Recorremos los rincones de la capital inglesa en los que merece la pena detenerse en una visita fugaz a caballo entre el otoño y el invierno.
Viajar a la capital inglesa es y será siempre un acierto, ciudad cosmopolita, cultural, multirracial, y sibarita hasta decir basta. Pero preparar un viaje fugaz a Londres en otoño con vistas al invierno y, por qué no, a los días clave de las fechas navideñas ofrece encantos distintos a los que se encuentran en cualquier otro rincón del planeta. Los mercadillos engalanados de fiestas son diferentes al resto del año; museos como el British Museum colocan en sus aledaños pistas de patinaje sobre hielo para recrear escenas de cualquier película anglosajona; la programación de los teatros se reviste de tradición y hasta la Ópera deja de ser un recinto para unos pocos. Asistir al Royal Opera House para ver un clásico de estas fechas por definición, El Cascanueces, es aprehender un trozo de experiencia nueva mezclada con poso de resonancia infantil, colorines de vida para tiempos de crisis.
Si por algo es especial Londres es por sus mercadillos. La amplia red del metro permite llegar a todos ellos rápidamente para aprovechar el poco tiempo del que se dispone en una visita fugaz como la propuesta. Aterrizamos en el de Portobello Road, en Nothing Hill, barrio populoso de estética victoriana en el que da la impresión de ver en cada rincón a unas cuantas Julia Roberts y a Hugh Grant en actitud romántica. Aunque los que de verdad disfrutan son los románticos de los objetos fetiche, de las antigüedades, de los vinilos de serie limitada, de las placas vintage, de los bares de techos altos con cera de vela chorreando por el mármol publicitario de cervezas con cuerpo, para ser degustadas en pintas de devoción observadora, sin ambages, viva los anglicismos si se emplean para hablar de Londres. Es inevitable comprar, por nimio que sea el detalle.
Dicen que Londres es el lugar del mundo donde puedes comprar lo que quieras, hasta un elefante si te lo planteas. Leyendas urbanas para unos, falacias para los más viajados, chistes de ingleses para los monologuistas. Hay más mercados, como el mítico Camden Town, pionero del movimiento punk, casas bajas de colores marcadas por el estigma de Dr. Martens, punteras de acero, cadenas, crestas, chapas, baratijas, sex y pistols, aunque sin mayúsculas. Una experiencia antropológica imitada por otras capitales como Madrid, donde tiendas de reminiscencias camdentownianas ocuparon desde finales de los ochenta rincones castizos del rastro, entre la plaza de Cascorro, Latina y Tirso de Molina.
Londres entre el otoño y la Navidad también abre las puertas de un paseo por sus animados parques, hectáreas y hectáreas de verde urbano que, a modo de cuento de princesas encantadas conducen al turista desde el palacio donde descansa la reina de Inglaterra y donde se asoma de vez en cuando para saludar al vulgo hasta el palacete de la defenestrada en vida Diana de Gales, en Kensington Park. Ardillas, tiro con arco, footing de 8mm, casas nobles con coches de lujo aparcados a pie de calle, “aquí vivió Benny Hill”, allá estuvo haciendo pis el otrora embajador de puturrú de fua Recorridos obligados que no deben demorar mucho tiempo al turista exprés porque sólo le quedará, como mucho, un día y medio para terminar su visita. Por eso, le cogemos de la mano y nos lo llevamos a Convent Garden, lugar para comprar a destajo si uno tiene la suerte de llegar el 26 de diciembre, fecha de inicio oficial de las rebajas en Inglaterra y donde comprar unas cuantas cosas con las que celebrar la Nochevieja de regreso al lugar de origen.
Antes paramos en Chinatown a comer o a cenar, nunca se sabe, qué más da la hora (es falso el mito de que el turista debe adaptarse a los horarios locales, en un mundo globalizado, franquiciado y devastado, nunca es tarde si la dicha es buena). Elegimos entre uno de los cerca de mil restaurantes orientales de la zona y, si tenemos suerte, comemos más o menos bien, aunque para eso no se va a Londres. Cervecita por aquí, cervecita por allá. Libras, libras, libras; 10 libras dos cervezas y gracias (qué lástima, con lo cerveceros que somos). Si quieres tomar más cervezas, siempre podrás quitar presupuesto de las visitas a los museos, o postergarlas hasta más ver, siempre se dice que se vuelve a donde nunca se regresa. A Londres, seguro, no falles, rompe la baraja y vuelve porque te quedan muchas cosas por hacer.
Óscar Delgado