Del cultura de la subvención a la cultura de la desgravación

Vivimos tiempos en los que la tijera campa a sus anchas. Recortes presupuestarios por doquier y arcas completamente vacías. Todos los sectores están tocados, pero el de la cultura lo está en demasía. Basta dar un simple vistazo para descubrir un panorama nada halagüeño: el Liceo de Barcelona con su ERE y su programación peligrando a pesar de que los trabajadores han sacado pecho; el Palau de les Arts Reina Sofía con menos óperas programadas y algunas en concierto; el IVAM con exposiciones de contenido y presupuesto low cost; auditorios con programaciones raquíticas; teatros públicos sin nada que ofrecer.

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Todo ello con los consiguientes miles de puestos de trabajodestruidos o con la espada de Damocles en la cabeza. Esto es lo que hay y el futuro es menos esperanzador.Si las administraciones públicas tienen poco presupuesto en este momento menosvan a tener el año que viene. Urge, por tanto, tomar medidas para que losmuseos, los teatros y los auditorios públicos puedan seguir adelante con susprogramaciones y sigan manteniendo a sus trabajadores directos e indirectos. Siesto no se remedia pronto, el MuseoReina Sofía, El Liceo o el Palau de les Arts, entre otras muchasinstituciones culturales de nuestro país, corren el peligro de echar el cerrojocon el consabido aumento de la dolosa nómina de los espacios de la nada que hayque mantener para que no se caigan aunque no sirvan para nada.


Ante los bolsillos escurridos haybuscar fórmulas de financiación que permitan avanzar con la cultura. Noempecemos con el cómo pudo ser y no fue. En estos momentos sirve de bien pocolamentarse si lo que queremos es avanzar con la cultura. Hasta ahora estábamosacostumbrados a que el Estado lo pagaba todo, pero si queremos tenerprogramación en nuestros museos, en nuestros teatros o en nuestras salas públicasde conciertos, tenemos que buscar nuevas fórmulas porque la cultura de la subvenciónse ha acabado, nos guste o no. Es urgente una nueva ley de Mecenazgo que permita la intervención de la sociedad civilen la financiación de la cultura. Hay que tomar medidas que atraigan lainversión privada en la cultura pública. Es la única manera. La ley de 2002, envigor, permite a los particulares desgravar hasta un 25% de IRPF de lo aportadoa instituciones artísticas; en el caso de las empresas, la parte del impuestode sociedades devuelta llega hasta el 35%. Pero es un porcentaje insuficiente opoco atractivo para que los inversores se animen a adelantar el dinero. Aún estamosmuy lejos de los porcentajes de Francia o Inglaterra con un 60% o 70%, y mástodavía de EE.UU. donde se llega incluso al 100%.


El año pasado el PP propuso en laComisión de Cultura incrementar la deducción del IRPF de la personas físicasdel 25% al 70% de la base en las donaciones y aportaciones del mecenazgo, y enel caso de las personas jurídicas aumentar la base de deducción del 35% al 60%del impuesto de sociedades. Veremos si esto se cumple con la nueva Ley deMecenazgo sobre la que el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio  Wert, ya ha anunciado su inminente puestaen marcha.


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Es necesario, pues, el paso regulado deuna cultura de la subvención a una cultura de la desgravación en el que, antela imposibilidad de las administraciones públicas de poder asumir la gestióncultural, se facilite el acceso de la sociedad civil a estos menesteres. Ademáshay que acabar de una vez por todas con la cultura a merced del partidogobernante, sea cual sea su color. Hay que apostar por fórmulas mixtas que nopermitan dejarlo todo a merced del patrocinador privado, ni el contenido ni lasactividades financiables. No todos los resortes del liberalismo económico sonaplicables a la cultura; el pan y toros, tampoco. Hay que buscar fórmulasmixtas de consenso. Pero mientras éstas se buscan son necesarias campañas desensibilización que ayuden a convencer a los inversores de las ventajas deinvertir en cultura, especialmente en imagen y responsabilidad socialcorporativa.

Estas campañas de sensibilización deben apostar por el respeto y laindependencia creativa de los artistas y defender las premisas de una culturauniversal pública. Con las fórmulas elegidas  todos tenemos que salir ganando. Nadie, ni elartista, ni la institución financiada, ni el público tiene que sentirse devaluadoporque junto a su nombre aparece la marca de una cadena de hamburgueserías o detelefonía móvil. Tampoco el patrocinador debe apretar mucho para imponer suscriterios si estos son contrarios a la política cultural universal ydemocrática, ni los gestores de la administración deben imponerle ruedas demolino. Hay que encontrar fórmulas mixtas con raciocinio.


De momento una institución como el Museo del Prado ha encontrado unpatrocinio con Telefónica. Esperemosque otras empresas se animen. El problema no lo van a tener los grandes museos,ni los teatros de referencias, sino  lasinstituciones culturales dependientes de las administraciones locales yautonómicas. Si no se regula pronto y bien, tendremos una cultura de capitaldel país y otra de periferia casi inexistente. Vale.    

 

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