Puritanismos, exclusiones, victimismos y otros icebergs

Estoy muy preocupado por algo que tiene difícil solución, si es que la tiene. Eso, aceptando que somos navegantes en el mar de diversidad y siempre remamos entre lo individual y lo colectivo, lo que hace que las soluciones solo sean válidas para algunos, lo que equivale a decir que la solución implica lo integrado, lo que entra dentro de lo taxonómico, de lo políticamente correcto. Y ya sabéis que con la taxonomía hemos topado: lo que entra dentro del puchero y lo que no. Mucha diversidad y tolerancia para luego caer en lo criticado bajo el prisma de la academia, lo jurídico, lo clínico, lo moral, y lo que es harina de mi costal. ¡Uf, que pereza!

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Con las palabras servidor siempre tira mano del diccionario. Somos dados a nombrar un término desconociendo su significado, lo que hace que con mucha frecuencia nos veamos afectados por el síndrome de  Pedro Gailo, el personaje valleinclanesco que pronunciaba las Divinas Palabras sin saber su significado para salvaguardar su reputación y la de su mujer.  Un buen diccionario siempre es la mejor medicina para fulminar cualquier patología lexicográfica en los primeros síntomas. Luego ya vendrán las polisemias y las exégesis, pero eso es otro cantar.

 

El Diccionario de nuestra RAE define el puritanismo como una exagerada escrupulosidad en el proceder, entendiendo por exagerado el traspasar los límites de lo justo, verdadero o razonable. Vamos, pasarse siete pueblos en la observancia, cuando en la mayoría de los casos el problema está en saber qué es lo justo, lo verdadero y lo razonable. Si uno es escrupuloso ha de saber dónde está la exactitud del examen y el estricto cumplimiento de lo que se emprende o se toma a cargo. Ahí es nada.

 

El puritanismo campó a sus anchas en la época vitoriana, y desde entonces no nos lo hemos quitado de encima, sobre todo con la fuerte represión sexual y el draconiano código de conducta moral. Ya sabéis que las cosas de cintura para abajo son un clásico en nuestra Historia desde los tiempos inmemoriales, que es casi tanto como decir desde el Pleistoceno. Las tenemos grabadas en nuestro imaginario como si del más bello tatuaje de Ami James se tratara.  Controlemos la moral, reprimamos y castiguemos, solo así estaremos funcionando a pleno rendimiento, económicamente claro. Michel Foucault dixit. Servidor pondría su Historia de la sexualidad como lectura obligatoria en los centros docentes, además de Las palabras y las cosas.

 

Todo esto viene a cuento del guirigay que ha armado en las redes sociales con la aparición de  cierta mujer ligera de ropa en el programa de Nochevieja de una cadena privada de televisión. Imagen obscena según algunos colectivos. ¿Qué es la impudicia?  La dialéctica siempre es buena, pero atención al peligro que trae consigo el término obscenidad, porque da mucho de sí. Vamos, si da. Una cuestión es la dialéctica y otra su antónimo, y a veces se confunden. Y eso que no entro en los límites o no límites de una cadena privada de televisión.

 

El tema es complejo, sobre todo si se plantea en los términos hombre/mujer, en la corporeización y en el proceloso mundo del género.  La complejidad llega al paroxismo cuando nos adentramos en el mundo del deseo, nada más personal, individual e intransferible. Nadie se libra del deseo. Ni san Antonio, que le tentaba un cerdo.

 

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Podemos estar en contra del uso de ciertas imágenes, de ciertos estereotipos vejatorios ya sean de mujer, hombre, animal o cosa -siempre debemos estar en contra de todo lo que vulnere la Declaración Universal de los Derechos Humanos-, pero el mundo es complejo y diverso. Estar  en contra de ciertos usos no quiere decir que se acabe con el problema. Aquí no vale aquello de muerto el perro se acabó la rabia. Esto es difícil, porque estar en contra no quiere decir que se niegue la dialéctica. El puritanismo es dado a victimismos, y el victimismo es una retórica demagógica aquí y en Madagascar. Por eso el victimismo es la flor más preciada del valle de lágrimas que pregona la cultura judeocristiana. El victimismo es egocéntrico, cómodo y atáxico. No cabe dialéctica alguna, y si no se camina no se avanza.

 

El problema no está en la imagen, sino en la mirada. El peligro del iceberg no está en la parte que sobresale del agua, sino en la que se esconde y hace naufragar a los barcos. Hay que unirse para combatir el peligro, para conseguir la meta. En un mundo diverso como el nuestro la unión es difícil desde el victimismo, la exclusión y el puritanismo. Jodido iceberg. Digo.


@manologild

Foto: Marga Ferrer

Manolo Gil

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