A escasos kilómetros de la ciudad de Valencia se encuentra La Albufera. Considerado un enclave único por su idiosincrasia, aquí es donde sobrevive una profesión que, a pesar de ser bastante desconocida, posibilita la existencia de unos elementos sin los cuales no podría concebirse el paisaje de dicho parque natural. Esta semana en 360 Grados Press nos hemos aproximado a ella.
Una maqueta 1/700 a medio hacer descansa sobre la mesa de trabajo de Juan José Aleixandre Romero. Se tratade una petición propia de coleccionista que un señor de Málaga le realizó trasconocer en una visita a Valencia esas embarcaciones comúnmente denominadas albuferencs. Justo al lado, recostadasobre unos soportes en el suelo, yace otra idéntica pero de 12 metros de longitud.Ésta, por su parte, es el último encargo de un cliente de la zona, el cual sededica a ofrecer paseos por La Albufera. Ladiferencia de tamaño ha llevado a Juan a variar el material, pero la técnicaviene a ser la misma. “Para la maqueta estoyutilizando madera de mobila, pero en la barca he empleado fresno para el costillar estructura interna y pino de Suecia para el forro exterior de la mejorcalidad que se pueda encontrar, lo cual se nota en que apenas tiene nudos. Deesta forma, se dobla con más facilidad y no se corre el riesgo de que se parta.Ahora, sólo queda aplicar fibra de vidrio, poner los asientos e instalar elmotor. El procedimiento es igual para las dos: parto de la quilla y empiezo acolocar las cuadernas siguiendo el sentido correcto desde el centro“,explica a la par que ejemplifica los pasos con la pieza más pequeña.
Lo cierto es que podría decirse que Juan estaba predestinado para estetrabajo: él siempre había sentido cierta atracción por obrar la madera desdepequeño, por lo que años después tomó la decisión de estudiar el grado medio deformación profesional en carpintería. Paralelamente, su tío le recomendó a Pepe Sevilla, un conocido de la pedaníadonde viven, El Palmar, quien le acogió como discípulo en su taller, de maneraque contó con un aprendizaje complementario. De hecho, así fue cómo se inicióen la profesión de calafate a la par que en la de maderero. “De no ser por esto no habría conocido estafaena, porque no la di en ninguna asignatura cuando estudiaba. Incluso cuandolo comentaba con algunos profesores o compañeros tampoco sabían de ella“,reconoce él mismo.
La fragilidad deloficio
Del mismo modo que Juan, los pocos calafates que todavía quedan en laspoblaciones colindantes con La Albufera han aprendido esta artesanía de la tradición oral yla compaginan con otros quehaceres. Sin duda, la principal razón es que elvolumen de trabajo ha descendido considerablemente de un tiempo a esta parte. “Lo que antes eran acequias ahora soncaminos, por lo que ya no puedendedicarse exclusivamente a ello. Actualmente, quedarán media docena, si llega,en Valencia. Por ejemplo, el Puerto de Catarroja llegó a tener 22, pero ahorasólo hay uno“, ilustra VicentLlorens, asesor de la Fundació Assut, una entidad quetrabaja por la conservación del patrimonio de los sistemas litoralesmediterráneos. Sin embargo, esta no es una situación exclusiva de dichaslatitudes, pues los carpinteros de ribera, que así es cómo se conoce a loscalafates en otros puntos de España, se encuentran en un peligro de extincióngeneral.
Crónica de undeclive
Aunque su función principal ha pasado a ser turística, los albuferencs desempeñaron un papelfundamental en este humedal costero hasta mediados del siglo XX. Porque sus dosmodalidades, los barquets y lasbarcas, no sólo servían como utilitario, sino también como herramienta detrabajo, respectivamente. “Yo soy muyjoven, pero me han contado que había uno llamado El Ravatxol que traía aquíel correo. Y las barcas se dedicaban a dragar La Albufera para sacar gravapara las obras y para ganarle terreno al agua para los campos de arroz“, apuntaJuan. Así, las características de estas embarcaciones están muy condicionadaspor el espacio físico como los vientos o la poca profundidad . Y laevolución de éste ha marcado, a su vez, la progresión de aquéllas a lo largo dela historia. “La decadencia de lasembarcaciones vino con el crecimiento de los años 60, cuando se configuró uncinturón industrial en los pueblos aledaños. Muchos vecinos todavía recuerdanque en pocos años pasaron de poder bañarse en algunas zonas a no poderacercarse con motivo de la contaminación que ello generó. Ahora, la navegaciónestá regulada por el ayuntamiento. Y la salvación de barquets y barcas está enel uso recreativo y en la vela latina“, contextualiza Vicent.
¿Previsiones defuturo?
Con todo, como tantas otras profesiones artesanales, la continuidad delos calafates está en el aire. No obstante, Juan se muestra optimista alrespecto del nivel de ocupación por el momento. En sus palabras: “Hay mucha afición entre la gente joven, deunos 18 años aproximadamente, no tanto por la construcción sino por lasactividades relacionadas con esto, como la caza o la pesca, de manera que sepreocupan del cuidado de los barquets y las barcas de sus padres o de susabuelos“. Por el contrario, la cuestión parece estar más complicada en loque a relevo generacional se refiere, de ahí que los miembros de la Fundació Assut hayan decidido intervenir mediante la organizaciónde visitas guiadas, entre otras cosas. “Tambiéntenemos en mente organizar una serie de talleres en colaboración con la escuelade artesanos, pues no hay una formación específica para el caso y ello podríaayudar al mantenimiento de la profesión“, concluye Vicent. Voluntad porparte de los calafates no falta. La pelota, por tanto, está en el tejado de lasociedad.