Un año más, Ibiza será uno de los destinos turísticos preferidos para miles de turistas procedentes de todas los países del mundo. Solo en 2018 llegaron a las Pitiusas –Ibiza y Formentera– un total de 2.506.639 personas extranjeras y 666.169 turistas nacionales. Muchos de estos visitantes suelen llegar atraídos por un antiguo paraíso hippie que hoy vive en buena medida de la fiesta y el playeo vip; sin embargo, no todo en la isla es ocio nocturno.
Basta con rascar un poco para encontrar la cara oculta de la isla. Ibiza ofrece alternativas a sus maratonianas jornadas de fiesta en discotecas como Pacha o Ushuaïa, y éstas suelen estar relacionadas con el entorno paisajístico y el turismo sostenible. Más allá de sus bellas playas –los atardeceres en la cala Benirrás son irrenunciables–, lo cierto es que esta isla brilla en gran medida gracias a parajes biodiversos que demasiadas veces pasan inadvertidos.
Fuera de las atracciones más publicitadas se puede disfrutar, por ejemplo, del parque natural de Ses Salines. Consiste en un espacio natural protegido de más de 1.500 hectáreas que acogen a 178 especies de plantas y 210 de aves, entre las que destaca el característico flamenco. En Ibiza la explotación de las salinas comenzó en época fenicia, alrededor del 600 a.C., y constituyó durante siglos la principal fuente de riqueza de la isla.
Cruzando por completo la isla de norte a sur, a 40 minutos en coche, el turista tendrá la oportunidad de descubrir la cueva de Can Marçà, de magníficas formaciones geológicas. Sorprende sobre todo por sus bancales escalonados y repletos de agua coloreada por las luces del enclave. Las primeras personas que usaron Can Marçà fueron los contrabandistas para guardar sus mercancías, pero desde que el espeleólogo belga Jean Pierre Van Der Abeelle la conoció, el lugar ha sido diseñado para recibir visitas.
Otro de los encantos desconocidos de la isla es su típico paisaje de algarrobos. La Ibiza más rural apenas aparece en las guías turísticas, pero para los locales es una parte fundamental de su territorio. Los campos de algarrobo ibicencos fueron muy importantes durante la posguerra y vuelven a serlo en nuestros días, gracias a que proyectos como Ibiza Carob Company están relanzando la recogida de la algarroba autóctona para la elaboración de productos ecológicos.
Volviendo al ámbito urbano pero fuera de la capital isleña, otra parada casi obligada –nada es obligatorio en el vacar– se llama Santa Gertrudis de Fruitera, un pueblo típicamente mediterráneo de casas blancas. Este remanso de paz es elegido por escultores de todo el mundo que buscan retiro e inspiración en sus edificios antiguos. Las calle principal de Santa Gertrudis está salpicada de tiendas de artesanía y bares en los que se sublima la gastronomía isleña. Al final de esa calle se yergue una iglesia dieciochesca que saluda a los turistas con su atípico colorido.
Para terminar, puesto que el turismo alternativo trata de sortear las rutas masificadas, merece la pena proponer un plan fuera de temporada. Concretamente en diciembre, que es cuando se celebra en Sant Mateu la popular Fiesta del Vino. Este pueblo pitiuso ubicado en el noroeste de la isla cumple en 2020 una treintena de ediciones en las que se riegan la garganta con el áspero vino payés. En la fiesta suele haber una colla, el citado vino payés, kilos de sobrasada y decenas de buñuelos; todos los ingredientes de la Ibiza menos conocida para que el visitante palpe las verdaderas tradiciones isleñas.