Princesas valencianas

Ya es marzo. Es el mes de la brisa del mediterráneo, del sol que irradia cada rincón de las ciudades, en el que florecen las vidas y en el que se celebra la fiesta con más alma valenciana. Es el mes del color, de la ilusión y de la pólvora. Es el mes en el que se vuelven a releer libros de Vicente Blasco Ibáñez como el caso de “Arroz y tartana” y a disfrutar de la cotidianidad y el realismo valenciano.

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Ya están aquí las fallas. Se asoman, se esconden, se estremecen, se admiran, se ironizan, se lloran, se recuerdan. Aparecen los ninots. Se plantan. Majestuosos, burlones, cómicos, satíricos, críticas sociales y políticas que sólo saben hacer los artistas valencianos. Tras plantarlos se admiran por millones de turistas, por los mismos valencianos, por los falleros y por ellos mismos. Son fotografiados y se inmortalizan en el tiempo, recuerdos de la situación actual, almas que permanecen en el limbo. Impasibles a lo que acontece, se esconden en su mundo de fantasía, recrean el alma de alguien convertido en ninot. Ellos conocen la grandeza de Valencia. Se abrasan en las llamas, suplican ante las cenizas y tienen la magia única de revivir año tras año. En este artículo podrán descubrir la historia de la indumentaria valenciana, la tradición, los complementos y esa chispa que hace sentir a cada valenciano único y especial en estas fechas.

Al consultar el diccionario y buscar la palabra “indumentaria” nos dirá que es el conjunto de todas aquellas cosas, distintas en materia y forma, que sirven para cubrirse y vestirse. Antiguamente, en las zonas de clima cálido, la necesidad de cubrirse el cuerpo no tenía sentido, tanto es así, que esta necesidad estuvo precedida simplemente por un deseo de adornarse, suscitado por una tendencia artística innata, para superstición o para la necesidad de inspirar temor. El ser humano sentiría la necesidad de vestirse a consecuencia de una disminución de su resistencia física, manifestada especialmente en ocasiones de cambios climatológicos o fases de emigración hacia regiones heladas.

En la Edad del Bronce y del Hierro, la humanidad hizo progresos básicos en diversos campos, entre ellos, el de la indumentaria. Los pueblos más evolucionados se iniciaron durante esta época en la ganadería y la agricultura, dos actividades que proporcionaron al hombre fibras de animales como el caso de las lanas y vegetales como el lino tan utilizado actualmente. Posteriormente, comienza a utilizarse el algodón y la seda, introducida en el mediterráneo por los indios y los chinos.

 En los siglos XV y XVI se llegó al grado de perfección de la confección de telas y accesorios cuando el florecimiento de las condiciones socio- económicas de algunas clases sociales hicieron posible las nuevas exigencias sentidas en los siglos anteriores.

La indumentaria valenciana es un equilibrio perfecto de elementos que se complementan unos con otros. Cada elemento está cumpliendo una función y los colores están bien armonizados, potenciando un todo y ponderando cada una de las piezas. Es un traje rico, pero no cargado. La riqueza viene dada por la calidad de los tejidos, por el oro, la plata, las perlas y las esmeraldas del aderezo.

El traje de valenciana es un homenaje a la seda, pues la tela, las cintas y el terciopelo son de este material. Siempre existe la cuestión de las “tendencias” y nos preguntamos si existe una moda que varía cada año en cuanto a la indumentaria valenciana. Mis queridos lectores, no existen tendencias, ni moda, ni en la forma, ni en confección, ni en el resto de elementos. La indumentaria fallera jamás puede variar o diferenciarse con elementos que alteren la armonía existente, pues de lo contrario sería un disfraz y caería en la extravagancia y se rompería la tradición valenciana. Existe una gran variedad de dibujos, de tejidos, de adornos y bordados, dentro de la línea clásica, que permiten que el traje no se convierta en cualquier uniforme carente de personalidad. Por lo que, una fallera con cada uno de sus trajes puede reflejar su personalidad y potenciar un efecto de su carácter con la paleta cromática, por ejemplo.

El traje valenciano conserva muchos elementos de la época de los Borbones, sin delantal ni pañuelo es en esencia el traje de la mujer española del siglo XVIII. La característica general es que están cortados por la cintura, de la misma forma que los trajes de la época.
En lo referente a los complementos tienen que concordar con la indumentaria y estar de una manera acorde ambos aspectos. Cada época tiene su traje y su pelo. Hasta bien entrado el siglo XX, las mujeres conservaban los cabellos largos durante toda su vida, lo peinaban recogiéndolo detrás de la cabeza. Sólo lo cortaban en caso de enfermedad o como castigo, promesa o sacrificio. Para la complejidad del moño era normal que las mujeres fueran ayudadas por sus madres, abuelas o hermanas. En la actualidad, las mujeres que llevan la cabellera corta pueden optar por trenzas postizas de la misma tonalidad de cabello y que parecen totalmente naturales. De hecho, un eficaz moño de fallera puede durar cuatro días sin deshacerse, teniendo sumo cuidado y candor a la hora de arrojarse a los brazos de Morfeo.

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El traje que llevan las falleras actuales tiene una larga tradición en la historia. Apareció en el siglo XVI y empezó siendo un traje de trabajo de las labradoras valencianas, pero con el paso del tiempo se fue transformando, y derivó a una indumentaria más elegante que se usaba en ocasiones y eventos especiales y de alta envergadura social. La calidad de las telas y la complejidad de su confección es puramente artesanal en la mayoría de los casos. Por ello, los trajes de fallera ascienden a cifras colosales. El caso del espolín tiene un elevado coste, se trata de una variedad de brocado realizado en seda que reproduce motivos antiguos.

La descripción de las piezas que componen el traje de valenciana es algo básico para que nuestros lectores se introduzcan en el mundo fallero. Comenzamos por la camisa, una pieza indispensable ya que se utilizaba igualmente para bajo el jipó y como camisón. Solía ser de hilo, batista, lino, etc. La parte de arriba constaba de un escote, amplio, cuadrado o redondo que llevaba cosido al borde una puntilla fruncida. Con la finalidad de introducir la prenda por la cabeza se hacía una apertura a la altura del pecho pasada por un botón o lazo. En la parte inferior de esta, se hacían unos pequeños bordados que podían ser iniciales o corazones. Las mangas eran cortas y de farol.

Los cametes o también conocidas con el nombre de calza interior, zaragüel de mujeres o pantalón interior se usaban en siglo XIX. Se trata de un pantalón de lencería ligeramente más corto que las enaguas. La parte superior llega hasta la cintura donde se distribuye el vuelo. Está hecho de hilo o telas finas y está rematado en la parte baja por encajes y bordados. La chambra va sobre la camisa como un corsé o corpiño interior, y es de reducidas dimensiones y muy adornada, pues la parte superior puede permanecer visible. En cuanto a los calces son de algodón, lana, hilo o seda, y de color blanco. Están bordadas con dibujos. Cubre de forma ajustada el pie y la pierna hasta la rodilla. Su objetivo primordial es proteger de los agentes externos. Los lligacames se ajustan por debajo de la rodilla y acaban en un lazo que puede ser una simple cinta o una cinta tejida en casa. Algunos son muy picantes, ya que, llevan inscripciones y alusiones amorosas. Los sinagües se colocan encima de la camisa. Su largura depende del largo de la falda, el perímetro oscila entre tres y cuatro metros. El vuelo se recoge en pequeños pliegues y están unidos por una cinta. La faltriquera es como una bolsa o bolsillo que va encima de las enaguas atada mediante unas vetas en la cintura. El tejido, la forma y el color van a gusto de la persona que lo lleva. En cuanto a la ropa exterior podemos observar una gran diversidad de tipologías de las faldas.

El refaix es de uso exterior ya que puede ponerse encima de las enaguas o como falda. Puede servir como protección del frío y para las labores domésticas y de campo. Se utilizaban más en las zonas del interior, ya que, en el litoral no era de uso muy extendido por sus suaves temperaturas. El material del que están hechas suele ser de paño, lana o bayeta. Tiene colores lisos con predominio del rojo y el amarillo y están bordadas con cenefas. También pueden ir a rayas horizontales o verticales. El sadalejo se utiliza como vestido exterior, aunque también se puede llevar bajo otra falda. Se llevó en el siglo XIX y mediados del XX. La diferencia más marcada con los otros tipos de faldas está en el material que se utiliza para confeccionarla. Estos suelen ser muselinas, indianas (tela de algodón decorada con estampación), sarasas, etc. En cuanto al tipo de cuerpo podemos optar por el famoso justillo, una pieza muy generalizada en todas las comarcas.

Cubre el cuerpo desde el hombro hasta la cintura, ciñendo y ajustando el tronco. Oprime el pecho, y para acoplarse al vuelo de la falda lleva unos cortes que delimitan unas aletas. Va abierto por delante y pasado mediante un cordón que puede estar visible o escondido en el forro. Para aumentar la rigidez de la prenda se colocan, entre el forro y la tela, unos refuerzos tal como ramas de olivo, esparto, etc. El delantal surgió como elemento protector. No hay ninguna norma que nos hable sobre la anchura o largura de esta, ya que eso debe ir a gusto de la usuaria. Las telas que se utilizaban eran similares a la de los pañuelos. Su forma puede ser cuadrada, rectangular u ovalada, y va recogido en pequeñas lorzas en una veta o cinta, envolviendo la cintura y pasado a la parte trasera con un lazo. En ocasiones, los motivos o bordados del delantal y del pañuelo, eran iguales o similares, lo cual no quiere decir que por necesidad deban serlo.

Las cintas eran elementos de calidad y coloristas. Lo más común, era colocarlas alrededor de la cintura o del cuello. El material del que están hechas suele ser seda, tafetán, mouré, terciopelo, etc. Incluso pueden llevar flecos, lentejuelas o puntillas de oro y plata. La importancia de las cintas se puede apreciar en las obras de arte. Las cintas de seda (la fibra que más ha representado el lujo en la historia) han tenido un uso suntuario. Se han utilizado como un signo externo de riqueza aplicado a las vestiduras junto a blondas, brocados y pasamanerías. Durante los siglos XVIII y XIX se usaron como “joyas de los pobres”,  como soporte de colgantes, gargantillas, medallas etc.

Por lo que respecta a los complementos nos encontramos las agujas para el cabello que sirven para la realización del peinado, los pendientes de formas muy variadas, van adornados con esmeraldas, perlas o espejitos. Con un cierto orden podemos hablar de polca, racimos, barquillos, de balcón, barquetes, de pájaros y de la mismísima Virgen. También se le da en la actualidad mucha importancia al calzado, de ligero tacón, van forrados de tela que va en conjunto con la falda. Las zapatillas de vestir también eran ornamentadas mediante hebillas.

Aparte de todos estos elementos, hay muchos otros complementos del traje de la mujer valenciana, como pueden ser: abanicos, pañuelos de mano o zapatillas. El rostro de la mujer valenciana debe de ser ovalado y se maquilla enfatizando dos rasgos esenciales: Los ojos y el brillo que se postra en ellos y los labios que normalmente suelen ser de color nude, rojizos o rosas.

Mujeres de cara ovalada, princesas de una tradición que arrojan entre lágrimas su ramo a la Virgen, reinas que se reflejan en el espejo de la historia valenciana, dueñas del paraíso mediterráneo. Ellas  aman el sol que se deposita en su rostro y juega a iluminar su sonrisa, que hacen que la vida fallera sea un hechizo adictivo para los turistas. Ellas, que son falleras, hermosas valencianas, jóvenes y maduras, distinguidas y sofisticadas, nerviosas y tímidas, al ritmo de la mascletà surgen sus latidos de felicidad. Porque siempre es un orgullo ser valenciano, volando en la nube del tiempo, observando, bailando y admirando cada murmullo de aquellos que, a lo lejos, nos ven mirar. ¡Visca València!

Laura Bellver

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