Fotografía: Marga Ferrer
Fotografía: Marga Ferrer

La camisa de tu padre emprende nueva vida


El colchón, esos pantalones tan monos comprados para la primera comunión del nieto, aquella cazadora marrón con borreguito y hasta el traje azul marengo que fue descartado como funda de mortaja… Todo se veía abocado a esa inmensa pira funeraria en la que, al menos metafóricamente, ardían los objetos de uso personal del difunto abuelo. Era la tradicional ceremonia de ofrenda a la muerte, el exorcismo de todos los miedos ancestrales a la única verdad indestructible de la vida. El ritual de deshacerse de la ropa del difunto es un clásico que va atado a una consideración atávica de que las prendas de vestir mueren con el muerto, como si la epidermis hubiera operado un trasvase animista a la prenda. Los ropajes acaban arrinconados en un espacio oscuro del armario más recóndito, en un contenedor solidario de recogida de ropa o, cada vez más, en una tienda de ropa de segunda mano de las que están proliferando en España en la última década. Un fenómeno que ha sido incubado por la crisis económica y los cambios socioculturales.

La sociedad española era mayoritariamente alérgica a la compraventa de ropa de segunda mano, tan en boga en países anglosajones. Ya no lo es tanto. En el imaginario colectivo operaba el recuerdo de la ropa heredada entre hermanos a la fuerza, de vestirse gracias a la caridad del prójimo. Ecos de las miserias de la postguerra.

Funcionaba también, y aún quedan rescoldos, una aprehensión higiénica a adquirir ropa usada. Jorge Vento da fe de que esas prevenciones siguen latiendo. Es el dueño de Santo Spirito Vintage, un comercio de prendas de segunda mano y vintage ubicado en el corazón del casco histórico de Valencia. “Esa prevención se ha erradicado en un 80%, pero todavía queda gente reacia”, explica, a la vez que subraya la paradoja de que esa misma gente “va a un hotel y ni se plantea como se lavan las sábanas, ni el tapizado del sillón, el cuarto de baño o las vajillas en los restaurantes”.  Vento montó la tienda en 2010, con apenas 27 años. Es diseñador de moda y se metió a empresario tras vivir en Suecia, Italia e Inglaterra, países en los que este modelo de negocio funciona. Casi todas las prendas que se exhiben en su establecimiento de dos plantas son de marca y con un marcado estilo streetwear.

Las marcas exclusivas dominan los percheros vintage/ Foto: Marga Ferrer
Las marcas exclusivas dominan los percheros vintage/ Foto: Marga Ferrer

Omar tiene 23 años, acaba de adquirir allí una cazadora Nike Alpha Strike por 49,95 euros, cuando su precio de estreno ronda los 180. “Soy consumidor habitual de estas tiendas; mis amigos también”, apunta. ¿Motivos? Por economía (relación calidad/precio) y por militancia en este tipo de consumo más sostenible. Por 20 euros puedes comprar una prenda de calidad muy discutible en tiendas de grandes cadenas, subraya Vento, o ropa de calidad de segunda mano. El motivo de mayor peso que inspira a la clientela de estos establecimientos es su militancia en un modelo de consumo más alternativo. Su apuesta por dar una segunda vida a las prendas se enmarca en un estilo de vida en el que se relega la obsesión por estrenar en favor de la originalidad. La felicidad del consumo se experimenta de una manera más ecológica y acorde con los valores de la sociedad postmaterialista.

Un informe de la Asociación Ibérica de Reciclaje Textil (Asirtex) revela que cada español consume una media de 34 prendas al año y prescinde, en ese tiempo, de unos 12 kilos de ropa. El consumo de ropa low cost y de segunda mano ha ganado terreno en un mercado de abrumadora sobreproducción. Y va a más. Lo remarca Greenpeace. Cada año se fabrican en el mundo 100.000 millones de prendas y cuatro de cada diez no son usadas. Ni recicladas. Son dramáticamente destruidas. Paradójicamente, crece el mercado de la reventa y no cesa la producción, a menudo en condiciones de explotación infantil en países como India, Bangladesh o Pakistán. En todo el mundo. “He visto a niños explotados en México, en San Miguel de Allende, prensando zapatillas que se venden a 120 euros”, lamenta la responsable de SoHo del Carmen, Sonia Martín.

“El Primark me pone enferma”, es el grito de guerra, la declaración de principios de esta hija de padres españoles, nacida y criada en Nueva York. Allí mamó la cultura de la segunda mano y se inspiró para abrir su coqueto local en Valencia, ubicado a una pedrada de La Lonja y el Mercado Central, dos estaciones de parada obligatoria para los turistas. “Tengo mucha clientela extranjera”, subraya, en la misma línea que Vento.

Sonia Martín vende ropa con su propia marca y cuenta con un servicio de costureras para ajustar las prendas. De las perchas cuelga ropa de marcas reconocidas a precios asequibles. El rey es el vaquero Levi’s, a 15 euros. Un chaquetón London de 400 euros sale por 50 y una camisa Burberry, por 18. “Los no habituales preguntan a veces si son falsificaciones”, bromea. Remarca que falta cultura sobre la segunda mano y vintage. “Que no significa sacar del armario de la abuela toda la ropa destrozada porque es vieja, sino la ropa diseñada al estilo de los 70, los 80 o los 60”, explica. Cuenta que son habituales los que llegan a vender prendas porque vacían armarios como si acudieran a un vertedero. “Antes de que vengan les pido fotos”, explica.

El Soho del Carmen es una de las tiendas de referencia/ Foto: Marga Ferrer
El Soho del Carmen es una de las tiendas de referencia/ Foto: Marga Ferrer

La adquisición de ropa a particulares es una de las fuentes de provisión de estas tiendas. Puede pagarse en metálico o dejarlas en depósito y repartir beneficios una vez sea adquirida por un tercero. En el caso del SoHo del Carmen, el proveedor particular recibe un 20% del precio al que se tasa la prenda si es al contado. Si se espera a cobrar cuando se realice la venta, la propietaria de la tienda le paga un 40% del precio de venta al público.

Hay una segunda vía, mayoritaria en el sector, de suministro de ropa de segunda mano a las tiendas: los proveedores al por mayor. ¿De dónde sacan el producto? De la compra a particulares en una compraventa pautada o a través del sistema de recogida en contenedores, a veces de forma tramposa. Han saltado a los medios escándalos como el protagonizado por el Ayuntamiento de Madrid y la exalcaldesa Ana Botella cuando firmó un convenio con la empresa Ecotextile Solidarity para que colocara 170 contenedores en la capital de España. El montaje era redondo. Recoger ropa de donantes con espíritu ONG para hacer negocio privado.

La mayoría de los proveedores a las tiendas de segunda mano proceden de Reino Unido, Holanda, países centroeuropeos o Estados Unidos. De este último país llegan los contenedores de prendas textiles que surten a Flamingos Vintage Kilo, ubicado en el valenciano barrio de Russafa y uno de las dos docenas de establecimientos franquiciados de esa marca en España. Compran por kilos y venden por piezas. Pero el precio está pautado al peso. Es la filosofía del “tanto pesa, tanto vale”. Las blusas, shorts y camisetas ochenteras llegadas desde Texas, donde está la central de compras, se venden a 24 euros el kilo.

El auge de la segunda mano en general, y de la compraventa de ropa en particular, puede certificarse en portales como Wallapop, Vibbo (antes Segundamano), Chicfy, YuMe u Obsso.

Sonia Martín se siente orgullosa de los vaqueros que lucía José Sacristán en Formentera Lady (“salí en los créditos”, bromea), y, especialmente, de haberse consolidado seis años después de abrir. Ha levantado la persiana de un segundo local. Pero no todas las tiendas abiertas tienen nicho de mercado suficiente para crecer. De ello puede dar fe Carlos Doterol, diseñador, modisto y dueño de Kenny Velon. Su producto no ha conectado suficientemente con el perfil tipo de cliente de la segunda mano: entre 18 y 40 años, mayoritariamente mujer y con un poder adquisitivo medio. Abrió su boutique en plena crisis en un área en el que conviven hasta seis tiendas de ropa usada en apenas doscientos metros. Nutrió sus percheros de prendas más de vestir, de fiesta, pero no encontró abono suficiente para crecer en el mercado. “Todavía no hay mucha cultura de consumo de ropa para celebraciones. La gente piensa que no vale la pena tener un armario con este tipo de prendas y dice “para una vez que me la voy a poner”, como si uno no pudiera vestir elegante a diario”, argumenta Dotero. Sus planes inmediatos, cuando culmine el traspaso de su negocio, pasan por abrir un nuevo local en Denia, que es ciudad turística y con una importante comunidad de residentes extranjeros. Quiere comercializar una línea de ropa con marca propia. Paradójicamente, la ropa de evento le dio para sobrevivir, pero no para crecer, pese a haberse instalado en Valencia, el paraíso de los eventos públicos con sobrecoste.

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