Un país donde la nada existe

En un país donde la nada existe, el trabajo se diluye de las manos y uno siente cómo vaharadas de fuego derriten tu espalda; las calles siguen llenas y, sin embargo, huelen a humo y a soledad. Oleadas de gente de otras partes llegan a nuestras playas, pieles oscuras y ojos que escriben el miedo en la arena, un miedo húmedo y hambriento que devora corazones y presente.

En un país donde los títeres lucen sombrero y sus pecheras brillan de medallas, la cobardía es un mérito reconocido, mentir a tiempo forma parte de una jugada maestra y la osadía es un bien común de los insectos. Nadie quiere pararse en la cuneta, porque serás un blanco fácil de los francotiradores o pisarás el cadáver de tu amigo, ese que un día quiso atrapar sueños con las manos y se perdió en una oscuridad llena de pólvora.

En este país de sonrisas de acero y lágrimas de viento, la inocencia es un producto nocivo guardado con llave en los sótanos de un banco. La codicia viste de seda y mira con ojos de serpiente. Los corazones no existen, solo verás la risa sorda de un loco que grita por bulerías consignas de un mundo que pereció en la última oleada y ahora vende estampitas anónimas en el museo de cera.

En este país de noches eternas y caminantes ciegos, nadie espera que llueva mañana y, sin embargo, las nubes enladrillan la luna. Mi hermano vive en la otra parte del mar y yo busco jazmines al pie de esta muralla. Alguien reclamó mi número y un nombre que no tengo, pero respiro y no miro atrás. A lo lejos, un grupo de gente que no es de aquí corre buscando un portal. Nadie mira atrás.

Ellos huyen de su pasado. Nosotros huimos despavoridos de nuestro futuro, nos quema el pensamiento y el pecho. No preguntamos por temor a una respuesta con sangre: la nada existe.

@butacondelgarci

Jose Manuel García-Otero