Leí este último domingo la entrevista a un hombre roto, un hombre derrotado: Luis Roldán. Confieso que me conmovió el reportaje del admirado JJ. Millás sobre el ex hombre fuerte de la Guardia Civil. Roldán, uno de los tristes protagonistas de la década de finales de los ochenta y mitad de los noventa, que cuenta sus desventuras, sus achaques, su vida de averías y bombillas rotas; el pasado de un hombre que quiso llegar de manera descosida a un mundo mejor y se estampó de bruces con una realidad herida que disparaba a dar y necesitaba de un tonto útil.
En otro reportaje, un miembro destacado del equipo de investigación delperiódico desmonta la aparente vida mendicante de Roldan, al que acusa sintapujos de mentir más que el que fabricó billetes de 150 euros.
Es incuestionable que el tipo (Roldán) pasó 15 años de su triste vida entrerejas, sin apenas beneficios y ahora, anciano y enfermo, se dispone a pasar elúltimo tramo en compañía de una madura rusa, quince años más joven que él, dulce compañía que le tiene el piso como un cuartel a la hora de larevista, le da calor y le acompaña en sus paseos por el parque, sus citas aconciertos de música clásica y a toda exposición cultural gratuita que ofreceuna ciudad como Zaragoza. Su nueva esposa, como cualquier patriota, viaja decuando en cuando a la Madre Rusia, lo que pone en vilo y en guardia a lapolicía fiscal española, que sigue sin ver una mísera estampa de los casi 14millones de euros que desaparecieron con el rastro de Luis Roldán.
El ex alto cargo de Interior cuenta en el reportaje que sólo fue un simplepeón de un sistema con demasiados agujeros en la sala de máquinas y que ledispararon a la cabeza los que todavía gozan de fama, dinero y privilegios.
Vivimos en una democracia tan sucia que no merece la pena poner sunombre en mayúscula. En este castigado país, los tahúres triunfan según elnivel y calado de sus mentiras. Las apariencias siempre engañan y las sonrisasse aconsejan poner en cuarentena. Luis Roldán se ha puesto el traje de abuelade Caperucita, pero nadie sabe quién es realmente Caperucita y quiénes son loslobos de este cuento tan realista. Al final afloran las verdades terribles en todahistoria: mueren los que pasaban por ahí y salen en la foto los villanos.
El pueblo llano circula a buen ritmo y no hace preguntas. Porque sabemuy bien que las palabras las carga el diablo. Y también sabe que por estascalles siempre pasarán nuevos Roldanes y otra remesa de villanos. Las aspas delmolino nunca cambian de dirección: el pueblo seguirá lleno de hombres rotos yverdugos que disparan al que levante la voz. En este país no quierenmensajeros.
José Manuel García-Otero es el @butacondelgarci
David Barreiro