Ducha en la azotea

El caso del ébola ha centrado la atención informativa en nuestro país durante la última semana, mostrando en muchos casos lo peor de nuestros medios de comunicación y en otros de nuestros políticos, que no han estado a la altura de la situación. La alarma colectiva no llegó al jefe de Peláez, quien pidió a su redactor que se pusiera guantes y un “traje especial” pero no para evitar el contagio, sino para fregar los platos. Un caso más en la vida de este hombre que aprovechó las lluvias otoñales para ducharse en la azotea, se dio al whisky, se negó a dimitir (aunque nadie se lo había pedido) o se empeñó en ser la portada del suplemento ligero de ropa.

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Jueves, 9 de octubre

 

– Buenos días, jefe.
– Póngase los guantes, Peláez.
– ¿Cree que es necesario?
– Por supuesto.
– No voy a contagiarme, jefe, no salgo de aquí.
– Póngase el traje también.
– No es un traje, jefe, es un delantal.
– Llámelo como quiera.
– Usted no teme al ébola.
– Yo sólo temo que me repitan los pimientos choriceros, Peláez.
– ¿Y qué quiere que haga?
– Friegue los platos.
– ¿Qué platos?
– Los de mi desayuno.
– Caramba, jefe, si parece que pasó por aquí un regimiento.
– Ese soy yo.
– ¿Y cómo ha ido?
– He ganado la batalla.
– Ya veo.
– Pues venga, a fregar, yo voy a mi despacho a leer este libro.
– ¿Cuál?
– La primera fabada mundial: causas y consecuencias.
– Es la guerra, jefe, no la fabada.
– Joé, tengo visiones.
– Duerma un poco.
– No, tengo que trabajar.
– Insisto.
– zzzzzzz
– Jefe, despierte.
– ¿No me había dicho que durmiera?
– Pero siéntese al menos, es peligroso dormir caminando.
– Vaaaaaaale.

 

Viernes, 10 de octubre

 

– Jefe, ¿qué hace?
– Ducharme, ¿no lo ve?
– En la azotea, jefe…
– Aprovecho el agua de lluvia, Peláez, así soy yo, un ahorrador.
– Si se acaba de comprar una moto con las extras que no me paga.
– ¡Para ahorrar ruedas! ¿No ve que me podría haber comprado un coche?
– Ya.
– Ah, le he cogido prestado el champú.
– ¿Y de dónde lo ha sacado?
– De su casa.
– ¿Y las llaves?
– De su bolsillo.
– ¡Jefe!
– A ver si llena un poco la nevera, me tuve que conformar con algo de tarta de zanahoria.
– ¡Jefe! ¡Era para el cumpleaños de mi hijo!
– Hágale una de chocolate, hombre.
– Devuélvame las llaves.
– Aquí tiene, páseme esa toalla.
– ¡Es mía!
– Compartir es vivir.
– Brrr… me voy a escribir.
– Antes páseme el secador de su esposa.
– Está calvo, jefe.
– Sólo en la cabeza.
– Aggghhhh

 

Lunes, 13 de octubre

 

– Buenos días, Peláez.
– ¡No pise ahí!
– ¿Qué pasa?
– Acabo de fregar.
– Jefe, qué raro para usted.
– He pensado empezar de nuevo desde abajo.
– ¿Y eso?
– Tantos años encerrado en mi despacho he olvidado mis orígenes.
– Pero usted nunca fue del servicio de limpieza…
– ¿Ah no?
– No, era periodista de base.
– ¿De dónde?
– Redactor raso.
– No lo sabía… ¿y qué hacía?
– Iba a ruedas de prensa.
– Uf, qué frío.
– Escribía reportajes.
– Uf, qué largo.
– Llamaba a sus fuentes.
– Uf, qué cansado.
– Bebía whisky.
– Uf, qué rico.
– ¿Va a hacerlo de nuevo, entonces?
– Sólo lo del whisky.
– Entonces seguirá como ahora.
– Supongo que es mi destino.
– Más bien su cara dura.
– No me diga glup glup.

 

Martes, 14 de octubre

 

– No puedo admitirlo, Peláez.
– ¿El qué?
– Lo lamento, pero yo estoy aquí para servir a nuestros lectores.
– ¿De qué habla?
– Tengo claras mis prioridades, la dimisión no pasa por mi pene.
– ¿Por su pene?
– Por mi mente, perdón.
– No sé de qué habla, jefe.
– Lo primero es lo primero: beber, beber y beber.
– ¿Beber?
– Perdón: trabajar, trabajar y trabajar.
– Estoy de acuerdo, jefe, pero no sé de qué habla.
– Adelantaré las elecciones.
– ¿Qué elecciones?
– Ni idea.
– ¿Y cómo va a adelantarlas?
– Así: tome, vote.
– Sólo hay una papeleta y pone su nombre.
– Gracias por su voto, caballero.
– Pero, jefe…
– ¡Atchís! Dios, me ha pegado una enfermedad mortal.
– Es que está desnudo, jefe.
– ¿Y ahora me avisa?
– Pensé que se había dado cuenta.
– Pensé que era mi nueva chupa de cuero.
– Pues no, es su propia piel.
– ¿Con borreguillo?
– Es su pelamen.
– Soy el hombre perfecto, Peláez. Preparado para el crudo invierno.
– Bueno, me voy a la redacción.
– Vaya, yo me voy a mi trono.
– Por ahí no es, jefe.
– ¿Cómo que no? Mire: wc.
– Ah, ya entiendo…
– Ya era hora, Peláez, ya era hora, me estaba cansando de tanta charleta.

 

Miércoles, 15 de octubre

 

– Buenos días, jefe.
– No tanto, Peláez.
– ¿Qué le pasa?
– Mire el informe de ventas del mes pasado.
– ¿Seis periódicos?
– La gente no quiere ni el suplemento gratuito.
– Es que las portadas…
– ¿Qué pasa con las portadas?
– Que sale usted ligerito de ropa.
– ¿No soy digno de ver, acaso?
– Entrado el otoño, sigue bajando la temperatura.
– Sé lo que intenta…
– ¿A qué se refiere, jefe?
– Intenta despistarme.
– ¿Yo?
– Desvía la conversación.
– Croissant, zumo y café a uno cincuenta en el bar de la esquina.
– No voy a picar, Peláez.
– Golazo de Cristiano Ronaldo ayer.
– No siga, es inútil.
– La capital de Austria es Viena.
– Déjelo.
– Está bien…
– Así me gusta. Volvamos al principio de la conversación: ha enfriado, ¿verdad?
– Jefe…
– No, no hablemos aquí, hagámoslo en el bareto que hay oferta de desayuno.
– Vale…
– ¿Vio el gol de Cristiano ayer? Tremendo.
– Tremendo, jefe, tremendo.
– Me apetece ir de viaje a Viena, no sé por qué.
– Ni yo…


Los cables de las conversaciones que mantiene Peláez con su jefe (#Pelaezleaks) en la redacción de un periódico de provincias los puedes encontrar a diario en la página oficial en Facebook de 360gradospress.

David Casas

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