla desde que se fue de casa.

Miles de personas del colectivo LGTBI se han lanzado a contar en Twitter sus anécdotas y sus experiencias como víctimas de acoso y de violencia física y verbal en el centro de estudios, el trabajo o cualquier otro espacio por el simple hecho de pertenecer a una minoría que siglos atrás no existía para la sociedad, que en el pasado siglo fue vapuleada y que en las últimas décadas comienza a ser respetada, aceptada y normalizada en algunos países.

Comienza porque todavía más de 70 países de la ONU criminalizan a las personas por su orientación o su identidad sexual y seis penan con la muerte las relaciones homosexuales, según anunció la Asociación Internacional de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales (ILGA) el pasado año.

Y también comienza porque en la veintena (no llega) de países en los que más de la mitad de la población acepta al colectivo LGTBI (o parte de él), entre los que destaca España por su sociedad ‘gay friendly’ en un 88%, según el Pew Research Center, o en los más de cuarenta que cuentan con acciones legales contra delitos de odio, todavía se suceden cada día agresiones verbales y físicas a esta minoría.

Por ello el día que el escritor alemán Hartmut Schrewe encendió la mecha de la reivindicación pública del colectivo con un tuit, acompañado del hashtag #MeQueer (que retoma la denuncia del #MeToo femenino), en el que contaba una situación de rechazo por ser gay que él mismo vivió, el colectivo se empoderó, se abrió la veda y empezaron a brotar miles y miles de anécdotas de personas afectadas durante años por esta situación en todo el mundo.

El encargado de difundir movimiento en España ha sido el periodista Rubén Serrano, que invitó a la reflexión a la comunidad LGTBI y no LGTBI recordando cuando, caminando por una calle de su pueblo con su madre, un hombre pasó por su lado y dijo ‘qué maricón’, ante lo que su progenitora marcó el silencio y a él supuso un sentimiento de rechazo y de negatividad hacia lo que él era, que le acompañó durante algunos años.

El movimiento #MeQueer ha expuesto la necesidad de hablar del acoso que sufrimos, tanto verbal como físico, cada día; ha sido una manera de darnos un abrazo entre todos y ver que no estamos solos”, afirma el periodista.

Serrano asegura que ha recibido comentarios en los que diversas personas han llegado a disculparse por haberse dado cuenta de la cantidad de frases negativas que han llegado a pronunciar en diferentes momentos de sus vidas y que nunca se habían planteado. “Hace falta un cambio social y valorar la diversidad. No hay que ver lo ‘diferente’ como algo malo, sino positivo. Muchas personas siguen enquistadas en el pasado a la hora de utilizar palabras ofensivas hacia nosotros en este falso espejismo de sociedad moderna en el que vivimos”, defiende el periodista.

Un problema estructural, repetido generación tras generación, del que han participado las propias familias y amigos de los afectados, de manera consciente o inconsciente, pero que cada día se trata de combatir desde las calles, los lugares de trabajo y de estudios, el hogar, los medios masivos y las redes sociales. A base de defensa de la normalización, de naturalización y de expresión de derechos y de libertades. Porque el silencio no puede ser una opción.

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