Y en la quinta planta, la feria de la pistola

Ni tan restringidas como en España ni tan asequibles como en Estados Unidos. El permiso para tener en Filipinas armas de fuego requiere superar numerosas pruebas psicotécnicas. En el país norteamericano, fuente de inspiración para muchas cosas, una pistola es el derecho del ciudadano a defenderse contra el estado. En Filipinas está considerada más bien como una herramienta de trabajo imprescindible para las decenas de miles de personas consagradas a la seguridad privada, como empleados o como milicianos a sueldo. Por supuesto, hay armas de fuego fuera de control, las suficientes como para que durante las campañas electorales se haga pública una prohibición temporal y expresa cuyo cumplimiento se asegura a través de numerosos controles policiales. Esto es lo que aprendemos pasando una mañana en una feria de armas de fuego.

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Dentro del show de las armas deportivas y defensivas nos esforzamos en explicar a quien nos escucha que para un europeo la feria es un lugar raro. Que normalmente en ese continente no se exponen en un centro comercial todo tipo de pistolas, rifles de asalto, revólveres… con una etiqueta con su precio y en ocasiones con un envoltorio de plástico transparente que da a entender que aún nadie ha disparado con ellas. Y que por lo tanto, según un instinto periodístico elemental, esa sensación es la que tiene que llegar al teclado del ordenador. Por ahí tienen que ir los tiros.

El lema de la feria escogido por los organizadores ya invita a pensar por lo ambiguo que es. Tiene un doble filo muy apropiado para un lugar en el que la diferencia entre la vida y la muerte es una fracción de segundo. “Derecho a la vida, derecho a vivir”. Una versión elegante de “no quiero usarla pero no dudaré en hacerlo”. Hay taquilla, en la que dejamos el equivalente a un euro y 35 céntimos y hay depósito de armas en el que no dejamos nada salvo una mirada periodística a las instrucciones de seguridad: “considera cada arma [de las ofertadas en el interior de la Feria] en todo momento como si estuviera cargada”, “no encañones”, “no hagas nada con el gatillo hasta que no tengas clara cual es tu diana”.

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Tras dialogar con una chica joven en uno de los stands de la feria qué por la impresión que transmite su cara parece preguntarse de dónde diablos ha salido un periodista español, nos sentamos a la mesa con el señor Raymundo S. Sian, director general de la empresa, a la sazón su jefe. “Español… ¿te suena de algo?” nos comenta mientras señala un gran póster publicitario con las letras SPS. “No”. “Es una empresa española”. El primer tiro, en la frente. Qué poco se sabe acerca de la exportación de armas en España.

El empresario nos explica que por razones históricas, los españoles hemos sido los grandes introductores de armas en el archipiélago. Eso sí, pistolas de los días de Buffalo Bill. Pero se ve que el que tuvo retuvo aunque en el estado actual de cosas no es ni mucho menos científico decir que hablamos de un mercado dominado por empresas españolas. No, pero alguna bala perdida sí queda.

“Quiero gastar lo mínimo. ¿Cúanto me cuesta una pistola?”. “A partir de 20.000 pesos (unos 330 euros)”. Parece que el rango de precios oscila entre esa cantidad y los 1.600 euros en el ámbito de las pistolas. Para armas más complicadas los precios y los accesorios aumentan. “¿Y qué suelen preguntar?” (en referencia a los clientes que, en los mostradores siguen manoseando las culatas). “Nos preguntan usualmente si el producto que vendemos es estrictamente nacional o si, por el contrario, exportamos a Europa y Estados Unidos. Preguntan por la calidad, la marca, dónde ha sido fabricada esta pistola, suelen asociar la marca a la calidad del producto”.

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En el lado de los compradores encontramos, tal y como es de esperar, una gran diversidad. Cada uno tiene sus motivos para acercarse a la feria y dejar en la taquilla los 80 pesos que cuesta la entrada. Tras numerosas y engorrosas explicaciones con entrega de tarjetas de empresa hablamos brevemente con un padre acompañado de dos niños de entre 5 a 7 años. “Entretenimiento”, nos dice. Estamos en la quinta planta de un centro comercial y muchos manileños pasan gran parte de su tiempo de ocio subiendo y bajando plantas, mirando todo lo que merece algún interés dentro de estos espacios, los más transitados de la capital a cualquier hora.

Otro grupo de amigos parece orientar mejor su búsqueda. Están en el ejército y buscan conocer de cerca las novedades. Y a un tercero, vestido de uniforme, que tomamos por cliente nos dice que no, que no lo es. Que es parte de la fuerza policial visible para evitar la pequeña… o la gran delincuencia. En un lugar con tantas armas, da miedo pensarlo. Aunque está en su jornada de trabajo con amabilidad posa para nosotros y nos pide una fotografía conjunta.

Antes de salir detengo la vista en el stand ‘Paparazzi’, una surtidísima colección de chalecos y bolsos con espacios diseñados para llevar disimuladamente un arma de fuego. Eso me recuerda que en este país en el que han sido asesinados 140 periodistas en 25 años de democracia, la profesión ha debatido en numerosas ocasiones sobre la conveniencia de llevar armas. Incluso se han organizado, en alguna ocasión prácticas de tiro para periodistas. Un buen tema para diálogar pero para eso la búsqueda hay que hacerla fuera del stand y fuera de la feria.

Carlos Juan

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