Cuando el plomo contamina impunemente África

La historia reciente de África está marcada por conflictos, guerras y el abuso de poder de las grandes potencias y multinacionales. De la mayor parte de estos casos no nos enteramos, pero gracias a la denuncia de documentales como Owino podemos conocer las atrocidades que se cometen en este continente. Por ello, esta semana hemos profundizado, a través de la periodista y productora de Owino, Desirée García, sobre los graves efectos de la contaminación de plomo en una barriada de Mombasa.

[Img #25889]

 

 

“Hasta entonces, la vida había sido muy, muy cómoda. No había problemas de enfermedades ni nada de contaminación. Luego, cuando trajeron la fábrica empezamos a notar algunos cambios. Supimos que salía mucho humo de aquel lugar, pero no sabíamos que podría dañarnos, ni a nosotros ni a nuestros hijos. Se me han hinchado las piernas. El doctor dice que es por el plomo”. Son las palabras de Francisca, uno de los miembros más antiguos de la comunidad Owino que aparece en el documental que lleva el mismo nombre.

 

Owino es una palabra en Luo, una de las 40 lenguas que existen en Kenia, y denomina a aquel niño que nace con una vuelta del cordón umbilical. “Parece gente que nace predestinada a tener problemas, por lo que lo consideramos para el título del documental”, señala la periodista y productora de Owino, Desirée García.

 

Estaba trabajando como corresponsal de una agencia de noticias en Nairobi, cuando a su compañero Javier Marín y a ella les llamó la atención en la prensa local la movilización de un barrio de chabolas de la ciudad de Mombasa, el principal puerto de Kenia, para cerrar una fábrica. “Lo curioso de este caso es que la gente no se manifiesta en otros poblados, aunque se hayan violado los Derechos Humanos. Y, además, las mujeres fueron grandes protagonistas, hicieron una piña, y fueron las que incitaron las protestas; de hecho, a muchas las detuvieron”, comenta.

 

Junto con dos amigos que residían en Nairobi, Naroa Zurutuza y Oriol Gibert, se dirigieron a Mombasa, donde se pusieron en contacto con una ONG local que les hizo de enlace con la gente de la barriada. Durante una semana conocieron a los vecinos y vecinas que se estaban movilizando, que habían sufrido directa o indirectamente los efectos de la contaminación de la fábrica. “Como llevábamos la idea de elaborar un documental, aquí vimos una historia de denuncia que se tenía que conocer. Pedimos una beca y, en 2015, cuando nos la concedieron, comenzó el rodaje”, explica.

 

[Img #25888]

Así pues, el periodista Javier Marín, junto con el cineasta Yusuf Razzaque, dirigieron el proyecto; García ejerció como productora; y Zurutuza y Gibert como co-productores. El documental les llevó a pasar un mes entero en la barriada, junto con personal keniano que contrataron, donde vivieron in situ cómo de contaminada estaba. “Había que contarlo”, afirma García.

 

El comienzo del proyecto no fue fácil, pues al tratarse de una comunidad muy cerrada tuvieron que explicar qué iban a realizar exactamente y en qué consistía el documental. Una barrera que tenían que superar debido a la desconfianza en el hombre blanco.  Además, hubo quien les pidió dinero a cambio de las entrevistas, algo que, obviamente, se descartó, por lo que hubo que relatar de forma pedagógica que se traba de un trabajo que iba a ayudar a visibilizar este problema. “También pedimos permiso a los jefes de la comunidad, un grupo de ancianos, para poder estar allí durante todo el mes. Porque si no, nos podría pasar algo. Hubo gente que no estaba contenta con nuestra presencia y se produjo alguna situación de tensión, pero, finalmente, la gente se implicó mucho en el proyecto”, continúa la productora de Owino.

 

Una fábrica sin controles

La fábrica, encargada del reciclaje de baterías de plomo, se encontraba pegada a las viviendas del propio barrio. No tenía licencia ambiental, ni controles de calidad ni de los Derechos Humanos. Cuando inició su andadura, lo hacía de forma totalmente normal, pero a los pocos meses comenzaron a verter el metal en el riachuelo que recorría el barrio y que se usuba como abastecimiento al carecer de un sistema de agua corriente. Los ácidos de la batería se emitían tal cual aire, depositándose también en la tierra y en los tejados, generando una contaminación gravísima.

 

Los vecinos inhalaban plomo día tras día, instalándose en los huesos, sobre todo, en los de los más pequeños, cuya situación se agravaba al estar desnutridos y por la falta de calcio. La intoxicación por este metal no tiene cura alguna y los daños llegan a ser irreversibles. Se va liberando con los años y afecta al cerebro de los niños y niñas, ocasionándoles algún tipo de retraso, un coma o, incluso, la muerte. En los adultos, el plomo se deposita en riñones, hígado, corazón o articulaciones, produce abortos entre las mujeres embarazadas y problemas muy graves en la piel.

 

García relata que, tras condensarse los ácidos en el poblado, “la gente notó que le picaba la piel y veían cómo se corroían los tejados. Mombasa, al ubicarse en un clima tropical, posee mucha vegetación, por lo que, con la contaminación, las plantas empezaron a morir, los árboles, los aguacateros, los arbustos… y hasta los animales domésticos como las gallinas. Entonces, comenzaron a relacionar todo esto con la fábrica y el humo que vertía. De hecho, la gente que allí trabajaba les confirmó que no había ningún tipo de control medioambiental ni de calidad. En torno a 2012 se produjo la primera protesta y tras varias manifestaciones lograron que su actividad cesara en 2014“.

 

Pese a ello, el lugar sigue contaminado, tanto la tierra, como el agua. El plomo permanece allí y, para que la zona vuelva a ser como antes, se debe limpiar todo. “Esta es la solución que propone el gobierno local y las ONGs. –apunta la periodista- Pero, para ello, hay que desalojar a todo el mundo. Si eso sucede, en la comunidad tienen la sospecha de que se vaya a recalificar este terreno como suelo industrial, pues resulta muy goloso al estar junto a la carretera principal, que va a Nairobi. Y, por eso, no se quieren mover; tienen la titularidad de sus terrenos, algo que es muy difícil de lograr en África. Aunque sean muy pobres (viven con dos dólares al día) quieren permanecer del lugar en el que nacieron”.

 

Por tanto, el poblado sigue contaminado, y los problemas de salud prosiguen. Otra solución que se está adoptando es darles medicación para que la intoxicación no fuera a más. Para ello, deben tomarse pastillas de calcio y zinc, así como un tratamiento de quelación para reducir los niveles de plomo, que resulta muy difícil de obtener en África, además de que su precio es muy elevado.

 

[Img #25890]

 

El reciclaje de las baterías

El documental está íntimamente relacionado con el reciclaje, un tema al que apenas se le ha dado cobertura a nivel mundial y pese a que se está denunciando continuamente. El 90% de las baterías de los coches emplea plomo y la mayoría se recicla en Europa para su reutilización. Sin embargo, la demanda es más alta de lo que se puede conseguir tras reciclarlas, por lo que se acude al mercado africano y asiático para importan baterías de coches. Unas zonas en las que no hay controles de ningún tipo e incluso se lleva a cabo a nivel doméstico, mientras que en Europa los controles son muy exhaustivos debido a la contaminación que desprenden.  

 

Según Desirée García, en África existen muchos casos de fábricas y propiedades de estas características que pertenecen, principalmente, a otros países, sobre todo de India, como el caso de la barriada de Mumbasa, y China, un país que ha invertido ampliamente en zonas como Kenia y Etiopía. “Ahora mismo allí no hay legislación que prohíba este tipo de prácticas y, si las hay a nivel nacional, los gobiernos son fácilmente corrompibles. Las potencias extranjeras se aprovechan de esta situación: lo que no pueden hacer en casa, lo llevan a África“, subraya.

 

Todo esto debe ser denunciado y el periodismo ha jugado aquí un papel fundamental. “Nunca había hecho un documental. De esta manera, hemos podido profundizar, llegar más a fondo en el asunto. Ha sido difícil, porque teníamos que ganarnos la confianza de la población, y gratificante a la vez a nivel profesional. Puede ayudar a cambiar un asunto muy preocupante y espero que sirva para llamar la atención con este problema y que se sepa la violación de los Derechos Humanos en África“, apostilla García.

 

Por eso, documentales como Owino son tan necesarios, para quitarnos las vendas y abrir los ojos ante las prácticas tan graves que se ejecutan en el continente africano. Así pues, el proyecto acaba de ser estrenado en el festival Seminci de Valladolid y volverá a ser emitido en el la 14ª edición del Festival de Cine y Derechos Humanos de Barcelona para ir después a la sección oficial como mejor documental en el RIFF de Roma.


@_Guiomar_

 

Patricia Moratalla

Tags:

Deja un comentario

Your email address will not be published.

*

uno + 1 =

Lo último en "Reportajes"

Subir