El pulso de Sevilla está marcado por las personas que a lo largo de la historia han convertido el río que la baña en cúmulo de anécdotas, historias y proezas. Trozos de experiencias que contornean el devenir de los vecinos de la capital andaluza y el de quienes se aferran a la estampa repleta de vida que la alimenta los 365 días del año. Como ciudad de destino, 360gradospress se entremezcla entre sus gentes y extrae de la personalidad de su río algunas postales contadas de quienes viven vinculados a su ribera.
Los atardeceres en Sevilla apuntan hacia el Guadalquivir, un río histórico que en el siglo XXI sigue siendo excusa de convivencia, de prácticas deportivas, de esparcimiento, de reunión, de atractivo turístico y paisajístico, de juegos de luces y de sombras, de anécdotas apiladas en la memoria de los protagonistas de hoy, de la historia de ayer. La ciudad disfruta de la versión más calma de su río, del brazo tranquilizado por la esclusa del puerto y por la Corta de la Cartuja, pero también de la versión romántica que traen los recuerdos y del silencioso paso del tiempo, como el discurrir que marcan a diario las piraguas que surcan sus aguas.
Una de las embarcaciones más familiarizadas con el Guadalquivir es la de Beatriz Manchón, la mejor piragüista española de todos los tiempos, con 15 medallas en mundiales, tres de ellas de oro, y 19 en europeos. Precisamente, en 2002 ganó en estas aguas sevillanas con Sonia Molanes la presea de oro del Campeonato del Mundo de la disciplina en la categoría K2 200. La piragüista cuenta a 360gradospress cómo comenzó su relación deportiva con el Guadalquivir: “Mi atracción por el río empezó con el deporte y con 14 años; más de la mitad de mi vida he estado muy vinculada al Guadalquivir. Casi cada día, relacionada con sus orillas, con todo lo que es su paisaje y muy directa relación con el agua”.
Para Manchón el río marcó su contacto con la competición y con el éxito a base de constancia, empeño y dedicación. La deportista reconoce que “sin el Guadalquivir no hubiera llegado a donde estoy y desgraciadamente ya no es ningún secreto que este es uno de los mejores
no, es el mejor sitio para entrenar en invierno por climatología, por el entorno y por todo, por la cantidad de kilómetros”. Pero tanta dedicación a las aguas le ha obligado a tener que renunciar a otra de las virtudes de la capital andaluza: el tapeo: “Renuncias a lo normal, a lo que una persona cualquiera puede tener como cotidiano, el quedar con tus amigos un viernes, salir por la noche, las tapitas
”, explica la deportista.
La figura del práctico
Desde la antigüedad, el Guadalquivir ha sido utilizado como vía de penetración hasta Sevilla. En una complicada navegación, los marineros sorteaban las azarosas arenas de la barra de Sanlúcar y remontaban sus peligrosos meandros hasta llegar a puerto. Ese trayecto sigue siendo muy transitado, de lo que dan buena fe Ricardo Franco, práctico del Puerto de Sevilla, y su capitán, Ricardo Domínguez, quienes conocen bien el trayecto desde el puerto de Chipiona, en Cádiz, Guadalquivir arriba hasta Sevilla.
“El práctico básicamente lo que hace es asesorar a los capitanes en las maniobras de entrada y salida de puertos y en el caso de Sevilla pues también les asesoramos en lo que es la navegación por el canal. Informa un poco de los calados, del tiempo meteorológico que haya, porque las condiciones varían, y lo que hacemos fundamentalmente es asesorarlos en esa navegación por el río”. Ricardo Franco explica así la función que le corresponde dentro de la embarcación OPDR Andalucía, capitaneada por Ricardo Domínguez, y que surca las aguas del Guadalquivir hasta el Puerto de Sevilla, que tiene un papel estratégico para la exportación e importación de manufacturas y productos agrícolas y significa una vía comercial extraordinaria con Canarias, Marruecos y el Norte de Europa. Su profesión le viene de familia: “Mi padre fue también práctico del puerto, y la verdad es que me viene de pequeño, además recuerdo que de pequeño embarcaba con él, se puede decir que yo el río lo llevo un poquito en la sangre”.
Las dificultades que encuentra un barco de las características que describe el capitán pasan por su volumen en relación al canal por el que debe discurrir en su tránsito hacia el Puerto de Sevilla. “El barco tiene de eslora de longitud entre proa y popa de 145 metros y tiene una manga de 22 metros y la esclusa mide 24 metros”. La primera información (condiciones del barco, características del mismo, tipo de maquinaria, ayudas a la maniobra ) se la da el capitán al práctico. Y la información que recibe del práctico son las características del río, las dificultades que pueda haber en la maniobra de aproximación a la esclusa, las condiciones de viento y la corriente en las aproximaciones a los moldes.
Los prácticos orientan el buque de forma lenta y precavida. Aunque el río es muy ancho, en la práctica, el canal real de navegación es sumamente estrecho. Por fortuna, los modernos dispositivos electrónicos facilitan un pilotaje que en el pasado estaba lleno de calamidades. La clave para manejar un barco de las características descritas por el caudal navegable del río pasa, fundamentalmente, por “ir muy despacito para que te dé tiempo a corregir en caso de que te falle la máquina o te falle el timón; por lo menos ir a una velocidad lo suficientemente prudente como para que te dé tiempo a empezar de nuevo la maniobra. Es hacer las cosas muy despacito y sin ningún tipo de prisa”, describe el capitán de la embarcación.
En tierra firme, Triana y La Anselma
De una orilla a otra, de la Torre del Oro a Triana, del aroma a mercancías y a historia exportadora al olor a pescaítos y a tapas que desprende un paseo por el malecón de la calle Betis, testigo omnipresente de la historia del Guadalquivir y encuadrado en el barrio más marinero de Sevilla. En sus orígenes fue un humilde arrabal, aislado por el río y poblado por marineros y artesanos. La construcción en el siglo XIX del puente de Isabel II, que sustituyó a un antiguo puente de barcas, acercó e integró al barrio en la ciudad. Pero Triana, hasta ahora, ha seguido reclamando una fuerte personalidad propia y un vínculo especial con el Guadalquivir. Aquí encontramos a uno de los mejores ejemplos que proyecta la vida de esta zona de Sevilla y de esta parte del río: La Anselma.
Regenta uno de los tablaos más conocidos de Sevilla. Pero la Triana que conoció Anselma es muy diferente de la actual. Triana se ha convertido en un barrio muy cotizado, y en él no sólo ha cambiado el paisaje urbano, sino también sus gentes. Muchas de las familias tradicionales se han marchado, incluidos los numerosos gitanos de su antigua cava: “Hombre, es que ahora mismo aquí se ha venido a Triana la gente que tiene mucho poder, y tiene bienes. Me da mucha pena que haya que echar a la gente que había, los corralones que había tan fantásticos, que no se ha conservado la semilla fantástica y preciosa que había dentro de este barrio. No se ha conservado, es una pena porque ahora todo el mundo es de Triana”.
Pero ella sigue abriendo todas las tardes las puertas de su tablao, que recibe un flujo constante de turistas y de sevillanos. Con todos Anselma asegura ser “generosa, le doy a la gente más explicaciones de las que se merecen. Me quedo muy tranquila porque digo, te has enterado bien. Te has enterado bien que triana es Triana, aunque pasemos calor, Triana es Triana”.
En el mismo barrio de Triana, y de nuevo con el Guadalquivir como protagonista de más historias de vida, de rostros que alimentan su caudal, encontramos otra tradición unida al río: la cucaña y los cucañeros como Ángel Mariscal, quien nos explica que “la cucaña procede de cuando antiguamente los marineros venían aquí a atracar al puerto de Sevilla, pues venían en los barcos grandes, el mismo día de Santa Ana, el 26 de julio. Ponían un cacho de trapo en la punta y pasaban hasta ahí. Y a través de ahí viene la cucaña. Yo aparte llevo 20 años tirándome por la velá. Viene de mi padre, de mi tío, de mi abuelo”. Caminando sobre un botalón resbaladizo, los chicos de Triana compiten por alcanzar la bandera. Cada acierto tiene su recompensa económica.
El paseo deja atrás el rumor envolvente de muchas más anécdotas, de conversaciones que circulan a golpe de paseos vespertinos y dominicales, de retos deportivos como el descrito o de aventuras que abarcan desde la escalada al ciclismo urbano. Nada es imposible en el Guadalquivir, aunque todo está marcado por los rostros de quienes le dan vida a diario.
Manolo Gil