Érase una vez una embarcación unida a la naturaleza…

Descubrimos la vela latina, una modalidad anclada en el pasado que concibe la competición como un hecho cultural que hurga en la tradición oral, en las embarcaciones mediterráneas seculares y en la conservación del entorno natural.

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Alejadas del mundanal ruido y de las aguas saladas del mar abierto, cómplices silenciosas de la cultura y de la naturaleza, navegan entre el pasado y el futuro con el afán de conservar el medio ambiente y reivindican la supervivencia de un paraje natural con sus velas al viento cada fin de semana desde marzo y hasta el mes de octubre. Son las embarcaciones de vela latina, herederas de la tradición secular que también lucen en otros rincones del Mediterráneo, como en Italia, Francia o Grecia; y del Atlántico, principalmente en las Islas Canarias. Nosotros nos quedamos esta semana en la Albufera (Valencia), donde hay constituidas cinco asociaciones de vela latina con el objetivo de “exhibir y demostrar a través de la vela lo que tenemos aquí, recuperar y mantener todo lo relacionado con la fauna, la flora del lugar y las embarcaciones, los aparejos y las velas de siempre”.

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Son las 12 del mediodía, la hora en la que el viento empieza a ser favorable en el Parque Natural de la Albufera y momento marcado para comenzar la exhibición de vela latina del fin de semana. Unas 30 embarcaciones parten de alguno de los puertos dulces del paraje, como el de Catarroja, al que se desplaza 360gradospress para inmortalizar una cita tan estética en un entorno natural como el señalado. Salvador Ciges, de la Asociación de Vela Latina ‘Els Peixcadors’ ejerce de maestro de ceremonias y explica que antiguamente estos barcos “se utilizaban para el desplazamiento de embarcaciones del arroz, del barro y de la gravilla para los pueblos”.

Desde hace 25 años, asociaciones como la que representa Salvador, se afanan en recuperar las labores tradicionales de la vela latina y lo hacen todos los fines de semana mediante una competición que tradicionalmente termina con el colofón de una buena paella a pie de Albufera, “como mandan los cánones del lugar y de siempre”, subraya Salvador. Precisamente, ése es el componente que aleja a esta modalidad de vela de la unida a la competición. “No organizamos regatas, exhibimos y demostramos lo que tenemos aquí”, explica el miembro de la asociación consultada por 360gradospress, quien aclara que “se suele premiar a los primeros, claro, pero es más importante reforzar los vínculos culturales que los deportivos, los unidos con la tradición y con todo lo que tiene que ver con el mantenimiento de la Albufera, de sus aguas y del estado óptimo de su fauna y flora”.

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En dos horas, las embarcaciones recorren un circuito que “toca los distintos vientos para poder trazar los virajes oportunos”. Unos virajes que en ocasiones provocan el vuelco de algún que otro barco sorprendido por la fuerza inesperada de una racha de viento traicionera, pero que no van a más. “No hay peligro de ahogarse porque no hay agua, la altura oscila entre 1,20 y 1,50 metros, hay más lodo que agua, de ahí la importancia de recuperar también antiguos manantiales y que llegue el agua a la Albufera limpia”, indica Ciges.

Asimismo, la competición de vela latina también persigue mantener en el tiempo el tipo de embarcación de siempre, la heredada en el caso valenciano de la pintura de Sorolla y de los escritos de Blasco Ibáñez. Una tipología de barcos de madera de pino de entre 4 y 8 metros de largo, que abarca desde el clásico barquet, “más al alcance del particular y más económico” hasta las embarcaciones de 6 y 8 metros que participan en la competición de vela latina “que pueden costar un millón de las antiguas pesetas, y que obliga, como se dice por aquí, a ‘querer más a la embarcación que a la mujer’, por las tareas de vigilancia a las que obliga al estar abandonada en el puerto”, asevera Salvador.

Materiales tradicionales
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La vela es triangular, de algodón –no de fibras, como manda la tradición- y está unida al casco de la embarcación por el árbol –arbre- y una antena de 13 metros, además de las poleas de la parte central. Un entramado de madera y velas concebido de forma artesanal conforme las pautas que los navegantes recogen de los escritos históricos al objeto de mantener la tradición, que incluye también un aparejo a base de cuerdas de cáñamo. Ciges subraya, en este sentido, que “la vela latina significa el origen histórico de las embarcaciones de fibra que hoy conocemos, como las que compiten por ejemplo en la Copa América con mástiles de 25 metros”.

Reunión, familia, vecindad, noticias del boca a boca de los pueblos, crónicas locales de herencia secular, navegantes que compiten por la tradición, y encuentro gastronómico, en el que toda cita con la vela latina desemboca: fiesta y paella para todos los participantes y allegados.

Hemos sido testigos de una tradición natural en pleno siglo XXI.

Óscar Delgado

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