Amor y odio por Aaron Sorkin

Esa serie que sí, pero que no; que a punto estuvo de ser espejo, pero se quedó como un borroso reflejo; que pudo tener muchas temporadas, pero se frenó en la tercera; que tropezó, pero intentó levantarse de nuevo.

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Jim: Esta es la parte con la que sigo tropezando.

Hallie: ¿Cuál?

Jim: Todavía estoy mirando tu contrato.

Hallie: 45 de los grandes, mi joven amigo. 45 Grover Cleevelands.

Jim: ¿Grover Cleeveland en un billete de 1.000 dólares?

Hallie: Antes, cuando los imprimíamos. Ya no están en circulación, pero imagina 45 de ellos. Así te harás una idea del salario anual que empezaré a ganar el lunes. No es dinero de Jim Harper, pero servirá para pagar el alquiler. Siempre y cuando no pague ningún recibo más.

Jim: Son más de 45 contando los incentivos.

Hallie: Lo sé, pero no quiero vender la piel del oso antes de haberlo cazado.

Jim: ¿Sientes que…?

Hallie: Sólo mis Clevelands.

Jim: Vale.

Hallie: ¿Qué ibas a decir?

Jim: Nada.

Hallie: ¿Qué?

Jim: Los incentivos.

Hallie: James, no son incentivos, son un suplemento.

Jim: Por el número de páginas vistas.

Hallie: Sí.

Jim: Cuantas más páginas vistas consigas, más cobrarás.

Hallie: “Bienvenido al capitalismo. Es un placer tenerte con nosotros”. Y son un suplemento, no incentivos.

Jim: Hallie, si estás conforme con ello, adelante.

Hallie: Lo estoy.

Jim: Si lo estuvieses, no necesitarías llamarlo de otro modo.

Hallie: En el contrato pone suplemento. No soy yo quien lo está llamando de otro modo.

Jim: Si estuvieses escribiendo sobre el secretario del gabinete, quien testificó frente al Comité de Supervisión de la Cámara, ¿sería más probable que titulases sobre el contenido del testimonio o “Secretario del gabinete estalla contra Darrell Issa“?

Hallie: Tu héroe es Will McAvoy, ¿no?

Jim: Está ahí-ahí.

Hallie: Tu héroe es Ed Murrow, ¿no?

Jim: Sí.

Hallie: Will cobra millones de dólares al año y Murrow, igual; ambos por la misma razón por la que todo el mundo cobra en el sector privado: su habilidad para hacer dinero para otra gente.

Jim: Will no cobra por visionado o por historia.

Hallie: Eso es ingenuidad máxima o una negación.

Jim: Nuestras reuniones no incluyen un debate sobre lo que es más llamativo.

Hallie: Y después de una semana cubriendo los atentados de Boston estáis en cuarto lugar.

Jim: Y Charlie se encarga de que eso no nos importe. Esa es la cuestión. Entiendo que el mercado fuerza el trabajo con las noticias, pero los periodistas siempre hemos sido quienes le hemos plantado cara. Y ahora tú estás recibiendo incentivos por…

Hallie: Mis incentivos no son distintos de los de un periodista de The New York Times.

Jim: Si esos periodistas cobrasen por el número de personas que leen sus historias, la portada del Times sería muy diferente.

Hallie: Y por eso mismo, porque no es diferente, cada vez son menos las personas que leen sus historias

Jim: ¿A quién le importa una mierda cuánta gente lee la historia una vez se le ha dado bombo? A alguien que cobra por páginas vistas.

Hallie: Tu confianza en mi integridad me conmueve de un modo que no sé qué hacer.

 

En primer lugar, disculpas por semejante transcripción de un diálogo, pero la escena venía como anillo al dedo para el caso. Os explico: cuando hace unos años me enteré de que el creador de El Ala Oeste de la Casa Blanca – el listón estaba alto – iba a hacer lo propio con una serie sobre periodistas, el nivel de endorfinas de mi cuerpo se disparó. Ahora, con tres temporadas completas de The Newsroom a las espaldas, presento una cantidad estándar de la llamada ‘hormona de la felicidad’. ¿La razón?

 

Antes de todo, he de reconocer que la primera entrega me conquistó. Porque no sólo se hablaba de periodismo, sino que ello se hacía abordando hechos reales que habían acontecido recientemente – aunque eso también le ha costado a Sorkin alguna que otra crítica, me declaro a favor –. Se trataba, en mi opinión, de un tándem entre actualidad y ficción capaz de hacer las delicias de cualquier ‘plumilla’ que se precie. “Cómo me hubiese gustado estar allí y cubrir esa información”, era mi primer pensamiento una vez los créditos de cada episodio aparecían en pantalla.

 

Sin embargo, el desencanto llegó con la segunda temporada, cuando el idealismo rozó lo inaguantable. Incluso las trepidantes conversaciones entre los personajes – esa vorágine verbal tan característica – se tornaron insufribles. Poco o nada tenía que ver la actividad de ACN – el canal de noticias que sirve de escenario en la serie – con el día a día de una redacción al uso, lo cual no fue visto con buenos ojos por muchos profesionales. “Nunca he intentado dar lecciones a los periodistas de cómo deben trabajar“, declaró Sorkin ante la reacción del gremio.

 

Así, la tercera y última dosis de The Newsroom llegó en noviembre del año pasado en un claro intento por conseguir el perdón del público; con sólo seis capítulos, eso sí. Y lo cierto es que mi benevolencia parece haber cedido debido a momentos como el que abre este artículo – s03e03 –, los cuales reflejan debates que verdaderamente se dan fuera de la pequeña pantalla: nuevas prácticas en el ámbito digital, el baile de intereses en la propiedad de los medios de comunicación o la falta de ética en el tratamiento de determinados temas, entre otros.

 

En definitiva, soy de los seriéfilos que se han mantenido fieles hasta el final. En parte, también, por la mera – y absurda – costumbre de no dejar lo empezado a medias; algo que practico asimismo con los libros –sí, podríamos calificarlo de masoquismo –. El sabor de boca es, por tanto, agridulce. “Con lo que podría haber sido The Newsroom”, pensé al terminar la última visualización. Me atrevo a aventurar que una nueva producción que intente satisfacernos plenamente como periodistas y como espectadores será recibida con brazos abiertos.


@LaBellver

Lorena Padilla

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