Políticos, lecturas de verano y una desiderata

Cuando llega el verano y las vacaciones están próximas todos los periódicos, revistas y blogs de pro y no tan pro publican sus respectivos artículos con sus recomendaciones estivales de libros. Esto ya forma parte de campañas comerciales orquestadas y no tan orquestadas por las editoriales, aunque servidor piensa que detrás andan los grandes grupos editoriales, porque las pequeñas editoriales independientes ya hacen bastante con sobrevivir sin presupuesto para pepinillos en un mercado exiguo sin casi lectores.

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Estas últimas semanas hemos tenido empacho de recomendaciones, incluso algunos suplementos literarios han publicado flamantes monográficos de todo pelaje. He leído de todo gusto y condición. Desde las recomendaciones de los editores más reputados a las de los escritores, políticos, personas anónimas lectoras y personas anónimas no lectoras o poco lectoras más dadas a lanzarse a la calle a la caza de Dodou con el juego de Pokémon Go que a tumbarse en playa o la sombra de un pino a disfrutar con la lectura de un libro. Es lo que tiene el marketing o el artículo recurrente en prensa, que todo puede ser.

 

Siempre que llegan estas recomendaciones veraniegas le pregunto a mi amiga Gloria Mañas, de la Llibreria La Moixeranga de Paiporta (Valencia) sobre su efectividad. Uno es un poco más que Descartes y ya duda de todo, por eso la respuesta de Gloria se ha convertido para mí en un clásico necesario que se repite cada año. Un poco el Pepito Grillo en mi oído de Pinocho casi con la misma contundencia que aquello de “todas las familias felices se parecen, pero las infelices cada una lo son a su manera”, que proclamaba León Tolstoi al inicio de Ana Karenina. “Toda promoción que fomente la lectura es poca”, afirma siempre Gloria jugueteando con un cigarrillo entre los dedos. Hay frases solemnes que requieren del humo de un pitillo para imprimirle un necesario toque literario. Obviamente, esta ocasión lo es, y hay que pintarla como la cantante calva inexistente de Ionesco. “Hay que aprovechar cualquier ocasión”, prosigue Gloria, “como aquel año en que Felipe González, recién llegado a La Moncloa, comentó que estaba leyendo Memorias de Adriano, de Margarite Youcenar, y se convirtió en el libro más vendido de aquel año. ¡Qué tiempos para el libro!”.

 

Ante este ejemplo de Gloria, y visto y oído lo que hemos visto y oído últimamente, con todos mis respetos históricos, creo que es preferible que Felipe González opine solo en la intimidad y sin repercusión mediática, tanto de política y de pactos del PSOE como de literatura o del campeonato de sumo de la ciudad de Osaka, lo que no quiere decir que el hombre no tenga  todo su derecho de decir lo que quiera. Que nadie me malinterprete, que las susceptibilidades van que vuelan.

 

También visto el poco interés que las distintas formaciones políticas prestan a la cultura (los programas electorales de las pasadas elecciones lo justifican) no me veo yo a más de dos y más de tres políticos electos haciendo sus recomendaciones literarias estivales. No nos vale aquello de conservadores pocos cultivados frente progresistas cultos y viceversa. Lamentablemente dominan los iletrados en ambos lados. Nuestros políticos son reflejo de una sociedad con más del 45% de iletrados.

 

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Cuando algunos políticos hacen recomendaciones hay que ponerse en guardia. En la mayoría de los casos siguen las indicaciones de sus asesores  y la cosa canta. Vamos si canta, La Traviata. No por la recomendación, que siempre es buena aunque sea cogida a vuelapluma, sino porque siempre queda en una recomendación poco verosímil hecha con escasa vehemencia. Es lo que hay, y que tampoco se enfade nadie. “Être public, apparaître en public”. Ya me gustaría a mí que los políticos pusieran en valor la cultura, que hablaran de libros, de arte, de teatro, de música; que salieran a sus actos públicos con un libro en las manos o que citaran libros en sus discursos (citas actuales no de Churchill ni de Gabriel y Galán ni de Romanones  sacadas de la socorrida antología de citas de Google).

 

A las personas que redactan los discursos tampoco les vendría mal un poco de cultura literaria más allá de las entradas de Facebook y Twitter. A mí me gustaría que los políticos fueran prescriptores culturales “comme il faut” y que realzaran el libro y la lectura. Tampoco es que se lo monten como los protagonistas de la película Théo y Hugo: París 5:59, que tras pegar un polvo salvaje en el cuarto oscuro de un bar gay recorren las calles de la capital gala hablando de Balzac y Mauriac.  

 

Siempre hay un término medio, pero sin olvidar que nuestro país tiene diecisiete comunidades y dos ciudades autónomas con su cultura propia y que, además, Galicia, País Vasco, Navarra, Cataluña y Comunidad Valenciana tienen lenguas cooficiales que no se hablan en la intimidad  y que tienen su propia literatura. Vamos, que lo que se escribe en Madrid no es lo único ni lo mejor, y que hay respetar y dar visibilidad a la diversidad cultural de nuestro país y no minorizarla todavía más. Esto lo digo para todos, para los autonómicos con dos lenguas cooficiales con más razón, porque son elegidos por los ciudadanos de sus propias comunidades autónomas y estas no están en Alaska. La cultura universal empieza por la casa de uno.

 

Siguiendo con mi desiderata, ya me gustaría que los políticos hicieran del libro una constante de todo tiempo y lugar, de las cuatro estaciones con Vivaldi o con Haydn, da lo mismo; que hablaran de libros y lectura más allá de las campañas electorales en las que se tiran de los pelos por los bajos niveles de lectura y prometen y prometen remediarlo ante la insistencia de los autores, editores, libreros y toda una hueste de comprometidos varios con el libro y la lectura, que son buena gente y nada pedigüeños aunque lo parezcan. Una vez electos los políticos se olvidan del libro y de elevar la cultura literaria de la ciudadanía porque andan muy ocupados con la sostenibilidad felina, pongamos por caso. Esto de los gatos es un ejemplo retórico, claro, con todos mis respetos para los felinos y  los políticos responsables de bienestar animal, que también siempre están muy susceptibles.

 

Lo malo de mi desiderata es que la coyuntura no acompaña. Nos hemos quedado sin prescriptores más allá de Pokémon Go  y los personajes de los reality show. Una pena. Ya me gustaría a mí que hubiera más líderes de opinión en materia cultural, pero no los hay. La cruda realidad es que la cultura siempre acaba restringida a un reducidísimo grupo a los que se acaba excluyendo porque no son representativos de toda la sociedad, aquello de un voto es un voto, olvidemos la razón y demos cancha a la emoción.

 

Pero habrá que ampliar este grupo de una puñetera vez, sea verano o sea invierno, digo yo. Que no se asusten los políticos, ya que cuando llegan a ejercer el poder todo lo justifican con que no hay dinero, porque para lo que pido no se necesita asignación presupuestaria y el retorno social de la inversión es enorme. Pido pequeñas acciones cotidianas, estivales e invernales, que pongan en valor la cultura, más allá de la voluntad y las promesas que se lleva el viento pero que quedan en las hemerotecas. Acciones con libro y lectura, claro.


@manologild

Javier Montes

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