Donde los metales preciosos se cobijan

Aunque las Fallas no se queman hasta el 19 de marzo, la ciudad de Valencia ya está que arde con motivo de ello. En 360 Grados Press hemos aprovechado esta coyuntura para aproximarnos a una artesanía que subsiste en esta urbe, en gran medida, gracias a dicha fiesta popular: la orfebrería.

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Todos los talleres siempre tienen una historia detrás“, afirma Elena Santamaría. Sin duda, el entornono hace más que corroborar sus palabras a la par que las pronuncia: pocodespués de entrar pueden contemplarse las fotografías de unos faroles definales del siglo XIX y principios del XX; más adelante, una puerta grabadahace unos cien años marca el paso entre la zona de atención al público y la detrabajo; y ya en éste último espacio, algunas piezas del mobiliario – como unasmesas o un plomo desarrollados exclusivamente para este trabajo – puedenpresumir también de ser prácticamente centenarias. “Y suelen ser familiares. A una persona no se le ocurre ahora montar untaller así de repente. Esto no nace de esta forma, sino que cuando lo hasvivido es cuando te planteas dedicarte a ello en un momento dado. Puede quesalga o que no, porque conozco familias cuyos hijos no han continuado“,prosigue Elena.


Siguiendo en sustérminos, no cabe duda de que en este caso sí que salió. Tanto es así, queentre los Santamaría ya se cuentan cinco generaciones de orfebres. Desde lacalle de las Danzas, donde fue abierto el primer taller en 1870, pasando luegopor la calle Cajeros y llegando, finalmente, a la calle Maldonado. De hecho,aquí es donde Elena ha aprendido junto a sus dos hermanas, Carmen y Amparo, de lamano de su padre, Vicente. Y estambién donde su sobrino, homónimo de éste último, ha cogido ahora el legado.Todos ellos contribuyen, por tanto, al mantenimiento y a la evolución deloficio. “Mi bisabuelo trabajaba muchopara la iglesia, pero luego eso se fue perdiendo. Mi abuelo empezó a hacer laspeinetas para los grupos de danza tradicional. Fue mi padre quien empezó aintroducirse en el traje regional valenciano y sus correspondientescomplementos para las mujeres. Principalmente, este es nuestro fuerte“,relata Elena.


Como en Fuenteovejuna, pero enel buen sentido

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De esta forma, eltiempo no se mide en este taller en la semana previa a la celebración de lasFallas. Porque, aunque la gran mayoría fueron encargados con tiempo, muchospedidos son entregados por estas fechas, de manera que no se concibe un horariofijo. Eso sí, la organización no puede faltar bajo ningún supuesto.
Por ello, eljoven Vicente junto a Pepe, quien trabaja con los Santamaríadesde hace más de cuatro décadas, cincelan sendas peinetas mientras que Fernando, que lleva 15 años en elnegocio, platea el broche de un aderezo, el cual pasará luego a manos de Carmeno de Amparo para montar la piedra o la perla, según corresponda. Elena, por suparte, ha cumplido previamente con su labor, los diseños. “Recupero muchos antiguos y, a la vez, voy innovando, porque estotambién se ha convertido en una moda. Pero siempre hay que recordar que, dentrode la moda, es una tradición. El traje de valenciana tiene que seguir siendo untraje tradicional, porque es lo que representa. Nosotros en nuestro tallerintentamos no salir exageradamente de esa tradición y de ese traje, pero sí,cada generación quiere ver cosas distintas“, explica ella misma alrespecto. Se trata, en definitiva, de un trabajo en equipo.


Esto, aquello, lo de siempre yalgo más

Pero la orfebrería,obviamente, abarca más allá de peinetas y aderezos de valenciana, así que estetaller no se dedica exclusivamente a dichas piezas. Un collar de reina queespera su turno sobre una mesa para ser rematado o un cinturón para SemanaSanta que descansa ya terminado en la estancia contigua son prueba de ello. Ambos confirman, además, que las fiestas populares son una suerte de asilo parael oficio en general. De hecho, gran parte de sus profesionales se refugian enéste mismo a lo largo y ancho de la geografía española. Porque, aunque todavíaqueda demanda de imaginería religiosa – resplandores, aureolas, custodias… –,el volumen ha descendido considerablemente en los últimos tiempos. Por elcontario, la tendencia es ascendente en frentes relativamente nuevos, como esel caso de los complementos para novias: tocados, pendientes, brazaletes… Enpalabras de Elena: “Empezamos con ellohace unos quince años y lo hicimos por los clientes, porque había quienes noslo pedían. Ahora, cada vez llega a más gente y lo trabajamos más“.


Un valor añadido a descubrir

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Yen este sentido, en el del vínculo del orfebre con los consumidores, sucedealgo peculiar. “Quien prueba, repite“,asiente Elena. Sin embargo, la problemática viene dada por el desconocimientoque la sociedad presenta sobre este oficio, tanto en concepto como en esfuerzo,lo cual hace que muchas personas no lleguen a conocerlo, abocándolo sinpretenderlo a la extinción.
Según apuntan los protagonistas de estas líneas, esun mal que padece la artesanía en todas sus vertientes, pero que podríaremediarse fácilmente. “El cliente tieneque saber que lo que está comprando está hecho a mano y que llega un momento enque los precios no se pueden bajar más. Pero esto hay que enseñarlo, porquecuando nos conocen, ¡nos valoran tanto! Por eso, las ciudades tendrían quefomentar bien la artesanía que en ellas existe“, concluye Elena. A laespera de que esto suceda, la orfebrería seguirá resguardándose en tallerescomo este, donde tradición y maestría se alean con los metales preciosos.


@LaBellver

Adrián Cordellat

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