España envejece, han dicho. En realidad, hace mucho tiempo que se está descascarillando como la cal seca que cae de las paredes de los pueblos que un día dibujó Serrat. Envejece a puro bostezo, harta de gritar por la igualdad que un día le contaron y esperar sueños de Justicia donde solo encuentra socavones con sangre.
El pueblo recibe estos días una cascada de palabras amables, un rosario interminable de promesas con ribetes de oro y fondo oscuro, también recibe una jauría de fariseos que aprietan tu mano y mañana te dolerá.
A España le sangra cada mañana que no vive, las dudas que se pierden en la desembocadura de una afirmación. En medio de un cenagal bailan los mozos de esparto y se alejan los pájaros que nunca vieron un sol bajar los brazos.
Somos los viejos más jóvenes del lugar, los jóvenes más viejos de un campo que sembró su historia y rompió sus sueños en mitad de la noche.
Seguimos esperando la llegada de un tren que huyó de su destino y secuestró el viento. Seguimos mirando una orilla distinta, caminando despacio y destruyendo miradas. Seguimos volando sin alas y dibujando sombras que devoran las sombras.
Seguimos siendo de nadie y nadie es nuestro nombre. Somos españolitos que un día Machado gritó y nadie quiso levantar la mano. Somos esos viejos que quedan por nacer y ya vienen a contarnos mentiras. No es bueno escuchar los silencios, han dicho. Pero nos matan bien vivos.
Foto: Carmen Vela
Ana Bellido