Valencia se prepara para que el fuego y la pólvora tomen la ciudad. Empiezan las mascletàs en la plaza de su ayuntamiento y las calles se han inundado de puestos de venta ambulante de churros, chocolate caliente y buñuelos. Estos dos últimos son los protagonistas de una tradición culinaria que cada marzo hace las delicias de los falleros. En el centro neurálgico de su casco antiguo y bajo la sombra de la Catedral de Santa Catalina, la horchatería más emblemática de Valencia, que toma del monumento su nombre, ofrece la merienda típica fallera desde hace doscientos años.
En los orígenes de las conocidas fiestas valencianas, cuando los restos de maderas de los talleres de carpintería se quemaban en las calles, las llamas no eran lo único que calentaba a los ciudadanos. “Los buñuelos de calabaza, los valencianos, se hacían en época fría. Son muy calóricos junto al chocolate caliente y alimentan bastante. Cuando los falleros tenían frío venían a comerlos” explican los responsables de esta meca de la horchata y del buñuelo.
Chocolate caliente y buñuelos de calabaza, esa es la merienda típica de esta celebración, el llamado berenar faller. Aunque en los últimos años los churros, no tan autóctonos, intentan quitarle el protagonismo al que era conocido como pastel de los pobres. “Los churros son más suaves y se pueden comer hasta en verano, los buñuelos son demasiado pesados para la época estival. Tomas un chocolate con buñuelos en verano y ya no puedes comer en todo el día”, comentan desde la horchatería Santa Catalina. Ellos tienen claro la importancia de seguir las tradiciones. En fallas, preparan buñuelos. El resto del año hacen churros.
“Un buñuelo de calabaza valenciano es crujiente por fuera y blandito por dentro, un sabor que gusta a todo el mundo”, explican en el emblemático local. Ellos le dan importancia a la materia prima: la calabaza. Usan cantidades generosas para que se note su sabor. El tamaño del buñuelo es considerable. Sus raciones suelen compartirse entre dos personas. “No puede faltar el buñuelo en las fallas, es algo fundamental. Como no puede pasar una familia una semana sin haber tomado una paella, pues igual, la gente en fallas toma chocolate con buñuelos”.
Estas delicias de calabaza tan típicas de las tierras levantinas tienen su dificultad en la preparación. El aceite en el que se fríen juega un papel clave: hay que encontrar su punto perfecto de temperatura. “La buñolera tiene que ser experta para poder sacarlos bien, si está demasiado frío el buñuelo pasa demasiado tiempo en la freidora y coge aceite, queda demasiado graso; si está demasiado caliente, se quema por fuera y se queda crudo por dentro”, explican estos curtidos expertos.
En Santa Catalina, el chocolate es muy espeso. Es habitual que los clientes comenten con sorpresa que, al meter las cucharas en el cacao, estas se sostengan. Afirman que cuando las tazas vuelven de la mesa están limpias y algunos clientes piden agua para echarla a la taza y terminarlo del todo.
Aunque es menos característico de estas fechas, algunos falleros prefieren algo más ligero. Para ellos siempre queda la también típica de Valencia horchata con fartons, que es otra especialidad de Santa Catalina. Al ser más refrescante, acompaña muy bien unas fallas de temperaturas estivales. Desde el añejo establecimiento nos recuerdan la leyenda sobre el origen del nombre de la horchata: Jaume I estaba en las calles de la ciudad sediento y vio a una joven vendiendo un líquido blanco. Pidió que le diese de aquel refresco que portaba y le gustó tanto que se lo bebió todo de golpe. Aixó és or, xata! (¡esto es oro, chata!) le dijo a la vendedora de esta bebida a base de chufa.
La horchatería Santa Catalina evoca estas leyendas desde su apariencia tan tradicional, tan de las raíces valencianas. Está decorada con cerámicas locales que captan los flashes de los turistas como una atracción más del casco histórico. Guardan el recuerdo de las visitas de la infanta Isabel, a la que le gustaba probar los dulces valencianos en este local que suma dos centenarios. Tradición valenciana, patrimonio cultural y gastronomía es lo que se respira entre sus paredes.
José Manuel García-Otero