Barrio

Quien más, quien menos, se ha criado en un barrio. Los pueblos son como los barrios, ¿o es al revés? Siempre es susceptible de ser debatida cualquier cuestión con el sempiterno debate de fondo acerca del huevo o la gallina, aunque tampoco es esa la clave que pretende abordar este escrito. Más bien quiero retroceder, como escuela de vida, al barrio que me parió.

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He quedado al salir de clase con Carlos, David y Jaime en la Lonja para emular a los guerreros del asfalto por los maceteros de esta zona peatonal dividida en tres alturas. Con doce años uno es incapaz de ver más allá, me refiero a los más de cien bares que se apostan a ambos márgenes del complejo. Sólo hay metros y metros de hormigón para que las chapas circulen a sus anchas, entre colillas, jeringas, barro artificial, potas, condones y otras formas de compost urbano.

 

Después de tres semanas jugando horas y horas a la serpiente multicolor de hojalata nos cansamos. Carlos fuerza la transición hacia otras formas de entretenimiento trayendo consigo el balón de la Eurocopa de Alemania 88. De aspecto reluciente, recién llegado de la tienda de deportes de al lado de su casa, se prepara para someterse a una sesión intensiva de peeling contra las baldosas pedregosas del suelo de la Lonja. Como porterías utilizamos dos bancos ubicados frente a frente, a unos veinte metros de distancia, roídos por navajas amorosas, pellizcados con rotuladores edding 200 del tempranografiterismo, pero perfectos para la práctica del fútbol en sus modalidades dos a dos o tres a tres. ¡Gol!

 

Lonja’s Square Garden

Entre partidillo y partidillo, aprovechamos para descansar en las porterías. Apenas se distingue el oso y el madroño que lucían los bancos hace unos años, cuando el ayuntamiento, a través de la junta municipal de distrito, los colocó allí, en el mismo lugar en el que compartíamos una cocacola a las siete horas de una tarde de julio. Nos ha tocado el póster de Marta Sánchez, uno de los regalos que las latas contienen bajo la anilla que las recubre. Lo sorteamos al palo más largo. Gano el sorteo del sorteo sorteado. El póster irá a parar a la sala de trofeos musicales de mi habitación, donde ya descansa Whitney Houston (también gentileza de mis eructos de ilusión musical), recortes de Depeche Mode, Perico Delgado y alguna que otra alineación del Real Madrid de Ito, Cholo, Salguero, Lozano, Juanito, Butragueño, Camacho, Agustín, Jankovic, Molowny y compañía.

 

Cambio de balón. Es agosto, nos trasladamos a la frontera que separa una lonja de otra. La segunda queda tres metros arriba, la divisamos desde la primera a través de una pared que separa las alturas con la ayuda de una barandilla apoyada sobre un bordillo de hormigón. El muro presenta huecos por los que sale despedido un aroma inconfundible del monóxido de carbono que encierra en su interior. Es la ventilación del aparcamiento que ahueca el complejo peatonal y nos sirve como canastas improvisadas. Bueno, hay que tener la imaginación de un niño para encontrar canastas en un bordillo, y tableros en una fila de barrotes metálicos. Nosotros somos niños y jugamos al baloncesto, con un balón de reglamento y todo. El oso, el 21, partidos, unos contra uno… ¡canasta!

 

Todo es posible en la Lonja’s Square Garden de Moratalaz.


Post recogido de la blogoteca de Óscar Delgado

Foto: Gisleno

David Casas

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