Cuatro ángulos para abordar Budapest en modo viajero

Salud termal. Fiesta nocturna, gastronomía, vinos y cervezas de calidad. Memoria y valor históricos. Creatividad y bohemia. Budapest alentó el espíritu viajero de 360 Grados Press, porque en la capital de Hungría se disfruta más como viajero que como turista. Os invitamos a descubrirla bajo una experiencia de cuatro etapas temáticas.

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Budapest desde la historia. De las tres ciudades (Óbuda, Pest y Buda) que recogen todas las guías turísticas y de los recovecos históricos protagonizados en cada una de ellas desde los romanos, pasando por los turcos, los austrohúngaros, los nazis y los soviéticos, la ciudad separada por el Danubio siempre se caracterizó por estar dominada, sometida, privada de sus señas de identidad, de su libertad, hasta 1991. Hoy, en Pest se hace vida y en Buda se hace turismo.  

 

Parte de la vida de Pest pasa, precisamente, por reconocer los vestigios más recientes de la historia de la ciudad, los correspondientes al siglo XX. Además de hacerlo a través de las estatuas que van salpicando la experiencia viajera por las calles de esta parte de la ciudad, como la de Ronald Reagan en la Plaza de la Libertad, donde coincide que se erigió una prisión soviética durante la Guerra Fría y hoy se asienta la Embajada de los Estados Unidos de América; o de la línea 2 del tranvía, que recorre en paralelo al Danubio el histórico e impresionante Parlamento húngaro, el conmovedor Monumento de los Zapatos -60 pares de bronce para homenajear y no olvidar a las víctimas cruelmente asesinadas y arrojadas al río por los nazis- hasta el emblemático Puente de las Cadenas –que conecta el centro de Pest con el funicular que escala a Buda-; es recomendable rescatar en una visita a La Casa del Terror –incluida en pocas guías- los hitos que marcaron el sometimiento de los habitantes de Budapest, primero a los nazis, después a los comunistas.

 

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Ubicada en la vía Andrassy, 60, una de las principales arterias históricas de Pest, la finca museo esconde en su interior un ejercicio de autocrítica terrorífico por el pasado más reciente vivido entre sus paredes y en el modo de vida de los magiares durante el siglo XX. Una población sometida a los designios de Hitler bajo el mando de las cruces flechadas -una división militar propia creada al servicio de los nazis-; reconvertidas en un cuerpo de espionaje y opresión del pueblo durante la ocupación soviética. Porque la revolución –de la que en 2016 se celebró el 60 aniversario- protagonizada por los vecinos de Budapest el 23 de octubre de 1956 desde la sede de la Radio Magyar (sita en Pollack Mihály tér, 8) contra la opresión comunista fue aplastada por tanques rusos como el que de forma imponente da la bienvenida al visitante en el recibidor de esta casa del pánico.

 

El recorrido por el interior del recinto, que se prolonga por espacio de unas dos horas, sumerge al visitante en la crudeza de un tiempo no muy lejano en el que se mataba por capricho, en el que más de 600.000 judíos húngaros fueron asesinados, en el que muchos otros que tuvieron la suerte de sobrevivir a los campos de concentración repitieron experiencia en los gulags soviéticos, en la facilidad de cambiar de chaqueta para servir a quien ostenta el poder, en cómo el gobierno soviético silenció a los poderes fácticos y acojonó a toda la población so pena de torturas en celdas madriguera como las que conserva esta Casa del Terror para estupefacción de quien la visita; o en cómo la libertad finalmente se impuso con el fin de los satélites soviéticos y que a Budapest y a los húngaros no les llegó hasta 1991.

 

Más trozos de historia se perciben al otro lado del Danubio, en lo alto de Buda, donde esperan los reclamos más visitados: desde la Ciudadela con la Estatua de la Libertad hasta el Bastión de los Pescadores, el Palacio de Buda o la Iglesia Matías. Y también otro reclamo menos visitado pero con una carga anecdótica de historia para reflotar en esta crónica viajera: el Hospital-Búnker de la Roca. Este enclave, trazado por el entramado de grutas subterráneas de Buda, actuó de hospital durante la Segunda Guerra Mundial en unas condiciones penosas, dado que lo hizo sin agua potable y sin suministro eléctrico. Con todo, cumplió su papel con la dignidad y profesionalidad que narran los testigos en un paseo recreado por las instancias del complejo, alimentado por maniquíes realistas, aperos médicos de la época y en un estado de conservación más que óptimo para que el viajero imagine cómo funcionó el hospital.

 

Después de la guerra, y bajo el poder de los soviéticos, el complejo se convirtió en un centro secreto de pruebas, cuando la Guerra Fría inculcó la paranoia colectiva de una inminente guerra nuclear. Así, el hospital pasó a ser búnker y los guardianes que lo conservaron vivieron prácticamente cuidando de sus instalaciones hasta 2002, año en que se jubilaron y oficialmente desapareció el pánico nuclear en Europa.

 

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Salud termal. Otro de los atractivos turísticos de la ciudad candidata a albergar los JJOO de 2024 es su riqueza termal. Sus más de 120 manantiales no tienen igual en ningún otro núcleo urbano de Europa. Eso de bañarse al aire libre con una temperatura ambiente de tres o cuatro grados bajo cero es una experiencia para vivir. Nosotros la experimentamos en los baños de Széchenyi, uno de los más famosos de la capital magiar. Junto al enclave turístico de la Plaza de los Héroes, se erige un edificio de corte neoclásico, de color amarillo del que fluyen por la fachada principal en contraste con el frío ambiental chorros de vapor que vaticinan la experiencia que el visitante encuentra en su interior.

 

Acudimos a la llamada con las termas un martes de diciembre encapotado, escépticos y bien abrigados. Y lo hicimos reservando vía web por 17 euros una entrada con derecho a cabina privada –opción que permite poder cambiarte y dejar tus pertenencias sin necesidad de compartir espacio con terceros- y equipados con una mochila que contenía bañador, chanclas y toalla –nos olvidamos el albornoz, prenda totalmente recomendable si se acude al reto del baño al aire libre en invierno; que la propia instalación alquila por el módico precio de unos 8 euros y por el que tienes que dejar una fianza de unos 15 euros que recuperas cuando lo devuelves-.

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Flúor, sulfato de calcio, magnesio, bicarbonato… son algunos de los componentes que alimentan las aguas de las 15 piscinas del balneario público, perfectas para relajarse y desconectar del ajetreo viajero. 360 Grados Press las recorrió en horario matutino por espacio de cuatro horas, incluyendo unos cuantos largos en la piscina exterior habilitada para tal fin –con el agua a 29ºC- y una partida de ajedrez en otra pileta aledaña –38ºC- con jubilados locales. Nosotros no conseguimos ganarles, ni por lo que comprobamos ninguno de los otros viajeros o vecinos de Budapest que pasan las horas muertas en las instalaciones.

 

Al otro lado de la ciudad, en Buda, se asienta otro de los baños más reconocidos de la capital: los de Gellert. Un edificio histórico que mira al Danubio y que, además de hotel, acoge este balneario de corte neoclásico que alberga piscinas interiores y exteriores entre columnas de distintos órdenes y cuyo funcionamiento es similar a los de Széchenyi. Para gustos, ya se sabe.

 

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Creatividad y bohemia en el barrio judío. Budapest es una ciudad que proyecta ambos de estos polos por cualquiera de los paseos que el viajero emprende por sus calles, tanto de un lado como de otro; pero especialmente en Pest, que es donde fluye la vida en la capital magiar. Creatividad y bohemia rescatadas en su barrio judío, donde la decadencia de algunas de sus fachadas han sido decoradas con murales de distinto significado, tanto por el momento histórico que recogen como por el colorido, escasamente propagandístico, que proyectan.

 

Murales que divisamos en uno y otro paseo por sus calles. Como el que refleja el rostro de Ángel Sanz Briz, el Ángel de Budapest, un diplomático aragonés que en la Segunda Guerra Mundial, especialmente cuando los nazis tapiaron en diciembre de 1944, con la guerra casi finiquitada y a escaso mes y medio de que los soviéticos entraran en la ciudad, 11 calles del barrio para convertirlas en un gueto donde los judíos murieran por inanición. Fue entonces cuando este español consiguió salvar la vida a más de 5.000 sefarditas –y a los que no lo eran- con un salvoconducto que les trasladó a la Península Ibérica.

 

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También localizamos un mural homenaje a la selección húngara de fútbol, que en los años 50 consiguió ser el espejo del mejor balompié en Europa. La pintura plasma la portada que un diario húngaro publicó cuando los magiares ganaron a Inglaterra en Wembley 3-6, el 25 de noviembre de 1953, en el que para muchos futboleros pasa por ser el mejor partido de la historia del siglo XX. Y más murales, como el que muestra las nombres de las principales calles del barrio judío junto a un retrato rococó de la emperatriz Sisí, una de las imágenes del antiguo imperio austrohúngaro, ubicado frente a la semiabandonada y magnánima sinagoga de la calle Rumbach; o el que homenajea a otro vecino ilustre, Rubik, el inventor de tan universal juguete del que tan orgullosos se sienten los húngaros.

 

El paseo por el barrio judío, que comienza en la Gran Sinagoga de Budapest –la más grande del continente europeo- y su mausoleo, dedicado a las víctimas del holocausto que perecieron a primeros de 1945 y que fueron enterradas insólitamente en una fosa común junto al templo, que acoge el Árbol de la Vida como principal homenaje a los fallecidos, se completa con la combinación entre edificios de corte art nouveau con los neoclásicos, ambos con permanentes referencias de simbología judía, como el candelabro de siete brazos, establecimientos kosher –Cukrászda, la única confitería de estas características que permanece abierta en la vieja Europa- o un local de aguas rituales con baños purificadores exclusivo para mujeres ortodoxas.

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360 Grados Press puso, precisamente, su base en un apartamento del barrio judío, en plena calle Király. El mismo se ubicaba en una típica finca del centro, con patio interior y corredor abierto en cada planta. Una estampa que remueve el imaginario de lo que aconteció en aquel entorno no hace muchos años. Frialdad, muros negruzcos lamidos por la humedad del clima y paredes roídas, testigos de una historia de sumisión, dolor y superación.  No es una intuición, es algo manifiesto.

 

Caminar por el núcleo de este distrito (el número 7 de la ciudad) es hacerlo por la vida de tiendas artesanas, bares bohemios, cafés modernos y atrevidos, sinagogas de antes y, cómo no, por los famosos ruinbpubs.

 

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¿Qué son los ruinpubs? Una suerte de locales de ocio y culturales abiertos desde por la mañana hasta bien entrada la madrugada. Están asentados en antiguos edificios ocupados o deconstruidos tras las épocas de sometimiento histórico referidas. Son lugares de apariencia ruinosa, que no han sido transformados o pasados bajo la mano de interiorista, carpintero o arquitecto; que no han sio decorados tras una reforma; sino ataviados con su propia suerte de iconos propios de otra época, sesentera, setentera, ochentera, novenetera… hasta convertirse en museo entre lo hippie y lo hipster; entre lo mod y lo sicodélico; entre lo gótico y lo kitsch; entre lo pop y lo retro. Quien más, quien menos, encuentra un plan en el interior de estos locales, que abarcan la vida cultural de la ciudad, desde conciertos hasta sesiones jam pasando por presentaciones de libros, tertulias improvisadas sobre temas de actualidad, proyecciones documentales, cine fórum y charlas desordenadas distribuidas por sus estancias. Habitaciones mudas antaño en casas calladas, salas de diversión, tumulto y música de hoy (en día).

 

Nosotros estuvimos en el Szimpla Kert, uno de los más emblemáticos, sito en la calle Kazinsky, y en el Instant, ubicado en la calle Nagymez?; ambos más que recomendables. Porque no se puede dejar Budapest sin haber pasado antes por un ruinpub.

 

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Y si 300 florines al cambio significan un euro, en cualquiera de estos lugares puedes comprobar que el viajero de la zona euro parte con una ventaja inicial, la de poder beneficiarse de acceder a productos y servicios a precios ventajosos. Con todo, se percibe la cercanía europea de Hungría como miembro de facto de la Unión y una sensación de que sus ciudadanos están más que preparados de lo que piensa el viajero para recibir la nueva moneda–es raro no encontrar tiques que traduzcan la vida económica del consumo diario en euros-. Es como si Budapest quisiera ser más cara de lo que es actualmente, como si el poder adquisitivo del aquincense estuviera preparado para la moneda única, o no.

 

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Cervezas y vinos de calidad. Y de postre, el ángulo más versátil de Budapest: sus bebidas espirituosas. Desde el Unicum –podría ser la competencia húngara del vecino del ciervo, el Jägermeister-, un licor institucionalizado por la nobleza imperial desde su creación en 1790, compuesto a base de una mezcla de 40 hierbas que elevan a 40 grados de alcohol los brindis; a la Palinka, una suerte de aguardiente que abarca desde los 35 hasta más de 70 grados de alcohol; reposan en los bares de Budapest otras bebidas más “populares”, como las cervezas y los vinos locales.

 

Tanto las primeras, como los segundos, se identifican por una calidad desconocida para los primerizos que procedemos de zonas donde el Rioja o el Ribera del Duero; y las cervezas belgas, las vecinas checas o las inglesas, además del producto nacional, son religión. En Hungría descubrimos que saben hacer tanto buenos vinos como buenas cervezas. De los primeros, probamos por copas en el restaurante Baltazar de Buda un tinto Ruppert cabernet franc de 2012, de la región de Villány, una de las seis zonas productoras más famosas del país, el cual suponemos será difícil de adquirir en España pero que nos dejó un estupendo sabor de boca, digno de ser recomendado y rastreado para futuras incursiones viajeras por el país magiar –pagamos unos 5,5€ por cada copa servida generosamente, bien es cierto que el establecimiento es un poco más caro que la media, habida cuenta de su ubicación, en uno de los hoteles más chics de la ciudad-.

 

También nos sumergimos en el mundo de los vinos en un crucero nocturno, turístico y espirituoso por el Danubio, en el que probamos seis caldos: dos blancos, –Furmint Gran Selection, de Tokaj, y Bárdos Pinot Grigio, de Mátra-, un rosado –Juhász Kékfrankos, de la región de Eger-, un tinto –Hilltop Premium Merlot, de la zona de Neszmely-; y dos dulces –Bodri Szekszárdi Cuvée, de Szekszard, y Smorodni Sweet, del Tokaj-. De todos ellos nos sorprendió el primero de los dulces y el segundo de los blancos. Seguramente porque la calidad de esta incursión poco viajera no era uno de los objetivos primordiales del organizador, quien quizás pensó que con el Parlamento y las vistas era suficiente.

 

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En el capítulo cervecero, las cervezas industriales que encontramos por los bares de Budapest fueron principalmente cuatro propiamente húngaras: Dreher, Soproni, Borsodi y Arany Ászok. Todas conviven en casi todos los establecimientos con la ominipresente Pilsner Urquell de la vecina Chequia y, en algunos sitios con otras modalidades artesanas, como la que lleva el nombre de una de las arterias más populosas del barrio antiguo, Kazinsky Red. Una birra roja perfecta para la tertulia y las conversaciones calurosas de largo recorrido dentro de locales bien aclimatados, con el calorcito más bien recibido en días de crudo invierno.

 

Aunque es recomendable hacer una incursión en cualquiera de las tiendas abiertas las 24 horas con venta de bebidas o en los supermercados Spar salpicados por los barrios de la ciudad para descubrir variedades especiales de las marcas señaladas, incluso otras artesanales como las distintas variedades de la Szent András –de la que recomendamos firmemente la Black Rose– o la IPA de Reketje, deliciosa. ¿Quién da más? Los precios, oscilan entre los 200 florines del formato de medio litro de las cuatro más populares en el supermercado –apenas 0,70€- a los 650 florines–poco más de dos euros- por una pinta en establecimientos normales de la calle.


@os_delgado o @360gradospress

Óscar Delgado

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