Un pellizco de muerte natural

Muxía manda en la Costa da Morte gallega. El tiempo ha mantenido a este pueblo pesquero en el foco de la actualidad desde aquel desgraciado noviembre de 2002 con el Prestige. Desde entonces, Santa María de la Barca mantiene la incógnita sobre el discurrir de las vidas marinera, turística y rutinaria. Visitamos un enclave del que fluyen aromas a molusco y a salitre; del que aflora la tradición como manda la misma tradición.

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Manola regenta una pensión “a la que antes venían familias para estancias largas y hoy vienen parejas para una, dos o tres noches”, indica con la resignación de quien percibe cambios sociales en un contexto estático, poco cambiante en un capítulo de identidad tradicionalista. La ubicación de la posada, junto al paseo marítimo del pueblo, es inmejorable y sirve como primer punto de conexión con la realidad mugiana, habida cuenta de que este establecimiento es uno de los primeros que encuentra el visitante que llega a este pueblo de la Costa da Morte.

 

La misma señora luce de ilustres huéspedes, mientras los forasteros dejan sus trastos en la recepción y piden un refrigerio para amortiguar el cansancio del viaje. “El señor Fraga Iribarne durmió la siesta en la primera planta, Adolfo Suárez comió con su séquito electoral en nuestro restaurante y la que ahora es reina estuvo haciendo directos para la tele desde aquí mismo y comiendo bocadillos, cuando el chapapote”, indica la mujer, que además de dar conversación al viajero le agasaja de buena mañana con la oferta del menú que ella misma cocina cada día de la semana. Una comercial a la vieja usanza, sabedora de que más vale poner todas las cartas sobre la mesa desde el principio antes de que el visitante apoye su paladar en otras fondas del lugar.

 

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Hospitalidad y conversación de manual para la primera toma de contacto. Tradición, qué dirán, frases hechas y refranero, ingredientes de cualquier zona rural española pero que aquí parecen florecer con la intensidad de antaño, o de hoy, donde el tiempo parece detenido desde el siglo XX. Porque Muxía ha conseguido escapar a la atención mediática que se hizo con esta tranquila población pesquera cuando el Prestige vertió al mar el infesto chapapote y se erigió en símbolo de la colaboración ciudadana para limpiar la costa de la contaminación. También se puso en el punto de mira de la actualidad cuando en 2013 ardió su Santuario de la Virgen de la Barca. Y, así, con el vaivén informativo que todo lo desgasta hasta que deja de ser actualidad, Muxía sobrevive impertérrita gracias al encaje de bolillos (se ubica dentro de la primera comarca europea que mantiene el arte textil secular de los hilos enrollados en bobinas) y al mar, claro, al rabioso, vivo y voraz Atlántico que tan buenos alimentos lleva a puerto.

 

Gastronomía

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“Si vas a Muxía todo está bueno, déjate llevar por el olfato del restaurante que desprenda mejor olor a mar y, elijas cual elijas, come percebes”. Un vecino esporádico del municipio recomendó a 360 Grados Press proceder de manera tan instintiva cuando el semanario le pidió una recomendación para hincarle el diente a las delicias gastronómicas del lugar. Sin ser meses de marisco, hicimos caso al consejero y pedimos unos percebes carnosos, sabrosos, frescos, manchados por el naranja de la frescura y amortiguados por un albariño cosechero de la casa en uno de los restaurantes más afamados de la zona portuaria. Y también navajas, y pastel de cabracho con salsa de cabezas de gamba, y almejas a la plancha… Frescura, sabor, goce, campechanía y precios también del siglo XX. Con apenas 30 euros por persona disfrutar de un contacto directo con los frutos del océano es un privilegio imperativo en Muxía del que no puede huir el visitante tras cotejar la carta de cada establecimiento, qué productos del día se ofrecen y aprovechar el rastreo para conectar con las tertulias locales a las que no se puede ser ajeno y que favorecen que el forastero deje de serlo por el abrazo seco y sincero que te dan los mugianos.

 

La comarca, el océano

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Para la digestión, ruta por la comarca. Desde el vecino de enfrente, Camariñas y su camping con playa verde, hasta el faro de Vilán, donde el Atlántico luce músculo y la mirada se pierde en un horizonte evocador de batallas, alianzas, viajes migratorios, melancolía, naturaleza y otras satisfacciones que alimentan el espíritu de quien osa sentarse sin reloj ante tamañas vistas. Y de ahí a la playa, a un litoral solitario, náufrago, natural, esponjoso y con spray de vida oceánica. Un mar fiero el del paraje de As Parisas, áspero, frío, que no ofrece confianza al foráneo, que se introduce en el agua con la prudencia de la bandera roja que nadie ve, pero que sale con la recompensa del baño purificador, limpio, natural. En la orilla, en una toalla del tamaño de un grano de arena ruda vista desde el plano cenital de las gaviotas que garbean a la caza de sustento, el playista activa un estado de duermevela que enciende la imaginación, con la cabeza fresca, alejada del peligro real del bamboleo de las olas que avisan de que en breve la marea subirá y le ordenarán marchar a otro punto más humano, menos salvaje.

 

Sunset

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Por delante queda el reto de ver el atardecer desde el Monte Corpiño, que se erige a 68 metros de altitud y al que se llega desde el Santuario de la Virgen de la Barca que todo lo ve, a un escaso kilómetro del casco urbano de Muxía, como rompeolas milagroso, como testigo de piedra del acontecer (también percebeiro). Desde lo alto, el sol se despide lento, taciturno, bruto, tan pesado como una hostia naranja, casi roja, que afronta el reto de estar en un huso horario tan alejado de la península pero tan cercano por obligación. Porque en Muxía atardece una hora más tarde que en Barcelona y el reloj coincide. Porque en Muxía tendría que haber tiempo para asimilar el cambio de la tarde a la noche y no ha lugar. Al apagarse la luz, los aperos de pesca se preparan para afrontar una nueva jornada. Al apagarse la luz, se despide el viajero con la ilusión de haber vivido una aventura con sabor a muerte tan dulce como salada.

 

Melancolía, saudade, morriña.

Bicos, Muxía.


@os_delgado o @360gradospress

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