El secreto está en los carteles

360gradospress visita la muestra de diseños coloristas para el cine que el artista checo Vratislav Hlavatý dibujó entre las décadas de los 70 y de los 80, entre la censura soviética y la libertad creativa del concepto menos mercantilista del séptimo arte.

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Hubo un tiempo en que los cinéfilos esperaban con devoción la pegada de los carteles de películas de estreno, tanto en las salas de proyecciones como posteriormente en los videoclubs. Eran pósteres que pasaban a alimentar colecciones alejadas de la lógica mercantilista de hoy en día, donde lo compacto, lo que no ocupa espacio y lo que no se puede palpar impera por encima de la nostalgia de quienes, por un lado, aún conservan esos tesoros o los buscan; y, por otro, de los artistas, diseñadores y creadores de estampas que han pasado a la historia por la creatividad contenida en ellos. Los del checo Vrastislav Hlavatý se exponen en el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MuVIM) hasta el próximo 11 de septiembre como oportunidad para conectar con una forma artística de enseñar el séptimo arte, de insinuar el contenido de películas menos comerciales que las actuales, de dibujar un cartel fílmico sin apenas información y con la destreza para salvar censuras totalitarias.
 
“Mi única película española. Me pregunto si alguien en España conoce la película. Como de costumbre, yo no la había visto, simplemente me dijeron que hiciera un boxeador […] Estoy orgulloso de cómo representé el movimiento de las manos”. Testimonios como este -referido al cartel de ‘Urtain, rey de la selva… o así’ (Manuel Summers, 1979)- escritos en primera persona por el autor guían al visitante por una muestra muy representativa de un tiempo en que en Polonia y en Checoslovaquia (nomenclatura que recibió la República Checa durante su etapa soviética) se hacían verdaderas filigranas de diseño con escasa información, con riqueza gráfica y de dibujos, sin fotos, dado que la calidad de las instantáneas en la época que abarca la exposición, entre los años setenta y ochenta, aún no era muy elevada como para utilizarlas en ampliaciones del tamaño de los carteles de películas. En este sentido, el autor checo explica en una de sus aportaciones textuales: “A mí me gusta más dibujar que utilizar collage”, única vía de plasmación fotográfica ante la mala calidad apuntada.
 
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La suerte que encontraron los artistas que, como Vrastislav Hlavatý, se dedicaron a proyectar con imaginación el contenido de los encargos fílmicos que les encomendaban, fue la libertad que, censura mediante, tuvieron para dibujar lo que ellos consideraban simbólico de las películas. Entre los 15 carteles de la exposición que acoge el MuVIM, el visitante encuentra cómo se las maravilló el autor checo para sortear la censura soviética en los carteles que dibujó antes de la revolución de terciopelo en Checoslavaquia. Entre las experiencias que narra Hkavatý, está en la que cuenta que compró papeles de color en París para ilustrar y dar color a uno de sus carteles porque en su país las tonalidades eran demasiado pálidas; o la que narra cómo consiguió unos rotuladores de colores brillantes gracias a un amigo que tenía en Estados Unidos y que le duraron muchos años gracias a que les inyectaba alcohol. Una censura que ya no tuvo que sortear tras la era comunista, momento en que se permitió el lujo de dibujar viñetas de tanques con la estrella roja soviética en un cartel de una película en que un violinista se asoma al culo de una persona.
 
Dibujos de colores vivos, de siluetas definidas, de trazo grueso, con letras de gran tamaño y ausencia de títulos de crédito, exceptuando el del nombre del director, son las notas comunes de la producción del artista checo. De todos los carteles, tal y como reconoció en la inauguración de la muestra el diseñador del este, su favorito es el de Harold Lloyd (1977) y el “que más éxito obtuvo”. De la explicación que lo acompaña, se extrae que “recibió el premio Hollywood Reporter y el Silver Hugo del Festival de Cine de Chicago”, que se quedó el distribuidor, como siempre ocurría. “Pero al acabar la revolución alguien robó el trofeo para mí. Ahora lo tengo yo, en algún lugar”. Un cartel que, según su autor, fue más difícil de elaborar de lo que la apariencia (fondo rojo con líneas definidas en el rostro de Harold Lloyd) ofrece, precisamente por conseguir que siguiera recordando a Harrold Lloyd con “unas simples líneas”.
 
Coleccionistas, cinéfilos, aficionados al diseño del este y generaciones de nuevo cuño alejadas de las propuestas rudimentarias y directas de antaño, pueden encontrar en esta muestra excusas para repescar pasiones pasadas o para descubrir otra forma de entender el cine.

Estefanía G. Asensi

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