Fotografía: Samuel Zeller
Fotografía: Samuel Zeller

Un gramo de vida, una tonelada de muerte

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Ya no hay sombras en el mundo para esconder tanta vergüenza, tanta maldad, tanto estiércol. El hombre se ha convertido en un amasijo de ideas confusas y metal enmohecido, alguien que perdió el horizonte y no siente una punzada de dolor cuando el campo se llena de cadáveres. Somos una luz que se va apagando en el rincón de una habitación que no tiene ventana y nos agarramos a esa vela que no deja de arder mientras cuenta minutos y el reloj desnuda tantas miserias.

Caminamos por el camino contrario a nuestra suerte sin ver que la cruz es la razón de los imbéciles y la cara el lado oculto de la luna. Miramos en el escaparate equivocado y pagamos un precio que no existe: por un gramo de vida, una tonelada de muerte.

Vemos llegar la primavera sin desprendernos el otoño de la camisa y pensamos que mañana será invierno cuando el fuego del verano arrasa nuestros árboles y tú, empleado del mes, sales corriendo con la sensatez maléfica de los cobardes.

No soy un madelman con el número de serie borrado, puede que sea un francotirador ciego o un ilustre fraile de las alcantarillas. Quien sabe si llegué a tiempo para alcanzar el último vagón de una esperanza suelta, ese verso libre que nos sonrió antes de ser ejecutado en el paredón de las medias verdades.

Anoche me robaron los sueños y todavía quiero caminar por ese alambre donde se ve el mar y la brisa es el perfume de una canción desesperada. Pero quiero seguir aquí, sentado sobre un sillón equivocado, huyendo de las sombras y de aquellos que no les quema el alma cuando matan a un hombre.

@Butacondelgarci

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