Cartón piedra y glamour en Las Vegas

Recorrer en coche los 450 kilómetros que separan Los Ángeles y Las Vegas es una de las experiencias más cinematográficas que uno puede tener. Un road trip por el oeste americano evoca inevitablemente decenas de películas que hemos visto a la largo de nuestras vidas, reproduciendo y constatando aquello que todos tenemos en nuestro imaginario colectivo. Pero, si tuviéramos que escoger una imagen que representase ese viaje en carretera a través de los USA, ese paisaje árido, desangelado e interminable que todos tenemos en mente, sería la interestatal 15 que une la ciudad del cine, en California, con la del juego, en Nevada.

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Sentarte al volante de tu coche automático de alquiler, poner uno de tus cedeses recopilatorios -elaborados expresamente para la ocasión a base de Americana, rockabilly y country rock- y recorrer millas y millas en línea recta sin levantar el pie del acelerador es una experiencia única. Y más teniendo en cuenta que la carretera trazada con tiralíneas por la que conduces atraviesa uno de los desiertos más famosos del mundo: el de Mojave.  Conocida por sus yucas o Joshua Trees, esta zona desértica abarca 57.000 kilómetros cuadrados y se extiende por el sur de California y Nevada, y el norte de Arizona. En ella se alcanzan las temperaturas más altas del globo: unos 55°. Con todo, y teniendo en cuenta que este paisaje asfixiante se alarga a lo largo de cinco horas, es imposible que a uno no le venga a la cabeza alguna peli en la que un par de gangters, alumbrados por los faros de un descapotable, cavan la tumba de algún tramposo, a los CSI recogiendo pruebas de un cadáver comido por los buitres. Porque el Mojave debe de ser el cementerio del hampa más grande de los USA. Allí no hay quien te encuentre.

“Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”
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Las Vegas es la ciudad más grande del estado de Nevada -aunque no su capital- y una de las más visitadas de los Estados Unidos. Conocida como la ciudad del pecado (Sin City), el gobierno local y los promotores turísticos de la ciudad prefieren utilizar la expresión “Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas” para referirse a ella e ilustrar miles de camisetas. En Las Vegas, como suele pasar en los USA, todo es a lo grande. Cuenta con 18 de los 25 hoteles más grandes del mundo, es la ciudad con más espectáculos en vivo por metro cuadrado, y en ella está permitido el juego y las apuestas legales, fumar en cualquier sitio y la venta y consumo de bebidas alcohólicas las 24 horas del día. En Nevada, la prostitución está permitida en los condados con menos de 400.000 vecinos, lo que deja fuera a Las Vegas. Eso sí, aquellos dispensadores de periódicos de San Francisco donde uno cogía el Chronicle por 75 centavos se han transformado en Las Vegas en receptáculos de revistas tan sugerentes como el “Big tits blondes” o el “Barely legal scorts”.

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En 1931 el gobierno del Estado decidió legalizar el juego como forma de sobreponerse a la Gran Depresión, y así Las Vegas inició su fama mundial con la construcción de grandes hoteles que incorporaban casinos de juego. Los primeros dólares que se invirtieron en la ciudad los trajeron los sindicatos del crimen de la costa Este. No en balde, el primer gran hotel, el Flamingo, fue construido bajo el impulso del gángster Bugsy Siegel. Fue en este recinto, todavía en funcionamiento, donde a partir de los 50 se extendió la actividad musical en la ciudad como complemento a las salas de juego. Estrellas como Elvis o aquella pandilla de ratas que formaban Sinatra, Dino, Sammy y compañía le otorgaron a Las Vegas ese glamour con el que identificamos la ciudad.

Pero el glamour se gasta, o se transforma, o directamente desaparece. Las Vegas de hoy es una mezcla de muchas cosas superficiales hasta hacer un todo blandengue y luminoso, pero cuesta encontrar aquel glamour de lentejuelas más allá de alguna foto en blanco y negro colgada en el vestíbulo del Encore. Españolizándolo, se podría decir que el ambiente de Las Vegas es una mezcla de la Ibiza discotequera, la Marbella semilujosa, la Terra Mítica excesiva y el Benidorm viejuno. Claro, todo esto a lo norteamericano, que es como mucho más, o por lo menos el doble.

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A ver si nos entendemos, Las Vegas mola, pero también todo lo contrario. Todo lo contrario es ver a millones de abuelos conectados con su tarjeta de crédito a la máquina tragaperras como si formaran parte de un matrix ludópata. Todo lo contrario son las hordas de chonis de Wisconsin borrachas como un ñu a las cuatro de la tarde y embutidas en vestidos de lycra imposibles. Todo lo contrario es un padre de familia acarreando una botella gigante llena de “margarita” mientras pasea con sus hijos entre el cartón piedra del hotel Camelot. Y todo lo contrario es también no tener 20 años y un cuerpo de escándalo para no desentonar en la fiesta de la enorme piscina del Bellagio.

En el haber del mola está dejarse llevar sin reparos por el sentido del espectáculo puro y duro y la grandilocuencia infantil que se muestra en cada rincón de la ciudad. Mola ver en la mesa del black jack a un chino que pierde en 15 minutos unos miles de dolares en fichas de quinientos. Mola ver los smokings de Sinatra y el “Mexican suit dial” de Elvis colgados en el Hard Rock Café. Mola el buffet del Wynn y los combinados del New York New York. Molan los edificios de arquitectura de vanguardia pero también los vetustos hoteles y los moteles ajados del downtown. Mola el aire acondicionado industrial de los vestíbulos e incluso mola cruzarse con miles de familias, viejos y semidesnudos adolescentes mientras se recorre el Strip a 40 desérticos grados. Y finalmente, mola recordar que, como dijo el Rey, “bright light city gonna send my soul on fire”. Viva Las Vegas.

Javier Montes, Asturias

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