El equipo alicantino inicia el año con varios frentes abiertos, especialmente en lo administrativo y judicial, ámbito del que dependerá directamente su viabilidad y existencia como club.
Uno de los clubes de fútbol de referencia del levante español vive sus horas más bajas. El Hércules de Alicante, sumido en una situación deportiva nefasta que se está prolongando más de lo imaginado, se enfrenta ahora a una complicada problemática institucional que puede empujar al club hacia lo desconocido. La que ha sido su casa históricamente, el estadio José Rico Pérez, va a salir a subasta con una liberación contractual que puede resultar un cataclismo para la entidad herculana: aunque en un principio se aseguró que quien se hiciese con la propiedad del estadio debía permitir que el Hércules jugase ahí hasta 2032, finalmente no será así. Será decisión del futuro propietario que el equipo pueda seguir ejerciendo como local en el estadio en el que lo lleva haciendo más de cuarenta años.
Muchos son los frentes abiertos a nivel societario para el equipo blanquiazul. No hace tanto, la plantilla recorría España para ir a vérselas frente a frente con el Real Madrid, el Barcelona, el Valencia o el Atlético. Tras descender, el curso natural hizo que el objetivo fijado fuese claro: volver a Primera División lo antes posible. Pero unos intentos fallidos después, el club se instaló en un bucle autodestructivo, con un ambiente enrarecido que hizo descender al equipo a Segunda B en una temporada que había empezado mirando hacia arriba.
Para que el descenso pudiese tomarse como un accidente fruto de una mala temporada había una premisa básica: volver a Segunda inmediatamente. Pero no ha sido así. El equipo lleva ya tres temporadas en la categoría de bronce, con un proyecto constantemente en revisión y con el ascenso como un mantra para el que se pelea más de palabra que de obra. Y en medio de toda esta situación hay una figura clave: Javier Portillo.
El que un lejano día fuese una de las grandes promesas de la cantera madridista se perpetuó en el Hércules como hombre franquicia, yerno del máximo accionista en la sombra (Enrique Ortiz) y con un puesto prácticamente vitalicio en el club. El ocaso del delantero en el césped lo llevó a convertirse en director deportivo en los despachos con una transición exprés que no hizo sino apuntalar la idea que ya rondaba en la afición desde hacía años: el club llegaría a lo que tuviese que llegar, pero Portillo iría en el barco bajo cualquier circunstancia.
Y, por si lo que pasa en el campo no fuese suficiente, ninguna noticia que llega de la zona noble del club es más desalentadora que la anterior. Cuando parecía que el club equilibraba por fin sus cuentas, con un pequeño superávit presupuestado para cerrar el curso, una sanción de Bruselas obligaba a la entidad a devolver al Instituto Valenciano de Finanzas casi siete millones de euros en compensación por ayudas de dinero público declaradas ilegales.
Ahora, el equipo ha renunciado a entrenarse en las instalaciones de Fontcalent (con lo que ahorrará unos 60.000 euros anuales de mantenimiento), no sabe qué va a ser de su estadio ni cómo va a pagar las multas ni las deudas, entre ellas con la apremiante Hacienda. Con un máximo accionista prácticamente desaparecido, un rumbo a la deriva y un fútbol que no invita precisamente a soñar, los problemas no parecen tener solución a muy corto plazo. Pero, como en todo club de fútbol que no va bien, la solución principal es una: que la pelota entre.
Fotos: web oficial Hércules CF
Iván J. Muñoz