Agorafobia: miedo al miedo

El miedo a sufrir ataques de pánico incapacita a muchas personas para llevar una vida normal. Acciones cotidianas como salir de casa solo o ir al trabajo se convierten en una auténtica pesadilla para quienes padecen esta fobia. Sufren miedo al miedo. Las terapias de tercera generación son una esperanza al medio millón de enfermos que se calculan en España.

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Voy hacia eltrabajo, como cada lunes, en ese vagón de la  línea 1 de metro que, en horapunta, se abarrota de gente como si no fueran a pasar más trenes. De repente, ysin una causa aparente, comienzo a sentirme raro. Creo que me falta el aire,noto taquicardias, tengo una extraña sensación de mareo, como dedesorientación, y me tiemblan las manos y las piernas. Comienzo a asustarme yunos fríos sudores me caen por la frente. Un miedo atroz me asalta y nosé qué me está pasando; solo sé que necesito escapar“. Esto, que podría serparte del argumento de una película de terror, es una experiencia real, contadapor una víctima, causada por una fobia que ya afecta a casi medio millón deespañoles: la agorafobia.

 

La agorafobia, tanextendida, es realmente una gran desconocida a la que generalmente se atribuyeel miedo intenso que pueden provocar los espacios abiertos. Sin embargo, estapalabra encierra una realidad bastante más compleja. Una realidad que afectasobre todo a mujeres y a jóvenes, y cuyas cifras parecen estar en aumento, yesto teniendo en cuenta que muchos casos siguen sin ser diagnosticados o, porla similitud de los síntomas, se confunden con depresión o ansiedad.

 

Cuando se sufreagorafobia, a lo que realmente se teme no es a un espacio abierto en sí mismo,sino a sufrir un ataque de pánico –cuyos síntomas son, entre otros, palpitaciones,sudoración, temblores, sensación de falta de aire, angustia, sensación deatragantamiento o de mareo– en un lugar o situación de la que sea difícilescapar. De ahí que el terror se produzca tanto en espacios enormes, como porejemplo calles anchas o carreteras, como en espacios cerrados, tales comoascensores o túneles. A lo que los agorafóbicos tienen miedo es al miedo.

 

Para un agorafóbico,cosas tan cotidianas como ir a trabajar cada día, utilizar el transportepúblico, conducir o coger un avión pueden convertirse en un auténtico infierno,que llega, incluso, a incapacitar y modificar la propia vida. Tras haber atendido acientos de pacientes, Rubén Casado, psicólogo y fundador de Amadag (AsociaciónMadrileña de Agorafobia), ha podido comprobar que “cuando se sufre un ataquede pánico algo se rompe dentro de uno y nada vuelve a ser como antes. Laexperiencia del pánico es tan pavorosa, que parece que se hubiera producido unatentado en el interior de las personas, quedándose vulnerables y desnudas”. Lopeor de esta experiencia es que quien lo sufre toma, de forma inmediata,conciencia de su propia debilidad, descubre que no es irrompible y ante estocomienza a desarrollar una elevada inseguridad. “El agorafóbico –continúaCasado– se convierte en un auténtico experto en el arte de la evitación yhace todo lo posible por no volver a sufrir de nuevo esa aterradoraexperiencia”.

 

Sin embargo, el agorafóbicono siempre evade situaciones que le pueden provocar otro ataque, a veces optapor fórmulas que piensa que le van a ayudar a no sufrir una crisis como, porejemplo, ir siempre acompañado a los sitios o llevar el teléfono móvil otranquilizantes consigo; una actitud tan peligrosa como la evitación ya que,según los expertos, limita igualmente o más.

 

Una fobia catastrofista y carcelera

La agorafobia llega sinavisar y se apodera de quien se deja avasallar por su mecanismo de actuación;un mecanismo basado en el miedo, la incertidumbre y las imágenescatastrofistas. Joaquim Vencells, presidente de la Asociació Gironinad’Agorafòbics, sufrió durante 10 años esta fobia que incluso le llegó a impedirdesnudarse por si tenía que salir en cualquier momento corriendo por un ataquede pánico. En 1997 fundó la asociación para ayudar a que otros pacientes notuvieran que sufrir tanto tiempo como él antes de ser diagnosticados.

 

“Cuando la agorafobia aprieta, la personaque la sufre queda incapacitada para todo tipo de labor, hasta el punto de nopoder ducharse solo”, apunta Joaquim Vencells. El agorafóbico va reduciendo su mundo y su vidahasta un pequeño espacio en el que él se encuentra seguro y que “llega un punto en que se limita a la cama yel sofá. Y siempre sin estar solo por si necesita ayuda”.

 

Un agorafóbico puedepermanecer encerrado en su casa durante años por el horror que le produce laidea de poder volver a vivir de nuevo esas sensaciones angustiosas. De hecho,esto no solo conlleva para muchos la pérdida del trabajo o de amigos si no quetambién llegan a padecer un deterioro moral y personal muy difícil derecomponer. Se autocondenan, según cuentan los especialistas, a un largoaislamiento en el que la agorafobia es su carcelera.

 

Recuperar la vida

En general, y pese a queexisten unos casos más difíciles que otros, el pulso a la agorafobia se puedeganar, ya sea aprendiendo a convivir con ella o aniquilándola por completo. Enambos casos, la batalla puede ser considerada como ganada. En la actualidad se ha avanzado mucho en eltratamiento de esta fobia y un elevado número de personas han aprendido a vivirde nuevo.

 

En la asociación Amadag,tras casi diez años atendiendo a personas con esta dolencia, han comprobado quede todas las terapias la llamada cognitivo-conductual es la que ha resultadomás eficaz en el tratamiento de la agorafobia y el pánico. Este tratamiento sebasa, fundamentalmente, en que el agorafóbico se eduque de nuevo bajo unaconciencia nada catastrofista, que reestructure sus pensamientos y elcomportamiento orientándolo hacia el triunfo de él frente al miedo. Es,básicamente, una especie de entrenamiento para poder enfrentarse a situacionestemidas; una exposición a la vida real.

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