El arte se ha intentado definir a lo largo de los tiempos en numerosas y muy variadas ocasiones, sin haber hallado la conclusión o la respuesta definitiva. Autores como Dino de Formaggio indican que “Arte es todo lo que se llama arte”; Gombrich afirma que “No existe, realmente el Arte”, sin embargo Adorno señala que “Ha llegado a ser evidente que nada en arte es evidente”. Un mundo complejo y abstracto que nos conduce a un final categórico que nadie puede discutir: El arte son sensaciones que invaden el alma de una persona. En este contexto, la moda y el arte han estado y estarán unidos estrechamente hasta la más absoluta eternidad.
La emoción me embriagaba en el AVE, ya faltaba menos de media hora para llegar a la capital de España: Madrid. Multitud de historias encerradas en los rostros de los pasajeros, sonrisas enigmáticas de duendes, ojos fijos en artículos de prensa, en ordenadores o cerrados, deleitándose, mientras escuchaban música.
Un adiós en el camino se desdibujó en la atmósfera de Madrid, la ciudad hervía y los transeúntes parecían diminutas hormigas que componían el horizonte. El viento hacía que las hojas de los árboles bailaran acompasadas una melodía rota. El sol irradiaba con rabia y tostaba mi piel de color aceituna de una manera abrasadora.
La ciudad estaba repleta de turistas con cámaras fotográficas que le robarían el alma a los monumentos más importantes de Madrid. La Cibeles, la Gran Madre, con su mirada imborrable, observaba con absoluta serenidad a las miles de personas que pasaban cada día para admirarla. Presumida ante el espejo de las vanidades pasaba viendo la vida. Agua desbordante que llovía en su rostro, acompañada de la unión impía de dos amantes convertidos en leones que arrastraban su carro sin éxito.
Por fin llegué a mi destino, la inmensidad de la gente mostraba una mancha homogénea, borrosa y pálida que se colapsaba ante la entrada del recinto. Al cabo de una hora entré, mis pies pisaron terreno conocido mientras un suspiro bailó en mi rostro. Un halo de misterio hizo que recorriera en mi ser un escalofrío que llegó hasta mis entrañas. Pasé por el pasillo principal, observando sin mirar las obras pictóricas colgadas de las paredes, como si fueran trofeos exultantes del mismo corazón de Madrid. El Museo del Pardo olía a arte, nunca podré olvidar aquella sensación mágica que se postró en mi cuando le vi. Allí estaba, el artista, el hombre, el pintor, allí estaba Diego, dormido en los brazos de Morfeo, en una de las salas del museo. Su obra descansaba sobre la pared de la infatigable tarea de ser observada por miles de curiosos cada día, aquel instante que sólo él supo parar en el tiempo, que hizo que un hechizo quedara de por vida e invadiera la vida de la infanta Margarita. Juegos en el aire, me acerqué muy tímidamente hacia donde estaba aquella obra pictórica que tanto había soñado y admirado en los libros de Historia del Arte, aquella que me había causado más de un quebradero de cabeza pensando en claves y sutilezas del gran Diego Velázquez, aquella que estaba pintado él mismo, en la cotidianidad de su trabajo, en su tenebrismo muy conexionado con Caravaggio, en aquella escena que posee un embrujo único y que aún perdura en nuestros tiempos. Noté como las lágrimas brotaban en mis mejillas, llovía en mi alma, pero sin llover, buscando el amanecer. Mi piel se estremeció y al mirar aquellos ojos de la infanta Margarita supe que escondían un secreto jamás contado, uno que se esconde en las profundidades marinas y que busca resguardo en algún barco hundido repleto de sirenas sin voz. Los reyes, Felipe IV y Mariana de Austria, se reflejan en el espejo del fondo, dando lugar a un juego espacial de extraordinaria complejidad que sólo él puede conseguir. Un adiós en el tiempo y una eternidad porque en el espejo de las sensaciones había observado aquellos ojos imperturbables de la infanta Margarita que jamás desaparecerían de la esencia de mi piel.
La estrecha relación entre arte y moda se remonta siglos atrás. Durante mucho tiempo el vínculo se establecía en un único sentido, los artistas producían la moda de la época en sus cuadros y esculturas para retratar la sociedad, hasta que en el Renacimiento la indumentaria adquirió un papel significativo. Artistas como Antonio Pisanello pasaron a diseñar tejidos y bordados. El acercamiento de los diseñadores al arte y a su lenguaje les ha permitido explorar y representar momentos cargados de emoción, política, sexualidad, modernidad, romanticismo, así como realizar una mirada y un mensaje subversivo y semiótico que convierten a quien llevan sus creaciones en obras pictóricas que andan.
A principios del siglo XX la moda se erigió en medio de la expresión de las vanguardias europeas, Delanuay fue conocida por sus interpretaciones hacia el ofismo, un tipo de pintura muy afín al cubismo. Su pensamiento era el color, era su principal arma para hallar la expresión artística, de esta manera, logró mostrar flujos visuales a base de contrastar motivos geométricos de distintos colores sobre tela. Su trabajo tuvo un impacto notable al situarse ante la relación estrecha entre moda y arte, un cruce de caminos donde la artista bailó entre los patrones y el diseño de las telas. Ingeniosa e influyente colaboró con la mismísima Coco Chanel y diseñó vestuarios para el arte del cine y del teatro.
Entre las dos guerras mundiales el núcleo del surrealismo lideró y abanderó una nueva manera de enfocar la literatura y las artes plásticas. La diseñadora Elsa Schiaparelli, fascinada por el sentido surrealista de la fantasía, rechazó el modernismo de 1920 y exageró los accesorios de forma deliberada, investigando y probando materiales como el celofán, plástico o el vidrio. Su colaboración con Salvador Dalí selló la eterna alianza entre moda y arte del siglo XX. Dalí diseñó el estampado de dos de los vestidos más comentados en los años treinta: el Vestido de lágrimas y el Vestido de organza con una langosta pintada que poseía unas fuertes connotaciones sexuales.
En 1960 el frenesí entusiasmado trajo de nuevo una aproximación entre arte y moda. La demanda de los consumidores de masas restaba importancia a la alta costura e imponían la necesidad de adquirir prendas de prêt-à-porter. La reacción de Yves Saint Laurent fue crear una colección de jerséis de lana, tipo túnica, inspirados en el estilo abstracto del pintor danés Piet Mondrian. El diseñador supo plasmar a la perfección la geometría de las pinturas de Mondrian al convertir sus diseños en lienzos. En 1966 Yves Saint Laurent diseñó una colección basada en el pop art y en sus más celebrados artistas, Roy Lichtenstein y Andy Warhol. Los motivos que se visualizaban en las prendas eran viñetas que ilustraban la cultura de masas y el consumismo.
Durante el resto del siglo XX, arte y moda continuaron modelándose conjuntamente, horneándose sin prisas y formando un solo concepto. La moda es un componente destacado en la cultura moderna, tiene diversidad de canales que utiliza para expresarse como la fotografía, el cine, el escaparatismo La moda se ha sabido y merecido descansar en las galerías de arte, antes reservadas a la escultura y la pintura, por lo que las exposiciones temáticas y las retrospectivas de los diseñadores ya son habituales. De hecho en 2001 Hussein Chalayan realizó una recreación artística en un desfile de pasarela convencional, ya que, tres modelos simulaban esculpir un vestido como si de una escultura misma se tratase. Por su parte, un divo y polémico de la moda, Jhon Galliano inspirándose en las cualidades geométricas del constructivismo ruso las supo plasmar de un modo sublime en sus diseños de 1999 usando el color y las formas que respondían a la estética del movimiento artístico ruso.
El arte y la moda son bondades inseparables, eternos amantes en el paraíso de la sensibilidad y la efervescencia del aroma de las sensaciones.
Óscar Delgado