La portuguesa Helena Almeida está considerada como una de las artistas más influyentes del arte conceptual europeo desde que a finales de los años 60 comenzó a utilizar, en unas disciplinas (pictórica, fotográfica y escultórica) dominadas por los hombres, su propio cuerpo para volcar en sus obras su rigor, su autoexigencia y su pragmatismo.
Romper las reglas siempre fue una de las premisas principales de todo aquel artista que quiso tirar abajo las estructuras establecidas, innovar y empezar algo diferente y desconocido hasta el momento. Si no hubiera sido así, no habrían existido los estilos marcados por épocas, gustos y necesidades de pintores, escultores, arquitectos o músicos. No habría habido Románico, Renacimiento, Surrealismo o Postmodernismo.
Helena Almeida lo quiso también cuando escogió su cuerpo como elemento protagonista, objeto y sujeto de sus propias pinturas y composiciones fotográficas a finales de los años 60 para representar lo que ella misma apuntó: “Mi obra es mi cuerpo; mi cuerpo es mi obra“.
Antes de esta epifanía artística, Almeida ya había introducido en sus pinturas abstractas las preocupaciones centrales que definen su práctica: el deseo de trascender los límites del espacio pictórico y narrativo a través de la deconstrucción de los soportes artísticos tradicionales y del lenguaje de la pintura. En algunos de sus trabajos, por ejemplo, enrolla el lienzo y lo suspende, lo despliega como una estructura blanda que se retira y se derrumba bajo su propio peso o muestra la parte trasera de la pintura, a veces con una tela translúcida.
Su juego con la forma, la línea y el color le llevan a querer evolucionar hacia composiciones performativas en las que los materiales se utilizan como extensiones de su propio cuerpo, que fotografía durante el proceso. Su físico se convierte en una representación escultórica y en un espacio, un significante y un significado poético, siempre negando que se pueda definir como autorretrato. Ninguna propiedad hay en ese cuerpo, ya que en sus obras podría haber aparecido el de cualquier otra persona, y en estas imágenes se le suele ver vestida de negro, retratada en poses coreografiadas cuidadosamente, que se organizan a menudo en series y en las que incorpora elementos de su estudio.
Su marido, el arquitecto Artur Rosa, es el encargado de realizar las fotografías en una época, los años 70, en la que todavía no era común utilizar instantáneas en manifestaciones artísticas, lo que resalta su innovación y su aportación a futuras generaciones y que apoya su encumbramiento como “una de las artistas contemporáneas más importantes del arte conceptual europeo“, como la define Marta Moreira de Almeida, co-comisaria de la exposición Helena Almeida. Corpus, que se exhibe en el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) hasta el 18 de junio y que hace un recorrido por el trabajo de la artista portuguesa desde los años 60 hasta la actualidad a través de 52 obras, entre pinturas, fotografías, vídeos y dibujos.
La co-comisaria destaca la personalidad de la creadora que impregna cada resquicio de sus piezas y que se resumen en tres características: el rigor, la exigencia y el pragmatismo en unas décadas en las que alcanzó una “proyección sin precedentes” a pesar de vivir en un mundo (el artístico) de hombres.
Cinematografía y vídeo
La transformación del hilo en una línea, en Desenhos habitados (Dibujos habitados, 1977), la aplicación de trazos de pincel azul sobre la fotografía, en Pinturas habitadas (1975) y Estudos para um eriquecimento interior (Estudios para un enriquecimiento interior, 1977-78) o el acto de vestirse del propio lienzo, en Tela habitada (1967), corresponden a una acción, una marca o un registro de la presencia.
Hacia finales de los 70, las imágenes de Almeida adquieren un carácter mucho más cinematográfico, como en la serie Ouve-me (Escúchame, 1978-80), Sente-me (Siénteme, 1979) y Vê-me (Mírame, 1979), en cada una de las cuales se focaliza en una función sensorial y en su carga emocional. Por su parte, su trabajo en vídeo destaca por la performance Escúchame, que muestra a la artista pegada a un lienzo que palpita al ritmo de su respiración y de la presión de su cuerpo, como un dibujo obtenido por contacto corporal.
De un cambio de escala a la exploración del deseo
En los 80 y 90, introduce un cambio en el formato y la escala de la figura humana en sus obras, casi a tamaño real, reduciendo sus movimientos y su expresión a un contorno negro o a una sombra, como en los dibujos y las fotografías de la serie Dentro de mim (Dentro de mí, 1995-1998). En ellos la figura humana marca su presencia de nuevo y proyecta su sombra bajo la forma de un espeso pigmento negro que traza diagonales en el espacio vacío de su estudio.
Más que sobre la expresión de la cara, Almeida concentra la atención del espectador sobre los elementos aislados del cuerpo: el poder expresivo de una mano en movimiento o de una pierna en tensión, o la extraña geometría de los cuerpos en contacto con el ambiente que les rodea.
Por su parte, en Seduzir (Seducir, 2001-2002) continua la exploración de su carácter expresivo y de la manifestación física del deseo y de la interioridad. Las fotografías, los dibujos y los vídeos de esta serie muestran la complejidad de un proceso creativo en el que el momento de la fotografía se define con ayuda de dibujos, de estudios coreográficos y del condicionamiento del potencial emocional y afectivo del cuerpo. A partir de un dibujo, la creadora crea en su taller movimientos y formas que definen la composición de las imágenes y que prueban, además, los límites de la capacidad expresiva de su cuerpo.
David Casas