Cuando ves algo que no es, lo primero que haces es sospechar, aunque sea un poco. Psicológicamente estamos armados de tal manera para desconfiar de todo y de primeras. Pero si lo ves, es porque está, y si está, es que no hay fe que valga.
La competencia la podemos observar en cada ámbito y sector que copa nuestra sociedad, así como la creación de la misma en el individuo. Nos han inculcado a ser los mejores, a estar preparados y todo ello conlleva un esfuerzo y una dedicación esencial en el transcurso de vida y de crecimiento tanto personal como profesional de la misma persona. La pendiente de dicha relación es positiva jugando con la variable suerte, en la que yo no creo. Lo siento.
Nadie nos ha hablado nunca de lo que de verdad importa, de lo práctico, de lo que la gente ve y, sobretodo, de lo que la gente puede llegar a creerse: la apariencia. Nos han vendido y nosotros comprado (sino obviamente no hay venta) de que aparentar ser algo que no eres es malo y como las apariencias engañan Cuidadín.
Las personas aparentan algo cuando carecen de ese aspecto a mostrar pero, ¿y si nos vamos a lo práctico y les hacemos creer que somos? Digamos que sería como copiar en un examen, realmente no te sabes el contenido pero, mira, he sacado más nota que tú, que es lo que cuenta. Lo mismo pasa en el mercado laboral como en la vida entre personas. Donde el que más aparenta es al que más puertas se le abren y el que más lejos llega. Todo ayudado por una seguridad interna que ayude a hacer ver a otro lo que quiere que veas. De primero de marketing, oye.
No me miren mal ahora mis queridísimos lectores (y lectoras, todo sea dicho) porque les exponga una solución a sus problemas. Porque en la jungla gana el más listo y, como todo jugador, según donde juegues quizás te toque serlo. Porque ahí fuera amigos, pocos. Aunque cuando hay pelas
Así que, como una mentira repetida mil veces se transforma en verdad y, como dijo Will Smith: “Hay dos tipos de personas en el mundo, los martillos o los clavos, tú decides qué quieres ser”.
A mi me gustan los de BriCor.
José Manuel García-Otero