España cuenta con el parque de elevadores más grande de Europa y es uno de los más amplios del mundo. Hablamos con la Federación Empresarial Española de Ascensores para bucear en la historia de estos dispositivos y de lo que ha dado de sí el invento, que no es poco.
En esos habitáculos ha pasado de todo. Se han robado besos, se ha aguantado esa risa floja que no sabes por qué entra, pero que no se va e incomoda al de al lado; se han cruzado miradas, se han iniciado conversaciones de vecinos y, sobre todo, se ha hablado del tiempo. Pues parece que lloverá hoy. Un clásico. También han ocurrido escenas épicas o, al menos, se han rodado para el cine. El séptimo arte cuenta con momentos míticos gracias a ellos, como cuando Superman (Superman returns, 2006) volaba en vertical con el puño en alto por el hueco del aparato mientras se cambiaba de ropa. Hasta se han colado en la actualidad informativa cuando no hace mucho algunos políticos se quedaron encerrados en uno de ellos.
Los ascensores, tal y como los conocemos hoy en día, son cosa del ingeniero Elisha Graves Otis quien, en realidad, “lo que ideó fue el primer dispositivo de seguridad anticaídas”, según explica José Manuel Rodríguez, presidente de la Comisión de Comunicación y Estadística de la Federación Empresarial Española de Ascensores (FEEDA). En 1854 presentó en la Exposición Mundial de Nueva York el invento, un elevador con un dispositivo que evitaba el desprendimiento de la cabina ante la rotura de los cables de suspensión, según expone Rodríguez. Y la idea, a la vista está, gustó.
Tanto es así que en 1857 se instaló en esa ciudad el primer elevador y cinco años más tarde se repitió la jugada pero, esta vez, con un ascensor hidráulico para pasajeros. “Y poco después llegó la era de los rascacielos y en 1889 Otis desarrolló las primeras máquinas de ascensores eléctricos con engranaje que funcionaban satisfactoriamente”, lo más parecido a lo que encontramos en la actualidad.
Cabe remarcar eso último, ya que el sistema de elevación no es cosa ni siquiera de ese siglo. Como indica José Manuel Rodríguez “para algunos el origen del montacargas se remonta a miles de años atrás cuando se utilizaban sistemas de polea para extraer agua o levantar materiales de construcción”. De hecho, para levantar las imponentes pirámides de Egipto “los montacargas tuvieron un papel fundamental”.
En todo caso, y según revela Rodríguez, la primera prueba documentada del uso de sistema de poleas para transportar personas procede de Grecia y data del año 236 de nuestra era, cuando el matemático y físico Arquímedes inventó un dispositivo con una cuerda y una polea. Y lo que es más, se cree que este sistema “se usó también en la construcción del palacio del emperador romano Nerón”.
El primero, en Madrid
Pero, volviendo a los ascensores modernos, en España se instaló el primero en un edificio de viviendas de Madrid (calle Alcalá, 5) veinte años después de que pusieran en marcha el primero de Estados Unidos. Al menos, ese es el ascensor que tiene el privilegio de encabezar la lista española según un documento fechado en 1877. El presidente de Comunicación y Estadística de la FEEDA cuenta que Merly, Serra y Sevilla fueron los tres ingenieros que lo construyeron.
Y desde entonces hasta ahora el invento ha dado de sí, pues se calcula que en este país hay algo más de un millón de ascensores, “lo que supone el parque más grande de Europa y uno de los más grandes del mundo”, asegura Rodríguez. Con un ratio de veinte elevadores por cada 1.000 habitantes, “estamos prácticamente a la par de Italia en número de ascensores”.
La evolución de estos aparatos ha sido asombrosa, se acaba de presentar el primero del mundo sin cables que podrá desplazarse, tanto vertical como horizontalmente- pero si hay un factor que destaque sobremanera es el incremento en las medidas de seguridad, tanto para los usuarios como para los trabajadores. Rodríguez lo ilustra citando la nivelación de la cabina, los sensores para evitar el cierre intempestivo de las puertas, que el ascensor para al mismo nivel que el suelo y los sistemas de alarma, entre otros. También recalca la “ecoeficiencia”, que va “desde la instalación de bombillas de led hasta la regeneración de las energía a través de la frenada del ascensor”.
El curioso paternóster
Si algun lector ha estado por casualidad en la Universidad de Leicester (Inglaterra) es posible que le venga a la mente el curioso elevador que sube y baja a los estudiantes de forma continua, pues los alumnos tienen que saltar dentro y fuera de las cabinas móviles mientras están en continuo funcionamiento. Este tipo de ascensor se llama paternóster y, aunque en general está en desuso por razones obvias- quedan algunos. Según Rodríguez en Alemania hay entre 200 y 4000 actualmente. El nombre del aparato, que proviene de las primeras dos palabras del padrenuestro en latín, “se le dio por el parecido del mecanismo del ascensor con un rosario”, revela.
Más allá de la anécdota, los ascensores son elementos cotidianos y útiles que “echamos de menos cuando no están”. La mayoría de los edificios españoles que no cuentan con elevadores fueron construidos antes de los años 60, señalan desde la FEEDA. En esta línea Rodríguez insiste en la “gran satisfacción que produce instalar un ascensor”, pues “son muy gratificantes las palabras de agradecimiento de personas que apenas pueden salir de su casa porque no pueden subir o bajar escaleras o que van en silla de ruedas”. “Gracias al ascensor insiste- la vida cambia”.
Laura Bellver