La copla no nació fascista

Mucha gente sigue viendo en la canción española un símbolo de la época, políticamente hablando, más oscura y gris de nuestra historia reciente, el franquismo, pero su origen tiene un aire de derechos y de libertades mucho más republicano de lo que se piensa.

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Una estrofa compuesta por tres o cuatro versos de arte menor, generalmente octosílabos, dispuestos en forma de cuarteta de romance, de seguidilla o de redondilla con rima asonante o consonante. Con esta métrica se compone para poema y para música una copla, una suerte de novela cantada, que esconde tras de sí desconocimiento y sentimientos encontrados al mismo tiempo.

Muchos la consideran casposa y fascista debido al importante papel que tuvo durante los años de represión y de dictadura tras la Guerra Civil española como signo de ‘hispanidad’ y de pertenencia a los valores y a los símbolos que el generalísimo quiso transmitir (o grabar a fuego a la fuerza directamente) a la población. Pero muy pocos (la mayoría entendidos en la materia y curiosos) conocen el verdadero origen y significado de este género musical tan auténtico y denostado (cada día por menos personas).

La copla no nació bajo las órdenes de Franco, sino unas cuantas décadas atrás con la composición de Suspiros de España en 1902, tema que el dictador sí se llevó años después a su terreno. “Detrás de sus letras había una calidad musical y literaria enormes, a pesar de ser un género maltratado con los años por el mundo académico debido al desconocimiento que había sobre él“, valora el poeta y dramaturgo Manuel Francisco Reina (@manuelrreina).

Y configuró su forma casi definitiva a finales de los años 10 y principios de los 20 en los denominados cafés cantantes y de marineros, ambientes cosmopolitas en los que representantes del cuplé y de la tonadilla como Raquel Meller y Pastora Imperio se convirtieron en sus primeras intérpretes.

Ya en los años 30 se consagró como género indiscutible con el soporte del flamenco y del pasodoble, que ‘ligaron’ para dar a luz este sonido (la propia palabra proviene de la voz latina cop?la, o lo que es lo mismo, ‘enlace’ o ‘unión’), y estructura de exposición, nudo y desenlace al estilo novelesco. “Entonces no era tan importante tener una gran voz para cantarlo, sino tener capacidad para narrar la historia que escondían sus letras“, considera Reina. Y se afamó también gracias tanto a quienes las interpretaron como, incluso más, a quienes las comenzaron a componer. Los más importantes, sin los que no existiría la copla tal cual la conocemos, son tres intérpretes, Miguel de Molina, Angelillo y Concha Piquer, y un autor, Rafael de León, casualmente nacidos todos ellos en 1908.

Arte y genio de dos hombres republicanos y homosexuales

Rafael de León fue su máximo exponente desde la pluma y la creatividad literarias, junto a los maestros Antonio Quintero y Manuel Quiroga entre 1940 y 1965, y dejó uno de los mayores legados al país de este estilo musical con más de 8.000 coplas compuestas. Trazó los compases de una de las más populares, Ojos verdes, junto a Federico García Lorca y a Miguel de Molina, quien a su vez transgredió en el género y lo elevó por encima de sus posibilidades iniciales a través de su particular e intensa manera de interpretar, sus atrevidos vestuarios y su puesta en escena.

Durante la II República, la copla conoció sus primeros años dorados (y los menos conocidos por quienes la tildan de rancia), con letras que acompañaban al oasis de intelectualidad, de libertades y de derechos que vivía España y que podían hablar (o al menos insinuar) acerca de la mujer, su independencia del hombre y su capacidad de poder (alentadas por figuras como la primera abogada del país, Victoria Kent) o contar historias de temática homosexual (Ojos verdes tuvo una versión dirigida a un hombre y cantada, solo en directo, por De Molina; o María de la O, que fue interpretaba por primera vez en El Molino barcelonés por un travesti gitano rumano para un público que le aclamaba).

Tanto De Molina como Angelillo, que era declarado republicano, tuvieron que exiliarse a Buenos Aires tras la Guerra Civil española bajo las represalias y las amenazas del gobierno franquista (el primero con el ‘agravante’ de ser homosexual), convirtiendo así a la capital argentina en lugar de acogida de la copla y de algunos de sus máximos exponentes, a pesar de que con los años vieron, al menos de palabra, reconocida su labor y su importancia para el género en su país de nacimiento.

La apropiación de un símbolo de izquierdas

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La cuarta figura nacida en 1908, Concha Piquer, ocupó, sin que ella lo deseara y a pesar de su innegable talento, el lado opuesto al de los compañeros de su misma quinta, al ser considerada seguidora del bando de Franco, una marca que nunca llegó a borrar de su nombre y que le cerró en ocasiones puertas en países como México.

Un rastro de ultraderecha que afectó a otros representantes de la copla debido al ‘buen’ trabajo realizado por el generalísimo para apropiarse y manipular los símbolos de la República como este género musical. Porque era un fenómeno de masas y porque, controlado y manipulado, era también una forma de entretener y de moldear a un pueblo de posguerra asolado por la desgracia y la hambruna a través de la radio y de cantantes como Estrellita Castro, Manolo Caracol, Lola Flores o Juanito Valderrama.

Con el agotamiento de este estilo en los años 60, comenzó a hacer buenas migas con el género del momento, la canción ligera, y autores como Rafael de León escribieron para intérpretes del momento como Manolo Escobar o Marisol. Aun así, la llegada de la Democracia trajo consigo el reproche del signo franquista grabado en la piel de la copla contra su voluntad. Y no ha sido hasta los recientes años, que no ha comenzado a contar con nuevos representantes como Clara Montes, Miguel Poveda o Buika que, a través de la fusión con otros sonidos y un interés renovado en ella, le han devuelto la vida que un día levantó a gran parte de la izquierda y que fue apagando la derecha más opresora.


@casas_castro

 

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